El primer dato histórico de la existencia de una confederación de tribus, denominada Omagua, que vivía en los enormes territorios desconocidos al este de los Andes, se remonta a 1530, cuando el comandante Diego de Ordaz recorrió el río Orinoco (ahora llamado Marañón), en busca de oro y piedras preciosas.
Según algunos, fue justamente Diego de Ordaz quien, con su primera exploración del Orinoco alimentó la leyenda de El Dorado, basándose en las historias de los indígenas, que encontró durante la navegación del gran río. Este, partió de San Lucar de Barrameda el 20 de octubre de 1530, para llegar a la desembocadura del Orinoco después de un mes de navegación. Lo navegó a lo largo de seiscientas millas hasta llegar a una aldea indígena llamada Huyapari. La expedición siguió luego por tierra hasta alcanzar la desembocadura del río Meta. Aquí tuvo contacto con nativos que se adornaban con esmeraldas gruesas como el puño de una mano.
Había versiones según las cuales, avanzando por la selva durante catorce días en dirección suroeste, se llegaba a una montaña de esmeralda llamada la roca de Euphoide. En seguida se relata un pasaje de las Noticias historiales de las Conquistas de tierra firme de fray Pedro Simón, que narra la empresa del castellano:
Algunos días antes de la llegada del Comendador Diego de Ordaz a este golfo y bocas del gran río, se habían divisado una canoa y cuatro indígenas, que tenían consigo una piedra de esmeralda grande como una mano. Cuando se les preguntó donde la habían encontrado, respondieron que navegando el río hacia arriba, durante algunos días, se llegaba a una montaña entera de esmeraldas. Una vez recibidas estas noticias el capitán Diego de Ordaz decidió comenzar su descubrimiento desde aquel lugar.
La roca nunca fue descubierta, ya fuera por los continuos ataques de feroces indígenas, o por los conflictos internos entre los componentes de la expedición, algunos de los cuales querían regresar hacia el Orinoco. Ordaz, encontrándose en un ambiente difícil y hostil, decidió volver al Orinoco, donde había dejado un contingente custodiando las naves, convirtiéndose así en el primer europeo que navegara y explorara el gran río venezolano.
A su regreso hacia el delta, en 1532, Diego de Ordaz fundó, en la confluencia del río Caroni con el Orinoco, el pueblo de Santo Tomé de Guayana, donde hoy se encuentra la ciudad de Puerto Ordaz (Ciudad Guayana). Pocas semanas después murió debido a una enfermedad fulminante.
El relato de su viaje sirvió de base para las expediciones sucesivas, y aunque muchas de las informaciones sobre la riqueza de los lugares encontrados resultaron excesivamente exageradas, él fue siempre recordado como uno de los exploradores más interesados por la geografía y por la descripción de las tierras americanas.
Durante los años ulteriores a la conquista del Perú, el soberano de España, Carlos V, quien carecía constantemente de fondos, buscó el apoyo de algunos financiadores europeos para patrocinar nuevas expediciones. Por consiguiente, los banqueros alemanes Wesler le hicieron préstamos. En compensación, se permitió a la familia Wesler explotar económicamente a Venezuela. Naturalmente, su principal interés era la legendaria ciudad de El Dorado, de la cual tanto se hablaba en Europa en aquellos años. Uno de los aventureros que los Wesler enviaron a Venezuela fue George Hohermoth, originario de Espira. Su nombre se españolizó en Jorge Espira.
Estaba acompañado por otro explorador alemán, cuyo nombre era Philipp Von Utten, llamado luego Felipe de Utre.
Su expedición partió de Coro en 1535 con el objetivo de encontrar El Dorado o al menos una cantidad de oro y de piedras preciosas suficientes para resarcir a los banqueros del préstamo hecho a Carlos V, puesto que era incierta la posibilidad de obtener una indemnización directa del rey.
Una tropa de trescientos hombres y cien caballos recorrió el curso del Río Toyuco a través de los Andes y descendió a las mesetas del Meta en el actual territorio colombiano.
Durante la marcha hubo enfrentamientos violentos con indígenas Choques, Guaiquevies y Chiscos, pero las pérdidas mayores fueron a causa de la malaria fulminante y de las fiebres violentas que atacaron a los europeos. Jorge Espira acampó en el Meta, en donde pasó el invierno del 1536.
Durante largos meses lluviosos, los europeos fueron a menudo atacados por otros grupos indígenas y se vieron obligados frecuentemente a defenderse de ataques de jaguares que mataron varios caballos.
Con el fin de las lluvias, empezaron a recorrer el curso del río Ariari, que creían que los llevaría a la mítica ciudad.
Sucesivamente recorrieron el curso del Guayare, pero en vez de encontrar la ciudad de El Dorado, se encontraron un grupo de indígenas Guayupes, hostiles y belicosos. Hubo una batalla sangrienta y los europeos, a pesar de las enormes pérdidas, salieron victoriosos.
La aldea Guayupes fue después inútilmente destruida por completo y todos los indígenas fueron asesinados.
Luego, los conquistadores europeos continuaron avanzando y encontraron una tribu de Papemenes, que los acogió amigablemente.
