El ritmo de nuestra vida siempre está acelerándose. Las innovaciones tecnológicas se extienden por nuestra sociedad en años en lugar de siglos. Cálculos que previamente requerían décadas ahora se realizan en minutos. Comunicaciones que exigían meses ocurren en segundos. En casi todas las áreas de la vida, los cambios se están produciendo cada vez más rápidamente.
Sin embargo, esta aceleración no es exclusiva de los tiempos modernos. Aunque la arquitectura y la agricultura medievales, por ejemplo, variaban muy poco a lo largo de un siglo, los cambios se producían mucho más rápidamente que en los tiempos prehistóricos, cuando las herramientas tardaban miles de años en transformarse.
Asimismo, esta aceleración no se limita a la humanidad; es un patrón que se remonta al origen de la vida en la Tierra. Las primeras formas de vida simples evolucionaron hace casi cuatro mil millones de años. La vida multicelular apareció hace aproximadamente mil millones de años. Los vertebrados con sistemas nerviosos centrales aparecieron hace varios cientos de millones de años. Los primeros homínidos se pusieron de pie sobre el planeta hace dos millones de años. El lenguaje y el empleo de herramientas emergieron hace unas decenas de miles de años. La civilización, la emigración a las ciudades, empezó hace unos miles de años. La Revolución Industrial empezó hace tres siglos. Finalmente, la revolución de la informática sólo tiene unas décadas. Cada uno de estos pasos ha ocurrido más rápidamente que el anterior.
¿Por qué se acelera la evolución? El motivo de esta aceleración es que cada nuevo avance se alza, por así decirlo, sobre los hombros de todo lo anterior. Un buen ejemplo de ello es el advenimiento de la reproducción sexual hace aproximadamente mil quinientos millones de años. Hasta entonces, las células se reproducían dividiéndose en dos, y cada una de estas células «hermanas» era un clon exacto de la original. Con la reproducción sexual, las dos células se juntaban, compartían información genética y producían retoños que contenían una combinación de sus genes. No hicieron falta muchas generaciones para que surgiera una diferencia genética. Las diferencias empezaron a producirse en cada generación, multiplicando por mil la velocidad evolutiva. Un ejemplo más reciente es el tránsito de la era industrial a la era de la información. Cuando nos pusimos a fabricar ordenadores, no tuvimos que reinventar las fábricas o los sistemas de distribución global; ya contábamos con esas estructuras. Simplemente tuvimos que aplicarlas a la producción de equipos informáticos. Así, la revolución de la información se estableció se estableció con mucha más rapidez. Esta pauta continuará en el futuro: cada nueva fase requiere una fracción del tiempo que requirió la anterior. En el futuro cabe esperar que la misma cantidad de cambios que hemos visto en los últimos veinte años ocurra en años en lugar de décadas.
Nos aproximamos a una singularidad
Entonces, ¿dónde nos lleva todo esto? Algunas personas creen que estamos dirigiéndonos hacia una «singularidad». Éste es el término usado por los matemáticos para designar un punto en el que la ecuación se viene abajo y deja de tener significado. Las reglas cambian. Ocurre algo completamente diferente.
Tenemos un ejemplo simple de singularidad cuando dividimos un número por cero. Si divides por números cada vez más pequeños, los resultados son cada vez más mayores. Pero si divides un número por cero, obtienes infinito, que no es un número en el sentido habitual. La ecuación se rompe, deja de tener sentido. Vernor Vinge fue el primer matemático que sugirió la idea de que el desarrollo humano podría estar dirigiéndose hacia una singularidad, y depués le siguieron otros, en especial Ray Kurzweil, autor del libro titulado The Singularity is Near (La singularidad está cerca). Ellos argumentan que si la potencia de los ordenadores continúa doblándose cada dieciocho meses, como ha venido ocurriendo los últimos cincuenta años, entonces, en algún momento de la década de 2020 los ordenadores igualarán el rendimiento del cerebro humano. Desde ahí, sólo queda un pequeño paso para llegar a un ordenador que supere al cerebro humano. A partir de ese momento dejaría de tener sentido que nosotros siguiéramos diseñando ordenadores; máquinas ultrainteligentes serían capaces de diseñar modelos mejores y más rápidos.
«¿Qué ocurrirá entonces?», es una gran pregunta. Algunos proponen que los seres humanos quedaremos obsoletos; las máquinas se convertirán en la vanguardia de la evolución. Otros piensan que se producirá una fusión entre la inteligencia humana y la inteligencia de la máquina; tal vez descarguemos nuestras mentes en ordenadores. Lo único que podemos predecir con seguridad es que esto supondrá una ruptura total con el pasado. La evolución entraría en un ámbito radicamente nuevo.
Pero esta transición, por importante que sea, todavía no es una verdadera singularidad en sentido matemático. La evolución -tanto la humana como la de la máquina, o la síntesis de ambas- continuaría a un ritmo siempre creciente. Los marcos temporales continuarían acortándose: de décadas a años, a meses, a días. En poco tiempo, se aproximarían a cero. Entonces el ritmo de cambio tendería a infinito. Habríamos alcanzado una verdadera singularidad matemática.
Onda temporal cero y 2012
Terence McKenna exploró la idea de que la humanidad se dirige hacia un punto de cambio infinitamente rápido en su libro The Invisible Landscape (El paisaje invisible). McKenna desarrolló una función fractal a la que llamó «onda temporal», que parece reflejar el ritmo general de la aparición de las innovaciones en el mundo. («La aparición de innovaciones» es un término acuñado por el filósofo Alfred North Whitehead para describir los avances y nuevos inventos que vienen a la existencia.) Esta onda temporal no es uniforme, sino que tiene picos y valles que responden al ritmo de aparición de las innovaciones a lo largo de la historia de la humanidad.
La característica más significativa de la onda temporal de McKenna es que su forma se repite, pero a intervalos cada vez más cortos. La curva muestra una aparición de innovaciones en torno al año 500 a.C., con la llegada de Lao Tsé, Platón, Zoroastro, Buda y muchos otros, que ejercieron una influencia importante en los milenios siguientes. La naturaleza repetitiva de la onda temporal de McKenna muestra que el mismo patrón se presenta a finales de la década de 1960, aunque ocurrió 64 veces más rápido. En 2010, el patrón vuelve a repetirse, de nuevo 64 veces más rápido, y en 2012 vuelve a repetirse una vez más, también 64 veces más rápido. La escala temporal se comprime de meses a semanas, a días, tendiendo muy rápidamente a cero: el punto que McKenna llamó «onda temporal cero».
Pero ¿cuál es exactamente esa fecha? McKenna experimentó deslizando su curva a lo largo de la historia, buscando dónde encajaba mejor. Finalmente, eligió el 22 de diciembre de 2012. En ese momento él no sabía que el calendario maya también acaba sus 5124 años un día antes. McKenna no estaba muy apegado a esta fecha; comentó que se sentiría intrigado, una vez llegado 2012, por ver si sus conjeturas con respecto a la innovación infinita demostraban ser correctas. Por desgracia, falleció en el año 2000.
Personalmente, no me importa tanto lo ocurra o deje de ocurrir en la fecha exacta del 21 de diciembre de 2012. Es evidente que casi todas las predicciones relacionadas con una fecha específica no se han cumplido. Me interesa más dónde puede llevarnos este patrón de aceleración, y sus anonadantes implicaciones tanto si ocurren en 2012 como en cualquier otro momento.
PETER RUSSELL
Extraído de El Misterio de 2012