EL PODER OCULTO: DE DONDE NACE LA IMPUNIDAD DE ISRAEL

La gran complicidad internacional con las masacres periódicas israelíes no se gestan por miedo a Israel, sino por miedo a lo que representa el Estado judío. Israel es el símbolo más emblemático, la patria territorial del sionismo capitalista que controla el mundo sin fronteras desde los directorios de los bancos y corporaciones trasnacionales. Israel, básicamente, es la representación nacional de un poder mundial sionista que es el dueño del Estado de Israel tanto como del Estado norteamericano, y del resto de los Estados con sus recursos naturales y sistemas económico-productivos. Y que controla el planeta desde los bancos centrales, las grandes cadenas mediáticas y los arsenales nucleares militares.

A) El poder oculto

Israel, es la más clara referencia geográfica del sistema capitalista trasnacionalizado que controla desde gobiernos hasta sistemas económico productivos y grandes medios de comunicación,  tanto en los países centrales como en el mundo subdesarrollado y periférico.

El Estado judío, más allá de su incidencia como Nación, es el símbolo más representativo  de un poder mundial controlado en sus resortes decisivos por grupos minoritarios de origen judío, y conformado por una estructura de estrategas y tecnócratas que operan las redes industriales, tecnológicas, militares, financieras y mediáticas del capitalismo trasnacional extendido por los cuatro puntos cardinales del planeta.

Con una población de alrededor de 7,35 millones de habitantes, Israel es el único Estado judío del mundo.

Pero cuando hablamos de Israel, hablamos (por extensión) de la referencia más significante de un sistema capitalista globalizado que controla gobiernos, países, sistemas económicos productivos, bancos centrales, centros financieros, arsenales nucleares y complejos militares industriales.

Cuando hablamos de Israel, hablamos antes que nada  de un diseño estratégico de poder mundial que lo protege, interactivo y totalizado, que se concreta mediante una red infinita de asociaciones y  vasos comunicantes entre el capital financiero, industrial y de servicios que convierte a los países y gobiernos en gerencias de enclave.

El lobby sionista que sostiene y legitima la existencia de Israel, no es un Estado en el lejano Medio Oriente, sino un sistema de poder económico planetario (el sistema capitalista) de bancos y corporaciones trasnacionales con judíos dominando la mayoría de los paquetes accionarios o hegemonizando las decisiones gerenciales desde puestos directrices y ejecutivos.

Quien se tome el trabajo de investigar el nombre de los integrantes de los directorios o de los accionistas de la grandes corporaciones y bancos transnacionales estadounidenses y europeos que controlan desde el comercio exterior e interior hasta los sistemas económico productivos de los países, tanto centrales como «subdesarrollados» o «emergentes», podrá fácilmente comprobar que (en una abrumante mayoría) son de origen judío.

Los directivos y accionistas de las primeras treinta megaempresas trasnacionales y bancos (las más grandes del mundo) que cotizan en el indice Dow Jones de Wall Street, son mayoritariamente de origen judío.

Megacorporaciones del capitalismo sin fronteras como  Wal-Mart Stores, Walt Disney, Microsoft, Pfizer Inc, General Motors, Hewlett Packard, Home Depot, Honeywell, IBM, Intel Corporation, Johnson & Johnson, JP Morgan Chase, American International Group, American Express, AT & T, Boeing Co (armamentista), Caterpillar, Citigroup, Coca Cola, Dupont, Exxon Mobil (petrolera), General Electric,  McDonalds, Merck & Co,  Procter & Gamble, United Technologies, Verizon, son  controladas y/o gerenciados por capitales y personas de origen judío.

Estas corporaciones representan la crema de la crema de los grandes consorcios trasnacionales judeo sionistas que, a través del lobby ejercido por las embajadas estadounidenses y europeas, dictan y condicionan la política mundial y el comportamiento de gobiernos, ejércitos, o instituciones mundiales oficiales o privadas. 

Son los amos invisibles del planeta: los que manejan a los países y a presidentes por control remoto, como si fueran títeres de última generación.