Sucesivamente hubo, sin embargo, otro enfrentamiento con indígenas Choques, violentos y antropófagos.
Los europeos, que se les habían acabado la pólvora para disparar, combatieron con espadas y muchos fallecieron en la feroz batalla.
El coronel Joaquín Acosta, en su libro Descubrimiento y Colonización de la Nueva Granada (1901), describe así a estos nativos:
Los Choques eran sucios, feroces y se alimentaban de carne humana. Como armas usaban huesos afilados de los que fueron sus enemigos, puestos en largas cañas de bambú. El Capitán Jorge Espira envió a Esteban Martín, junto con otros soldados para explorar las tierras situadas al oeste y al sur. No llevaron caballos para ir más livianos y esta fue la razón por la que no pudieron romper las filas de una escuadra de varios Choques, que se resistieron a la batalla, mataron a Esteban Martín y a su suplente y obligaron a los otros españoles a retirarse dejando a muchos soldados. Los Choques eran determinados y feroces en la batalla. Cuando los invasores se retiraron quedaron inmóviles bajo la lluvia como para defender el propio dominio…. En esta ocasión, se vio con claridad que los europeos sin armas de fuego ni caballos estaban muy vulnerables. La pólvora había terminado y los arcabuces, ahora inútiles, representaban sólo una carga inútil.
Jorge Espira se dio cuenta de que ya no era posible seguir avanzando, también porque nuevas tribus de Choques estaban listas para otras batallas y decidió regresar a Coro, pensando en haber casi llegado a la tierra de El Dorado.
Creyó que los Choques eran los guardianes de la ciudad perdida, y pidió a los Wesler otras tropas para poder organizar una segunda empresa.
Sus peticiones, sin embargo, fueron denegadas, puesto que las pérdidas del viaje habían sido exageradas, y así Jorge Espira murió con la convicción de haber llegado a sólo un paso del mítico Dorado, pero de no haber podido verlo, ni conquistarlo.
Mientras tanto Felipe de Utre temblaba por partir de nuevo. En 1540 pidió que se le reconociera como gobernador de Venezuela, pero sólo se le concedió el título de capitán general.
Pronto organizó una nueva expedición, en la cual fue acompañado por Bartolomé Wesler. Avanzó a lo largo de los valles de la cuenca del Orinoco más allá de los Andes, y llegó al Meta, a las fuentes de los ríos Motoya y Payoya, donde entró en la tierra de los Mayas. De ellos aprendió que en la confluencia de los ríos Motoya y Guacaya se encontraba Ocuarica, la fantástica ciudad de los Omagua.
Felipe de Utre, que creía estar cerca de la meta, después de haber cruzado el Guaviare llegó a un pueblo llamado Macatoa, habitado por tribus de Guayupes. En un pasaje del libro Noticias historiales de Tierra Firme, escrito por Fray Pedro Aguado en los últimos años del siglo XVI, se dice que:
Caminaron cinco días atravesando tierras aspérrimas y vastas florestas, entonces vieron en la distancia una gran ciudad en el centro de la cual había un castillo que por tamaño y altura superaba muchas veces a los otros: la fortaleza Quarica, Señor de Omagua.
El fraile Pedro Aguado narró que el Cacique Quarica llevaba consigo ídolos de oro tan grande como niños, y que su mujer estaba totalmente cubierta de oro. Estos grupos tribales cerraron el paso a Felipe de Utre que, tras las fuertes pérdidas, se vio obligado a retirarse y regresar a Venezuela, a donde llegó en 1545, después de cinco años de ausencia. En Coro mientras tanto se había nombrado un nuevo gobernador, el español Juan de Carvajal. Después de varias discusiones con el mismo gobernador, el alemán fue decapitado en la aldea recientemente fundada de El Toyuco, en 1546.
Después de un exhaustivo estudio geográfico y antropológico se llegó a la conclusión de que Felipe de Utre había explorado el territorio de los Carijona, más allá de lo que ahora se llama río Apaporis, un afluente del río Caquetá. La visión casi mística en la que Felipe de Utre observa desde lejos una ciudad de templos y palacios de oro que creía que era El Dorado, fue interpretada en el siglo XIX por el famoso geógrafo y cartógrafo italiano Agustín Codazzi, en su obra Geografía Física y política de los Estados Unidos de Colombia, como:
un grupo de rocas y de pináculos de granito de formas extrañas que existen en las cercanías del Río Macaya. Desde lejos parecen edificios, ruinas de fortalezas, torres de piedra …
Muy probablemente Felipe de Utre estaba observando desde lejos la Serranía de Chiribiquete, tierra ancestral de los Carijona, que hoy es parte de un parque nacional en Colombia, en el departamento de Caquetá.
La siguiente descripción de los Omagua fue la de Gaspar de Carvajal, el capellán de Francisco de Orellana en su viaje a través del Río Amazonas en 1542.
El 21 de mayo llegaron a la confluencia de un río que entraba del lado derecho. Tres islas delimitaban el estuario. El fray Gaspar de Carvajal lo llamó Río de la Trinidad (Río Juruá). En las orillas cercanas a la convergencia de los dos ríos había grandes pueblos.
