LA BABILONIA DE HAMMURABBI

Decidir cuál ha sido la ciudad más hermosa de la Historia es complicado pero, sin duda, Babilonia (especialmente en la época de Nabucodonosor II) sería una justa aspirante a ese título, si hemos de dar crédito a las fuentes históricas de quienes la vieron en su momento de esplendor y nos legaron el testimonio de su pasado. Es posible que la Roma de los césares la superara en poderío, que la Alejandría tolemaica lo hiciera como centro cultural, que Chang An y otras ciudades orientales albergaran a más población, e incluso es posible que la Constantinopla de Justiniano y de sus sucesores tuviera más riquezas y más tesoros entres sus muros. Pero, probablemente, ninguna de esas metrópolis fascinantes haya superado en monumentalidad, en espectacularidad y en magnificencia a la gran ciudad que fue Babilonia entre los siglos VII y V a.C. Cuando algunos de esos ilustres visitantes la vieron, como le ocurrió en ese siglo V a.C. al griego Herodoto —“el padre de la Historia”—, se quedaron tan asombrados de lo que pudieron observar que dejaron en sus escritos constancia de su admiración por las maravillas que acababan de contemplar. Fueron tantas las alabanzas que le dedicaron que, aún hoy en día, 2.500 años después, cuesta trabajo admitir que lo que ellos nos transmitieron pueda corresponderse lejanamente con la realidad. Siempre nos quedará la duda de que exageraron notablemente. O, de no ser así, el desconsuelo de haber perdido uno de los conjuntos urbanísticos más monumentales que la humanidad ha sido capaz de crear.

Babilonia: La puerta del cielo

La ciudad, que con el tiempo llegó a ser objeto de admiración de sus contemporáneos, comenzó su historia como una pequeña aldea a orillas
del río Éufrates. No es fácil precisar la fecha en la que esto ocurrió, pero debió ser, probablemente, en torno a la primera mitad del III milenio a.C.
Según la Biblia, fue un rey mitológico llamado Nimrod quien dio la orden de construirla, hacia el año 2500 a.C. Pero esa es una tradición que no ha
podido ser comprobada. Sin embargo, sabemos con certeza que hacia el año 2340 a.C. aparece citada como una ciudad provincial tributaria del
rey Sargón de Acad. Es la primera mención atribuible a Babilonia con total seguridad. Poco tiempo después, la ciudad se rebeló contra el rey, y
este ordenó su destrucción. Sería el inicio de una lamentable tradición, que con el tiempo llevaría a arrasar y a reconstruir la urbe, varias veces a lo largo de su dilatada historia.
Babilonia se hallaba situada en un punto estratégico de la antigua Mesopotamia, ubicado hoy día unos 110 kilómetros al sur de la actual Bagdad. Al fértil y rico suelo que producía generosas cosechas, se unía el hecho de que el emplazamiento en el que se ubicaba era punto de paso en las rutas comerciales que unían el oriente con occidente. Gracias a esta situación, unida a un abundante abastecimiento de agua, la ciudad pro- gresó enormemente durante más de dos mil años. De hecho, pocos años después de su primera destrucción, se iniciaron las labores de reconstrucción, para hacer de ella un conjunto mucho mayor de lo que era el primer pueblecito que hasta entonces había existido.
Hacia el año 2200 a.C. comenzó la erección de un primer templo dedicado a la diosa Ishtar, una de las principales de la ciudad, y que con el tiempo
daría lugar a la construcción de otro templo mucho mayor y más conocido, el del Esagila o Esagil, al que comúnmente conocemos, gracias a la denominación que de él se da en la Biblia, como la Torre de Babel. El levantamiento de este primitivo templo debió ser muy lento, si hacemos caso a las inscripciones que conservamos, pues se debió de estar trabajando en él durante más de doscientos años, pero este hecho tuvo una repercusión muy importante. Al igual que sucedió con otras grandes
ciudades de la antigüedad, como por ejemplo Tebas o Jerusalén, la construcción de un enorme santuario dedicado a un dios (o diosa en este caso) de gran importancia tuvo como consecuencia el que la ciudad se convirtiera también en un centro religioso. De esta manera, el prestigio de la religión se unió a la riqueza que en ella existía para darle aún más importancia que a cualquier otra ciudad vecina de Mesopotamia.
Aunque se desconoce exactamente cuál era la altura de este primitivo santuario, parece ser que no debió de ser pequeña. Quizás este hecho está
en relación con el del propio nombre de la ciudad, ya que su denominación en esta primera etapa de su historia era la de Bab Ilum, o Bab Ili, que quiere decir ‘Puerta del cielo’ o ‘Puerta de Dios’, según otras transcripciones. Es posible que, en ese afán por alcanzar una altura cada vez mayor, sus contemporáneos acabaran adjudicándole una denominación acorde con la altura del templo más elevado de la ciudad, que según sus habitantes pretendía alcanzar el cielo y a los dioses. Esta historia sería después recogida por los judíos cuando sufrieron el cautiverio en la ciudad, y de ahí procede casi con toda probabilidad el nombre con el que hoy la conocemos.
El templo debía ser grande y rico. Solo eso explica el que poco después del año 2100 a.C., el rey Shulgi de Ur lo saqueara de forma total cuando en una de sus expediciones conquistara la ciudad. Pese a ello, un siglo después, Babilonia ya había recobrado su esplendor de antaño. Ocupada por los martu hacia el año 2000 a.C., estos hicieron de la ciudad su capital, y la reconstruyeron y la embellecieron en la medida de sus posibilidades. Un siglo más tarde, era otro pueblo nómada el que tomaba el control de la ciudad. Los amorreos eran quienes, en este caso, se asentaban en ella, fundaban una dinastía de soberanos y la hacían también su capital. A pesar de los avatares, Babilonia seguía creciendo y
desarrollándose como una ciudad mesopotámica que cada vez iba alcanzando mayor importancia.