Quien investigue con este mismo criterio, además, los medios de comunicación, la industria cultural o artística, cámaras empresariales, organizaciones sociales, fundaciones, organizaciones profesionales, ONGs, tanto en los países centrales como periféricos, se va a sorprender de la notable  incidencia  de personas de origen judío en sus más altos niveles de decisión.

Las tres principales cadenas televisivas de EEUU (CNN, ABC, NBC y Fox) , los tres principales diarios (The Wall Street Journal, The New York Times y The Washington Post) están controlados y gerenciados (a través de paquetes accionarios o de familias) por grupos del lobby judío, principalmente neoyorquino.

Asimismo como las tres más influyentes revistas (Newsweek, Time y The New Yorker), y consorcios hegemónicos de Internet como Time-Warner (fusionado con América on Line) o Yahoo, están controlados por gerenciamiento y capital  judío que opera a nivel de redes y conglomerados entrelazados con otras empresas.

Colosos del cine de Hollywood y del espectáculo como The Walt Disney Company, Warner Brothers, Columbia Pictures, Paramount, 20th Century Fox, entre otros, forman parte de esta red interactiva del capital sionista imperialista.

La concentración del capital mundial en  mega-grupos o mega-compañías controladas por el capital sionista, en una proporción aplastante, posibilita decisiones planetarias de todo tipo, en la economía, en la sociedad, en la vida política, en la cultura, etc., y representa el aspecto más definitorio de la globalización impuesta por el poder mundial del sistema capitalista imperial.

El objetivo central expansivo de este capitalismo sionista trasnacionalizado es el control y el dominio (por medio de las guerras de conquista o de «sistemas democráticos)  de recursos naturales y sistemas económico – productivos, en un accionar que sus defensores y teóricos llaman «políticas de mercado».

El capitalismo transnacional, a escala global, es el dueño de los estados y sus recursos y sistemas económico- productivos, no solamente del mundo dependiente, sino también de los países capitalistas centrales.

Por lo tanto los gobiernos dependientes y centrales son gerencias de enclave ( por izquierda o derecha) que con  variantes discursivas ejecutan el mismo programa económico y las mismas líneas estratégicas de control político y social.

Este capitalismo transnacional «sin fronteras» del lobby sionista que sostiene al Estado de Israel se asienta en dos pilares fundamentales: la especulación financiera informatizada (con asiento territorial en Wall Street ) y la tecnología militar-industrial de última generación (cuya expresión máxima de desarrollo se concentra en el Complejo Militar Industrial de EEUU).

El lobby sionista internacional, sobre el cual se asientan los pilares existenciales del Estado de Israel, controla desde gobiernos, ejércitos, policías, estructuras económicos productivas, sistemas financieros, sistemas políticos, estructuras tecnológicas y científicas, estructuras socio-culturales, estructuras mediáticas internacionales, hasta el poder de policía mundial asentado sobre los arsenales nucleares, los complejos militares industriales y los aparatos de despliegue militar de EEUU y de las potencias centrales.

A ese poder, y no al Estado de Israel, es al que temen los presidentes, políticos, periodistas e intelectuales que callan o deforman a diario los genocidios de Israel en Medio Oriente  temerosos de quedar sepultados de por vida bajo la lápida del «antisemitismo».

B) El lobby imperial

El lobby sionista pro-israelí, la red del poder oculto que controla Casa Blanca, el Pentágono  y la Reserva Federal  no reza en las sinagogas sino en la Catedral de Wall Street. Un detalle a tener en cuenta, para no confundir la religión con el mito y el negocio.

Cuando se refieren al lobby sionista (al que llaman lobby pro-israelí) la mayoría de los expertos y analistas hablan de un grupo de funcionarios y tecnócratas, en cuyas manos está el diseño y la ejecución de la política militar norteamericana.

A este lobby de presión se le atribuye el objetivo estratégico permanente de imponer la agenda militar y los intereses políticos y geopolíticos del gobierno y el Estado de Israel en la política exterior de EEUU.