Orellana se dio cuenta de que se encontraban en el mítico territorio de los Omagua, tal como Aparia el grande se lo había descrito. Desde el río se vislumbraban grandes malocas y abundancia de ánforas finamente talladas. ¿Era aquel el legendario El Dorado? He aquí una descripción del libro de Gaspar de Carvajal Relacion del nuevo descubrimiento del famosos Rio Grande que descubriò por muy gran ventura el Capitan Francisco de Orellana (1542):
El domingo después de la Ascensión de Nuestro Señor, salimos desde dicho pueblo y comenzamos a caminar, y no hubimos andado obra de dos leguas cuando vimos entrar por el río otro río muy poderoso y más grande a la diestra mano: tanto era de grande que a la entrada hacia tres islas, de causa de las cuales le pusimos el (nombre) de Río de la Trinidad; y en estas juntas de uno y de otro lado había muchas y muy grandes poblaciones y muy linda tierra y muy fructífera: esto era ya en el señorío y tierra de Omagua, y por ser los pueblos tantos y tan grandes y haber tanta gente no quiso el Capitán tomar puerto, y así pasamos todo aquel día por poblado con alguna guerra, porque por el agua nos las daban tan cruda que nos hacían ir por medio del río; y muchas veces los indios se ponían a platicar con nosotros, y como no los entendíamos no sabíamos lo que nos decían…
De los conocimientos actuales, adquiridos no sólo gracias al estudio de documentos y libros antiguos, sino también a las evidencias arqueológicas halladas en la Serranía de Chiribiquete, se deduce que los Omagua dominaban gran parte de la cuenca amazónica (que pertenece ahora a los países de Colombia, Brasil y Perú).
Practicaban la agricultura a gran escala y se dedicaban a la artesanía, pues producían ánforas de cerámica y joyas de oro. El nombre Omagua quizá quería decir cabeza deformada. En efecto, estos indígenas solían desfigurar el cráneo de los niños, apretando fuertemente sus cabezas con vendas, por motivos religiosos o para distinguir un clan de otro.
Algunos investigadores que estudiaron mucho los montículos ceremoniales presentes en el departamento colombiano del Meta, hablan de una cultura desaparecida, llamada Gua, que dominó, hasta 1650, los inmensos territorios de la Orinoquía y Amazonía colombiana.
¿Podemos pensar que la cultura Omagua o Gua fue una especie de confederación de tribus y que por tanto fue el tan anhelado “tercer imperio de América”, tal como lo llamaban los conquistadores españoles (después del azteca y el incaico)?
De hecho, esta especie de confederación de tribus existió realmente, como lo demuestra la relación de Gaspar de Carvajal en 1542. Muy probablemente, estos indígenas pertenecían a la etnia Caribe, tenían un gobierno común y vivían en aldeas bastante distantes entre ellas, pero unidas por antiguos senderos, como el Nhamini-wi, que conecta a Colombia con Roraima.
Se piensa que fue el Chiribiquete el centro de su cultura, el cual en los siglos sucesivos fue habitado por los Carijona, indígenas de etnia Caribe.
Los libros de Historia y arqueología no describen a los Omagua como una confederación de tribus, ya que este antiguo pueblo fue diezmado por los virus de los cuales los invasores europeos eran inconscientemente portadores. En efecto, ya desde los primeros viajes de los conquistadores alemanes y de Francisco de Orellana, los virus de la viruela y otras enfermedades se difundieron entre los nativos amazónicos, pero sobre todo a partir de 1680, con las incursiones de los jesuitas españoles (provenientes de Quito) y de los religiosos portugueses (procedentes de Belém), virus y bacterias de esparcieron cada vez más, borrando para siempre la cultura ancestral de los Omagua.
El último testimonio directo de la cultura Omagua se remonta a los últimos años del siglo XVII, cuando el padre Samuel Fritz recorrió los territorios del Río Amazonas en las confluencias con los afluentes Putumayo, Juruá, Purús y Caquetá.
Se piensa que posteriormente, a partir del siglo XVIII, los sobrevivientes de la etnia Omagua se adentraron en lo profundo del Caquetá, resguardándose en sus tierras ancestrales del Chiribiquete, donde sus antepasados, muchos siglos antes, habían realizado bellísimas pinturas rupestres en las cavernas de la zona (ver las primeras tres fotos arriba a la derecha). Los Carijona sobreviven aún hoy, pero el estudio arqueológico y etnográfico de su cultura es particularmente complicado porque, por desgracia, su región (departamento de Caquetá), apenas ahora está superando un largo período de inestabilidad e inseguridad.
Por consiguiente, el misterio de la existencia de El Dorado amazónico, de la cultura Omagua y del llamado “tercer imperio de América”, está encerrado en una de las zonas más inaccesibles del planeta, el Parque Nacional del Chiribiquete, llamado a menudo “el mundo perdido”. Sólo con serios estudios arqueológicos y etnográficos se podrá develar, en el futuro, la realidad de una etnia casi desconocida que, además del oro, se servía mucho de las plantas medicinales y hierbas curativas, cuyo uso se perdió en el tiempo.
YURI LEVERATTO