OPERACIÓN HIGH JUMP: LA ÚLTIMA BATALLA

El 26 de septiembre de 1946 sucedió algo que superó todas las expectativas y especulaciones que cualquier mente calenturienta y dada a la fantasía se pudiera imaginar. Los titulares de los periódicos no dejaban lugar a dudas: «A casi un año y medio de terminada la guerra, un submarino alemán detuvo, días pasados, a un barco ballenero islandés. Se trataba de una embarcación llamada Juliana, que navegaba entre las Islas Malvinas y la zona antártica, y fue detenida por un submarino de gran tonelaje de la armada alemana que enarbolaba una bandera roja con grandes franjas negras en los bordes.
El comandante del submarino se acercó en un bote de goma y, tras subir a bordo, exigió parte de las provisiones. Mientras estas eran transvasadas el comandante, que hablaba un perfecto inglés, pagó en dólares por la mercancía y entregó una prima a la tripulación. Además le indicó al capitán exactamente donde podrían encontrar grandes bancos de ballenas. Más tarde los tripulantes del Juliana pudieron arponear dos cetáceos donde el alemán les había indicado».
Es interesante señalar que el abordaje de la ballenera había tenido lugar entre las Islas Malvinas y la zona antártica, es decir; a unos 1500 kilómetros al sur de Mar del Plata, exactamente sobre la prolongación de la ruta que habían seguido el U-530 y el U-977.
La noticia era absolutamente asombrosa, pero la reacción que ese suceso produjo dáis después era aún más inquietante. Se anunció una expedición anglo-noruega de exploración a las tierras desconocidas del continente austral. En el Daily Telegraph se decía: «Se espera que la expedición revelará los secretos del oasis libre de hielo y nieve que se encuentra en el interior del continente antártico. La existencia de este oasis montañoso, situado en aquella vasta zona inexplorada que es conocida bajo el nombre de Tierra de la Reina Maud, fue descubierta en 1939, poco antes de estallar la guerra, por una expedición nazi.»
La misteriosa expedición alemana volvía a cobrar protagonismo. Además se hablaba del descubrimiento de zonas templadas. Pero la cosa no acabaría ahí.
El Departamento de la Marina americana informó que el almirante Richard Byrd, condecorado con la estrella de oro «por misiones secretas cumplidas durante la guerra», estaba organizando una increíble expedición a las regiones antárticas. En la Operación High Jump iban a participar numerosas unidades navales, entre ellas dos portaaviones, y también
¡unos 4000 marines!
Todo un ejército americano se iba a colocar en medio de la blanca planicie antártica. En medio de la nada. ¿Para qué?
El almirante Byrd fue quien aclaró las dudas el mismo día de su partida desde la base naval de Norfolk, el 2 de diciembre de 1946. «La misión de esos cuatro mil soldados será la de explorar el último continente desconocido. MI expedición es de carácter militar. Uno de los fines es obtener datos completos de las zonas terrestres visitadas, con propósitos estratégicos y de inteligencia, y sobre todo observar las actividades marítimas, aeronaúticas y terrestres de otras naciones en el antártico». Quizás todo el asunto girara alrededor de las construcciones y bases erigidas por los nazis desde los años treinta.
En caso de encontrarse con lo inesperado deberían no solo observar sino plantar cara a un supuesto enemigo. Y desde luego eso parecía que iban a hacer. El contingente desplazado era impresionante. La expedición partió de Estados Unidos con una nave capitana, el Mount Olympus. El buque madre de hidroaviones Pine Island, el rompehielos North Wind y el destructor Brownsed. Además, otros cuatro buques de guerra partieron simultáneamente de otro punto de la costa americana, y poco después recibieron órdenes de zarpar otros cinco barcos más, incluidos el portaaviones Philippines Sea y el submarino Sennet.
Aunque parezca increíble, semanas más tarde se unen a la expedición americana barcos de hasta ocho naciones distintas. Incluso embarcaciones japonesas estaban colaborando finalmente. ¿Qué es lo que se buscaba en esos parajes tan inhóspitos? Pronto el continente helado estaba literalmente rodeado. Enjambres de aviones sobrevolaban sus tierras. Equipados con radares y localizadores termo magnéticos buscaban afanosamente algo.
Dos meses más tarde, el 12 de febrero, Byrd anunciaba que se había descubierto en la Antártida un «oasis de lagos con agua barrosa, de color verde oscuro. Dicha región lacustre, de unos 30 kilómetros de ancho y unos 65 de largo, está completamente desprovista de hielo y se encuentra a corta distancia de la isla de Knox.» A partir de ahí algo ocurrió. La expedición, que en principio pretendía permanecer como mínimo nueve meses en la base americana, se clausuró abruptamente a las ocho semanas, abandonando inesperadamente la Antártida. En el camino y de forma nunca aclarada, habían perdido varios aviones y algunos efectivos.
Aún más inquietantes resultan las declaraciones efectuadas por Byrd a su regreso afirmando que «si estallase otra guerra mundial, esta sería de Polo a Polo…». Nadie supo jamás a que se refería. ¿Había encontrado finalmente la base de submarinos nazi? ¿La habían destruido cumpliendo así su verdadera misión? ¿Quiénes podrían estar sobreviviendo en ella?
Desde entonces ha transcurrido más de medio siglo y, aparentemente, el objetivo de aquella pequeña «fuerza de invasión» se ha olvidado. Puede que algún soleado día del siglo XXI se den a conocer los documentos secretos que guarda el Departamento de Estado y los servicios de inteligencia americanos y, entonces, sepamos de una buena vez, qué ocurrió realmente en la Antártida durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Quizás, solo quizás, el ejército del almirante Byrd había librado la última batalla de la guerra. Enfrentándose así al último batallón nazi en las gélidas tierras del Polo Sur.

JOSÉ LESTA

Extraído de El Enigma Nazi (ed. EDAF)