Como definición, el lobby pro-israelí es una gigantesca maquinaria de presión económica y política que opera simultáneamente en todos los estamentos del poder institucional estadounidense: Casa Blanca, Congreso, Pentágono,  Departamento de Estado, CIA y agencias de la comunidad de inteligencia, entre los mas importantes.

Por medio de la utilización política de su poder financiero, de su estratégica posición en los centros de decisión, los grupos financieros del lobby ejercen influencia decisiva en la política interna y externa de EEUU, la primera potencia imperial, además de su papel dominante en la financiación de los partidos políticos, de los candidatos presidenciales y de los congresistas.

A nivel imperial, el poder financiero del lobby se expresa principalmente por medio de la Reserva Federal de EEUU, un organismo clave para la concentración y reproducción del capital especulativo a nivel planetario.

El corazón del lobby sionista estadounidense es el poderoso sector financiero de Wall Street que tiene directa implicancia y participación en el nombramiento de funcionarios claves del gobierno de EEUU y de los órganos de control de política monetaria e instituciones crediticias (nacional e internacional) con sede en Washington y Nueva York.

Los organismos económicos financieros internacionales como la OCDE, el Banco Mundial, el FMI, están bajo directo control de los bancos centrales y de los gobiernos de EEUU y de las potencias  controladas por el lobby sionista internacional (Gran Bretaña, Alemania, Francia, Japón, entre las más relevantes).

Organizaciones y alianzas internacionales como la ONU, el Consejo de Seguridad y la OTAN están controlados por el eje sionista USA-Unión Europea cuyas potencias centrales son las que garantizan la impunidad de los exterminios militares de Israel en Medio Oriente, como sucedió con la última masacre de activistas solidarios con el pueblo de Gaza.

Las principales instituciones financieras del lobby (Goldman Sachs, Morgan Stanley, Lehman Brothers, etc) y los principales bancos (Citigroup, JP Morgan y Merrill Lynch, etc), influyen decisivamente para el nombramiento de los titulares de la Reserva Federal, el Tesoro, y la secretaría de Comercio, además de los directores del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.

C) El mito del «antisemitismo»

A este fenómeno de «poder capitalista mundial» judío, y no a Israel, es lo que temen los presidentes, políticos, periodistas, e intelectuales que evitan puntillosamente condenar o nombrar los periódicos genocidios militares de Israel en Gaza, repitiendo lo que ya hicieron durante la masacre israelí en Libano en el 2006.

La gran complicidad internacional con las masacres periódicas israelíes no se gestan por miedo al Estado de Israel sino por miedo a lo que representa el Estado de Israel.

No se trata de Israel, un Estado sionista más, sino del «Gran Israel», la patria del judaísmo mundial (con territorio robado a los palestinos), de la cual todos los judíos del mundo se sienten sus hijos pródigos desperdigados por el mundo.

No se trata de Israel, sino de las poderosas organizaciones y comunidades judías mundiales que apoyaron en bloque el genocidio militar de Israel en Gaza, que utilizan su poder y «escala de prestigio» (construida mediante su victimización histórica con el Holocausto) para convertir en un leproso social al que se atreva criticar o a levantar la voz contra el exterminio militar israelí en Gaza.

Los gobiernos del mundo capitalista, los periodistas, intelectuales, organizaciones sindicales y sociales no le temen a Israel, sino a su lapidación social como «antisemita» (mote que se le otorga al que enfrenta y/o denuncia al sionismo judío).

No le temen al Estado de Israel, sino a los hijos de Israel camuflados en los grandes centros de decisión del poder mundial, sobre todo económicos-financieros y mediático-culturales.

Los políticos, intelectuales y periodistas del sistema no temen a Israel, sino que temen a los medios, organizaciones y empresas judías, y a su influencia sobre los gobiernos y procesos económicos-culturales del sistema sionista capitalista extendido por todos los países a escala planetaria.

En definitiva temen que las empresas, las universidades, las organizaciones y las fundaciones internacionales sionistas que financian y o promocionan sus ascensos y puestos en la maquinaria del sistema los declaren «antisemitas» y los dejen sin trabajo, sin vacaciones y sin jubilación.