La Babilonia de Hammurabbi: La cuna del Derecho universal

La historia de la primitiva Babilonia es una continua sucesión de pueblos que arrebataban la ciudad a sus anteriores propietarios: acadios, sumerios de Ur, martu, amorreos… El ciclo no iba a detenerse hasta un siglo después, en el XVIII a.C., cuando subió al poder el primer gran soberano de Babilonia, y uno de los más importantes de los que habían existido hasta entonces en el mundo: Hammurabbi.
Hammurabbi reinó entre los años 1792 y 1750 a.C., aunque las fechas exactas en estas épocas tan lejanas son difíciles de precisar, y existen
otras cronologías diferentes a la que aquí citamos. Es conocido principalmente porque redactó un código de leyes, el cual mandó que se esculpiera sobre un monolito de diorita negra, de casi dos metros y medio de altura, que originalmente se situó en el templo de Sippar. En él se conserva una de las redacciones más completas del Derecho que
poseían los pueblos mesopotámicos, y en general es considerado el código más importante del mundo antiguo.
Hammurabbi convirtió a Babilonia en la capital de su imperio, y en pocos años, la ciudad se convirtió también en la más poblada del mundo en
su época. Desgraciadamente conocemos muy poco de la Babilonia de Hammurabbi. La mayor parte de sus restos se hallan en estratos arqueológicos muy bajos, que se encuentran por debajo del nivel actual que posee el agua subterránea de la zona. Eso impide que con los métodos actuales que habitualmente se emplean en la investigación arqueológica podamos saber cómo era la ciudad hace casi cuatro milenios, ya que resulta casi inaccesible al trabajo de los investigadores que en ella
desarrollan su labor. Tras la muerte de Hammurabbi, la ciudad siguió siendo durante más de un siglo una gran concentración humana en la que quizás podían llegar a vivir unas 60.000 personas. Así debió continuar hasta que, en 1595 a.C., los casitas la invadieron, y con ellos empezó su lento declinar, aun que todavía continuó siendo una gran con centración urbana durante varios siglos más. En el siglo XII a.C., las líneas maestras del urbanismo de Babilonia debían ser ya parecidas a las que conocemos hoy. Pero en 1174 a.C. otro pueblo la saqueó. Los elamitas, procedentes de las montañas del nordeste, tomaron la ciudad y se llevaron de ella a Susa, su capital, todo aquello que estimaron de valor. Entre los objetos robados (que se encontraron en Susa en 1901) se hallan dos códigos de leyes, el ya mencionado de Hammurabbi, y otro que se atribuye al rey Naram Sin.
En 1124 a.C., un personaje babilonio, llamado Nabucodonosor, dirigió una insurrección con tra los elamitas y los expulsó de la ciudad.
Nabucodonosor tomó el título de rey denominándose como el primero con ese nombre. Poco duró la paz. Unos veinte años después, la ciudad sufrió un nuevo ataque. Esta vez fueron los asirios, que portaban armas construidas con un nuevo material, el hierro. El uso de este los hacía casi invencibles ante los pueblos de la región, que aún utilizaban sus armas de bronce, mucho menos duras y resistentes que las que empleaban los asirios.  Con tanta lucha y tanto ataque, la población declinó. Se calcula que hacia el año 1100 a.C., la población de Babilonia debía haber descendido a menos de la mitad de la que hubo en la época de
Hammurabbi, aunque estas estimaciones siempre son cuestionables. Aun así, seguía siendo una de las ciudades del mundo con mayor número de
habitantes, y en realidad nunca dejó de ser durante todo este tiempo una gran metrópolis, si la valoramos con los parámetros de esta época, ya que el número de sus habitantes debió fluctuar la mayor parte de las veces entre 40.000 y 50.000.