Esa es la causa principal que explica porque los intelectuales, académicos  y periodistas del sistema viven elucubrando sesudos análisis de la «realidad» política, económica y social sin la presencia de la palabra judío o del sistema capitalista que paga por sus servicios.

Si bien hay un grupo de intelectuales y de militantes judíos de izquierda (entre ellos Chomsky y Gelman, entre otros) que condenaron y protestaron contra el genocidio israelí en Gaza, la mayoría abrumante de las comunidades y organizaciones judías a escala planetaria apoyaron explícitamente la masacre de civiles en Gaza argumentando que se trataba de una «guerra contra el terrorismo».

A pesar de que Israel no invadió ni perpetró un genocidio militar en Gaza con la religión judía, sino con aviones F-16, misiles, bombas de racimo, helicópteros Apache, tanques, artillería pesada, barcos, sistemas informatizados, y una estrategia y un plan de exterminio militar en gran escala, quien cuestione esa masacre es condenado por «antisemita» por el poder judío mundial distribuido por el mundo.

A pesar de que el lobby judío sionista  que controla Israel, tanto como la Casa Blanca, el Tesoro y la Reserva Federal de EEUU no reza en las sinagogas sino en la Catedral de Wall Street, el que lo critique es tildado de inmediato como «antisemita» o «nazi» por las estructuras mediáticas y culturales controlados por el poder judío mundial.

Las campañas de denuncia de antisemitismo con las que Israel y las organizaciones judías buscan neutralizar a las criticas contra la masacre, abordan la cuestión como si el sionismo judío (sostén del estado de Israel) fuera una cuestión «racial» o religiosa, y no un sistema de dominio imperial que abarca interactivamente el plano económico, político, social y cultural, superando la cuestión de la raza o de las creencias religiosas.

El lobby sionista no controla el mundo con la religión: lo maneja con bancos, trasnacionales, hegemonía sobre los sistemas económicos-productivos, control sobre los recursos naturales, control de la red informativa y de manipulación mundial, y manejo de los valores sociales a través de la publicidad, la cultura y el consumo estandarizado y globalizado por los medios de comunicación.

En definitiva, el lobby judío no representa a ninguna sinagoga ni expresión racial, sino que es la estructura que maneja el poder mundial a través del control sobre los centros económicos-financieros y  de decisión estratégica del sistema capitalista expandido como civilización «única».

Antes que por la religión y la raza, el lobby sionista y sus redes se mueven por una ideología política funcional: el sionismo capitalista-imperial que antepone el mercado, la concentración de riqueza, la «política de negocios», a cualquier filosofía que roce las nociones del «bien» o del «mal» entendidos dentro de parámetros sociales.

Entonces: ¿De qué hablan cuando hablan de «antisemitismo» o de «anti-judaismo religioso? ¿En que parámetros referenciales se basa la condición de «antisemita»? ¿Quién es antisemita? ¿Quién critica a los judíos por su religión o por su raza en las sociedades del mundo?

A lo sumo, a los judíos, como está probado en la realidad social de cualquier país, no se los critica por su religión o condición racial sino por su apego excesivo al status del dinero (también cultivado por otras colectividades) y a integrar estructuras o jerarquías de poder dentro de un sistema injusto de opresión y de explotación del hombre por el hombre, como es el sistema capitalista.

Salvo los grupos minoritarios de fanáticos y racistas que sólo se representan a sí mismos, en las  sociedades (salvo el nazismo alemán y algunas excepciones) casi nunca hubo «persecución religiosa o racial» del judío, si no que hubo una asociación del judío con la «peor cara del capitalismo», representada en el sistema económico-financiero especulativo.

En resumen:

El  lobby sionista que protege al Estado de Israel (por «derecha» y por «izquierda) esta conformado por una estructura de estrategas y tecnócratas que operan las redes industriales, tecnológicas, militares, financieras y mediáticas del capitalismo trasnacional extendido por los cuatro puntos cardinales del planeta.

Sus redes se expresan a través de una multiplicidad de organizaciones dedicadas a promover el actual modelo global, entre las que se cuentan principalmente: The Hudson Institute, The RAND Corporation, The Brookings Institution, The Trilateral Commission, The World Economic Forum, Aspen Institute, American Enterprise Institute, Deutsche Gesellschaft für Auswärtigen Politik, Bilderberg Group, Cato Institute, Tavestock institute, y el Carnegie Endowment for International Peace, entre otros.

Todos estos think tanks o «bancos de cerebros», reúnen a los mejores tecnócratas, científicos y estudiosos en sus respectivos campos, egresados de los las universidades de EEUU, Europa y de todo el resto del mundo.

El lobby no responde solamente al Estado de Israel (como afirman los analistas de la «cara derechista» de los neocons) sino a un poder mundial sionista que es el dueño del Estado de Israel tanto como del Estado norteamericano, y del resto de los Estados con sus recursos naturales y sistemas económico-productivos.

El lobby no solamente está en la Casa Blanca sino que abarca todos los niveles de las operaciones del capitalismo a escala trasnacional, cuyo diseño estratégico está en la cabeza de los grandes charmans y ejecutivos de bancos y consorcios multinacionales que se sientan en el Consenso de Washington y se reparten el planeta como si fuera un pastel.

Ni la izquierda ni la derecha partidaria hablan de este poder «totalizado» por la sencilla razón de que ambas están fusionadas (a modo de alternativas falsamente enfrentadas) a los programas y  estrategias del capitalismo trasnacional que controla el planeta.

Por lo tanto, y mientras no se articule un nuevo sistema de comprensión estratégica (una «tercera posición» revolucionaria del saber y el conocimiento) el poder mundial que controla el planeta seguirá perpetuándose en las falsas opciones de «izquierda» y «derecha».

Y el lobby judío de «derecha» de los republicanos conservadores seguirá sucediendo  al lobby judío «de izquierda» de los demócratas liberales en una continuidad estratégica de las mismas líneas rectoras del Imperio sionista mundial.

Y las masacres del Estado de Israel seguirán, como hasta ahora, impunes y protegidas por las estructuras del sistema de poder mundial sionista capitalista que lo considera como su «patria territorial».

MANUEL FREYTAS

IAR Noticias

LA FORTALEZA DE KUÉLAP, HERENCIA DE LOS CHACHAPOYAS

Los Chachapoyas eran un pueblo del Perú que vivía en la cuenca del Río Marañón, en los actuales departamentos de Amazonas, Cajamarca, San Martín y en el occidente del departamento de Loreto. Su dominio se extendía de la selva baja en las orillas del Marañón, hasta montañas de 3500 metros de altura sobre el nivel del mar.
Se desconoce el nombre original con el cual los Chachapoyas se autodefinían, pero se piensa que los Incas los llamaban sacha puya, o bien, gente de las nubes, en quechua.
El primer escritor que dio noticias y descripciones del reino de los Chachapoyas fue Pedro Cieza de León, quien, en sus Crónicas del Perú (1553), escribió:

Los Chachapoyas son los más blancos y hermosos de todos los nativos que he visto en las Indias; sus mujeres son tan bellas que con frecuencia están reservadas a los príncipes de los Incas y son llevadas al templo del Sol… las mujeres y sus maridos se visten con ropas de lana y llevan un singular sombrero llamado llauto, que utilizan como símbolo para ser reconocidos en cualquier parte.

El escritor español agregó, refiriéndose a la grandeza del reino de los Chachapoyas:

Lo podemos fácilmente llamar reino porque tiene cincuenta leguas de largo por veinte leguas de ancho, excluyendo el territorio de Muyupampa, que tiene otras treinta leguas de extensión. (La legua castellana correspondía a aproximadamente 5 km).