La crueldad y la venganza de los asirios

 La primera dominación asiria fue breve. Pero varios siglos después, concretamente en el año 729 a.C., la nación asiria experimentó una nueva
expansión, esta mucho más fuerte y terrorífica que la primera, ya que los asirios utilizaron una táctica militar que después sería copiada por desgracia por otros muchos pueblos, la del terror. Sus campañas militares se basaban en utilizar unos métodos extraordinariamente crueles con las poblaciones que no se rendían. Con ello, esperaban atemorizar tanto a sus enemigos, que se verían imposibilitados para defenderse y, de esta forma, se rendirían antes de que comenzaran las hostilidades.
Babilonia sufrió varias veces la furia asiria, aunque su actitud no fue la de resignación. Ocho años después de la conquista del rey asirio  Teglatfalasar, Babilonia se rebeló contra su dominio bajo el liderazgo de Marduk Baladán. Durante diez años la ciudad volvió a ser libre, pero fue una paz efímera. En el 711 a.C., el rey asirio Sargón II se dirigió contra la urbe y la conquistó por tercera vez para Asiria. Sargón II apoyó el crecimiento de Babilonia, y durante más de veinte años esta volvió a ser la ciudad más importante de Mesopotamia.
Pero el recuerdo de la antigua libertad pervivía aún de forma intensa entre sus habitantes, y de esta forma, en el año 689 a.C., se produjo una nueva rebelión contra los conquistadores asirios. Los asirios no eran un pueblo que se caracterizase precisamente por su tolerancia y su comprensión hacia los territorios invadidos. Y esta vez su paciencia había llegado a su límite para con los díscolos babilonios. Ese mismo año, Senaquerib,
el soberano asirio que ocupaba el poder, con el fin de evitar una nueva rebelión en el futuro, decidió darle un escarmiento tan severo a la ciudad que esta no lo volvería a olvidar jamás. La toma de Babilonia por Senaquerib dio paso a una venganza desmedida. El rey asirio ordenó que, como castigo, se demoliera el templo de Marduk y el antiguo zigurat del Esagila. La destrucción se extendió a otros edificios, y Babilonia fue despojada de buena parte de su antiguo conjunto monumental.
Es más, en ese deseo de hacerle el mayor daño posible, Senaquerib hizo que se arrojaran los restos de los materiales de los edificios destruidos
al canal de Arakhtu, para cegarlo y perjudicar aún más a la población de la ciudad. Fue un acto de crueldad innecesario, pero al rencoroso soberano
asirio le pareció la mejor medida para hacer el mayor daño posible a la población.
Sin embargo, Babilonia tenía aún tal prestigio y tal importancia, que ni siquiera los deseos de venganza de un rey podían acabar con ella. Su
situación, sus murallas, su población, su riqueza, e incluso su pasado histórico, eran todavía un motivo de prestigio y de orgullo para cualquier
pueblo que la dominase. Por eso, el sucesor de Senaquerib, Asarhaddón, decidió solo ocho años después del castigo salvaje de su antecesor, iniciar
la reconstrucción de lo destruido y así, la recuperación de Babilonia. Esta continuó también con su heredero, Asurbanipal, de manera que, a mediados del siglo VII a.C., Babilonia se había recuperado con una inesperada rapidez de la destrucción sufrida solo cuatro décadas antes. Se estima que en esta época su población podría volver a rondar los 60.000 habitantes, tantos como había tenido en sus tiempos antiguos de máximo esplendor.
Pero todos los grandes imperios acaban, más tarde o más temprano, llegando a su fin. Y Asiria no fue una excepción. Una serie de problemas
internos, unidos a varias amenazas de carácter exterior, debilitaron de tal forma a los asirios que todo lo levantado a costa del sufrimiento de cientos
de miles de personas se vino abajo de forma estrepitosa y rápida en el corto espacio de dos décadas.

Nabopolasar y la reconstrucción de Babilonia

En 626 a.C., un personaje llamado Nabopolasar dirigió una cuarta insurrección contra el poder asirio, aprovechándose de los problemas que
aquellos tenían. Fue una decisión muy arriesgada, puesto que de haber salido mal, la subsiguiente venganza asiria podría haber provocado la desaparición definitiva de la ciudad, si la hubieran vuelto a tomar. Pero no fue así. Los asirios fueron perdiendo una batalla tras otra, acosados desde
todos los frentes. La venganza de los pueblos humillados por ellos fue tan grande que prácticamente arrasaron su suelo y sus ciudades, hasta el punto de que estas desaparecieron para el conocimiento de la Historia durante más de dos milenios. A lo largo de los veinte años que estuvo en el poder, Nabopolasar no solo derrotó por completo a los asirios, sino que también centró sus esfuerzos en continuar embelleciendo la capital de su reino, ahora que se había librado definitivamente de la terrible amenaza del norte. Para evitar nuevos ataques y disuadir a futuros enemigos, decidió construir una muralla mucho más poderosa que todas las que hasta entonces había contado la ciudad. A lo largo de un perímetro de ocho kilómetros y medio, se levantó un muro que en algunos lugares alcanzaba los 25 metros de altura, y que además contaba con un amplio foso de unos cincuenta metros, para disuadir a cualquier atacante que quisiera penetrar en la ciudad por la fuerza. Esta muralla constaba de ocho puertas para acceder al interior de la población. Una vez realizada esta obra, Nabopolasar se centró en el embellecimiento interior de Babilonia.
Inició la construcción de la maravillosa puerta de Ishtar, que aún se conserva en Berlín (ya que fue transportada allí por los arqueólogos alemanes que la encontraron a principios del siglo XX), ordenó la construcción del templo de Emakh, así como la restauración de muchos otros templos que habían sufrido daños durante la dominación asiria.
Construyó un zigurat nuevo, y dio la orden para que se erigiera un imponente complejo palatino que sirviera como residencia para los futuros monarcas babilonios.

ANGEL LUIS VERA ARANDA

Extracto de Breve Historia de las Ciudades del Mundo Antiguo

Editorial Nowtilus