A partir de los últimos estudios arqueológicos en los sitios de Kuélap y Gran Pajaten se llegó a la conclusión de que los Chachapoyas no provenían de la Amazonía, sino que, por el contrario, habían ido allí probablemente para expandir su dominio y poder ocupar otras tierras para destinar a la agricultura, con el fin de poder satisfacer las necesidades de una población en constante crecimiento.
Queda la duda de por qué Cieza de León describió a los Chachapoyas como los más blancos de todo el Perú. ¿Se refería solamente al hecho de que tenían la piel ligeramente más clara que los Incas o, por el contrario, quiso aludir también a otras características físicas como la forma del rostro, el color de los ojos y del cabello?
Al analizar varios sarcófagos antropomorfos encontrados en La Petaca, en Leymebamba, los cuales recuerdan a la cultura Wari, algunos investigadores propusieron que los Chachapoyas descendían de pueblos pertenecientes a la cultura Tiwanaku-Wari, que se desarrolló en las cercanías de la actual ciudad de Ayacucho alrededor del 800 d.C. Cuando la cultura Wari cesó repentinamente de existir entorno al año 1000 d.C., los descendientes de los Wari habrían abandonado la zona, para establecerse después en diferentes zonas del Perú.
El arqueólogo Federico Kauffman Doig, en cambio, sostuvo que el pueblo de los Chachapoyas era originario del curso medio del Marañón, donde se había establecido desde hacía muchos milenios. Después de haber estudiado las pinturas rupestres en los sitios de Yamón, Chiñuña y El Palto, situados en el distrito de Yamón, en la provincia de Utcubamba, llegó a la conclusión de que dichas expresiones artísticas, de hasta seis milenios de antigüedad, eran propias de la proto-cultura Chachapoya. En efecto, en la zona de la fortaleza de Kuélap y en las cercanías de otros sitios arqueológicos como el Gran Pajaten, se encontraron algunas evidencias arqueológicas que pueden remontarse a las culturas Luya, Chillao, Paclla y Chilchos, que constituyen el substrato cultural sobre el cual se desarrolló luego la cultura Chachapoya propiamente dicha.
En cuanto a lo arquitectónico, los Chachapoyas eran muy avanzados. Los sitios arqueológicos más importantes son la fortaleza de Kuélap y las ciudadelas de Gran Pajaten, Gran Vilaya y Gran Saposoa. Las últimas tres fueron estudiadas y presentadas al mundo por el explorador estadounidense Gene Savoy (1927-2009).
La construcción monumental más imponente y característica de la cultura Chachapoya es, en todo caso, la fortaleza de Kuélap, que se erige a unos 3000 metros sobre el nivel del mar, en la ribera izquierda del Río Uctubamba, al suroeste del pueblo de Tingo, en el departamento de Chachapoyas. Una vez que se llega a Tingo, a aproximadamente 2000 metros de altura, se recorren 8 kilómetros por un sendero hasta llegar, después de unos 1000 metros de ascenso, a Kuélap, la ciudadela fortificada de los Chachapoyas, situada en un lugar frío y lluvioso.
Ningún arqueólogo se atreve a afirmar cuándo fue construida la fortaleza de Kuélap y ninguno sabe tampoco cuándo fue abandonada. Según algunos investigadores que sitúan la época clásica de la cultura Chachapoya alrededor del siglo VII d.C., la fortaleza pudo haber sido erigida hacia el siglo octavo d.C., pero es sólo una suposición. Todo eso testifica que, una vez más, el tan reconocido método del carbono 14 no sirve cuando se trata de datar una construcción en piedra.
Si bien la fortaleza probablemente fue saqueada en los primeros años del siglo XIX y, de todos modos, era conocida por los campesinos de la zona, fue descrita por primera vez en 1843 por el juez Crisóstomo Nieto, quien, seguramente, se quedó atónito entrando en un lugar abandonado por el hombre varios siglos atrás.
Para Federico Kauffman Doig, la ciudadela, de aproximadamente 600 metros de longitud, 110 metros de anchura y con muros de hasta 19 metros de altura, era un centro habitado que servía como depósito y lugar de intercambio de productos agrícolas (maíz, quinua, quiwicha, mandioca, maca, etc.), además de ser un centro ceremonial donde probablemente se llevaban a cabo ritos propiciatorios de la fertilidad de la tierra.
Al interior de la fortaleza de Kuélap hay unas 420 construcciones, casi todas circulares (sólo 5 son rectangulares). La muralla fue construida utilizando miles de grandes piedras (algunas de 3 toneladas de peso). Dentro de ella se depositaron varios restos humanos y se piensa que se trataba de una segunda sepultura de los mismos. Estas ceremonias se efectuaban probablemente para rendir homenaje a guerreros muertos en batalla. Los pueblos antiguos del Perú solían inhumar los despojos de sus progenitores muy cerca de las casas, justamente porque querían que el alma del difunto pudiera servir de centinela y protección contra los persistentes ataques externos.
Sólo a través de tres angostas entradas era posible acceder a la fortaleza: dos en la fachada oriental y una en el lado que da al occidente. Son largos corredores de aproximadamente 60 metros que se van estrechando a medida que se llega a la ciudadela, permitiendo la entrada de solamente una persona a la vez, con el fin de poder repeler eventuales asedios de pueblos hostiles. Al interior de la fortaleza de distinguen dos zonas: pueblo bajo y pueblo alto, la segunda situada en un nivel superior respecto a la primera y rodeada a su vez por un muro de aproximadamente 10 metros de altura.
Una de las construcciones más atractivas del llamado pueblo bajo es el Tintero, estructura de forma cónica con un diámetro de 15 metros y una altura de 5,5 metros. Cerca del Tintero se hallaron restos de cenizas, maíz tostado, residuos de huesos de camélidos, roedores y corzos. Se puede pensar que servía para ceremonias o, tal vez, para sacrificios. Para algunos estudiosos, en cambio, podría ser una estructura apta para marcar el solsticio de verano, cumpliendo, por tanto, funciones astronómicas y relacionadas con la siembra.
Las otras construcciones importantes son la torre defensiva (llamada también Atalaya o centinela), situada al interior del área denominada pueblo alto, de aproximadamente 7 metros de altura, y el Castillo, de 27 metros de largo y 9 de ancho. Esta última estructura era probablemente un edificio público o un centro ceremonial.
Se piensa que en la ciudadela vivía sólo la elite de los Chachapoyas, o bien, los gobernantes, chamanes o guerreros. La mayoría de la población vivía, en cambio, por fuera de la fortaleza en chozas de madera o barro seco que no resistieron el transcurso del tiempo.
Las estructuras residenciales al interior de la ciudadela eran circulares. Su diámetro, aún teniendo un promedio de 9 metros, podía alcanzar los 12. La altura media de las casas era de alrededor 4 metros.
En los muros de las casas se hallaron decoraciones que evocan los símbolos de la serpiente, del ave y del felino, y que recuerdan, por tanto, a Chavín de Huántar.
Las casas estaban desprovistas de ventanas, probablemente para combatir el frío, pero disponían de ingeniosos sistemas de drenaje y ventilación.
¿Cuál era el número total de los habitantes de Kuélap? Quizá 3000 personas, que al sumarse a las aproximadas 7000 que podían vivir fuera de las murallas, dan una población total de unos 10.000 individuos.
¿Qué lengua se hablaba en Kuélap? Si se admite la teoría del origen proto-Wari, se podría pensar que en Kuélap se hablaba un proto-aymara o proto-quechua. Si, por el contrario, se apoya la teoría de Federico Kauffman Doig sobre el origen de los Chachapoyas, basada en pueblos pre-existentes, se podría pensar que los antiguos habitantes de Kuélap hablaban lenguas amazónicas, pero por ahora no se puede deducir cuáles fueron. Si se pudieran analizar, con técnicas que aún no son universalmente conocidas, los restos de material orgánico hallado en los esqueletos descubiertos en Kuélap, se podría quizás intentar dar una explicación genética del origen de los Chachapoyas.
El reino de los Chachapoyas fue conquistado por el emperador de los Incas Tupac Inca Yupanqui en la segunda mitad del siglo XV.

YURI LEVERATTO