CABEZAS QUE DANZAN, SWASTIKAS, LABERINTOS Y GEOMETRÍAS SECRETAS

En el camino de un saber perdido -más bien olvidado, desprendido de su esencia- sólo el iniciado pasará.

Ante nosotros existe un mundo en el que los signos nos advierten sobre aquello que vendrá. Presencia en el mundo y presencia del mundo. Certeza expresada acerca de las otras presencias que nos rodean y atenazan, inseguridad respecto a como hemos de resolver la espinosa situación planteada por los predominios y las posesiones en relación con las cosas.
Todo ello -y algo más- viene afirmado en el Laberinto. Allí se muestra representado, incluido, pautado, en las vueltas y revueltas de su desarrollo espacio temporal. Allí figura condensado como información relevante en los signos que se manifiestan frente a una necesidad imperiosa: la que empuja al caminante, al aventurero o al simple mortal, para resolver el problema que surge cuando se muestra lo múltiple frente a lo que se considera uno y definitivamente establecido.
Así ocurre con aquellos laberintos que ahora estudiamos. Tambien con los extraños seres que moran en sus caminos. Seres como la Gorgona swastiforme, cabeza sin cuerpo que danza, antigua divinidad lunar en la que se condensan propiedades apotropaicas, junto al terrorífico poder que conduce hacia la muerte o tal vez hacia algo peor que pueda tener reservado lo numinoso para los incautos y advenedizos. Es decir, para quienes, sin mas preparación, se internan audazmente en las sombras de lo primigenio.

Un laberinto con forma de swastika es el Camino de los muertos, la vía de ida y vuelta hacia el más allá que algunos pretendieron abrir. Las crónicas, no siempre bien confirmadas, aseguran que en Wewelsburg, el castillo medieval en el que Heinrich Himmler pretendió instaurar los misterios de su Orden Negra, los blasones de los Obergruppenführer SS fallecidos, se quemaban en un pozo existente en la cripta. El humo de esa cremación era absorbido por cuatro respiraderos practicados entre las ramas de una hakenkreuz dispuesta en la bóveda, justo debajo del Schwarzesonne, el Sol Negro colocado en el suelo de la sala superior. A dicha disposición de elementos -el Fuego, el Humo ascendiendo recto, los orificios de salida, la gran swastika y el Sol Negro- se le denominaba «el adoratorio, el camino y reino de los muertos» (Heinz Höhne, Der Orden unter dem Totenkopf. Die Geschichte der SS, «La Orden de la Calavera», Plaza y Janés).

Pero la asociación de laberintos, caminos y swastikas parece encerrar algo más. Los giros anunciados o prometidos por el signo swastiforme o por sus figuras matrices -espirales, meandros, hexapétalas, estrellas de vectores y cruciformes, entre otras- suelen ser siempre como los giros que, para el iniciado, habría de emprender el mundo, incluso el universo entero. Aunque ese voltear esperado, previsto, haya de iniciarse a partir de lo que está encerrado, contenido, en una cápsula de espacio y tiempo. Y los ejemplos de este proceso abundan, desde Hissarlik (donde Schliemann encontró unos cuantos objetos con grabados de swastikas y laberintos), hasta Newgrange, con su Triple Espiral -el Signo de los antiguos druidas- o por las dedalescas tierras y palacios de Knossos, en la Creta inmemorial y legendaria.

La simbología del encierro, es, tal vez, una de las más evidentes y de las que se ofrecen con un mayor dinamismo al observador. En efecto, no hay laberinto sin encierro, por más provisional y breve que esa reclusión pueda ser. La propia dinámica laberíntica se apoya como sobre dos patas en dicha convicción y en la certeza -que desde el comienzo mismo del camino ha de brillar como una luz en la oscuridad- de que siempre existe alguna salida posible, la cual, no obstante, conviene encontrar con una cierta premura.

Pero lo mismo que existe una posibilidad, fundamentada en el conocimiento, que permite salir del laberinto, tambien existe otra, en ningún caso desdeñable, de no encontrar nunca más el camino correcto y de que el explorador vague, por tanto, perdido entre vueltas y revueltas hasta morir por extenuación o hasta ser atrapado por los monstruos que -también casi siempre- moran en el dédalo y allí permanecen al acecho.

Swastikas y swastiformes han sido escogidos en numerosas ocasiones como signos adecuados para expresar, con sus propias modificaciones y mudanzas, los pasos que integran y componen el Gran Cambio. El marco apropiado de tales variaciones significantes es, ciertamente, el laberinto, representado por círculos y espirales, por su carácter continente y apropiado para el encierro, quizá también por la condición subterránea, oscura y asfixiante, que el laberinto comparte con la tumba y que viene a ser como una metáfora suprema de esa transición establecida entre dos mundos, acontecer inevitable, a la vez esperado y temido.

No debemos olvidar que la tumba, el laberinto y el camino participan en las propiedades de lo iniciático y del pasaje hacia otros niveles de la realidad. En no pocas ocasiones, la swastika viene a señalar con su presencia, desde hace miles de años, la proximidad de un cambio o la inminencia de una transformación que va a producirse. También puede indicar la presencia de Algo que está llegando hasta nosotros.

Por estas razones, swastikas y laberintos pueden ir unidos a las danzas sagradas, a las huídas del lugar de los muertos, a las geometrias secretas que casi siempre acompañan a las divinidades o a las entidades vinculadas con lo numinoso y extraordinario del Otro Mundo.

Como ejemplo de algunas de las razones apuntadas, describiremos brevemente un mosaico que, siglos atrás, formó parte del suelo de una de las habitaciones en una Villa romana situada muy cerca del pueblecito palentino de Quintanilla de la Cueza.
A dicho mosaico se le denomina, precisamente, «de las swastikas», toda vez que este signo es el protagonista principal y casi único de entre el juego de motivos gráficos que forman dicha pieza, tal como puede apreciarse en la fotografía.

El mosaico aparece perfectamente orientado de Norte a Sur geográficos y está formado por ocho medallones circulares, dispuestos en dos grupos de cuatro y paralelos entre sí. En el interior de cada una de esas ocho figuras, puede observarse otro círculo inscrito el cual separa un sector conteniendo un número variable de espirales y, por dentro de él, una gran swastika cuyos brazos se prolongan por fuera del propio medallón, uniéndose a los vecinos y repitiéndose en ellos los motivos descritos en forma, número y disposición.

La unión de las ocho grandes swastikas encerradas en los correspondientes medallones forma un camino laberíntico cuyo trazado aparece indicado con toda claridad en el dibujo del mosaico. Siguiendo este camino y sus múltiples vueltas, llega a ser posible -como sucede en cualquier laberinto- entrar por un lado del circuito dedalesco y salir por otro, aunque, como pronto se verá, en el mismo texto laberíntico presente ante nosotros se muestran lo que probablemente pueden considerarse ciertas condiciones o acotamientos referidos a las circunstancias de dicho camino.

En efecto, dentro de cada medallón, dibujados por la parte exterior de los brazos de las swastikas grandes que forman el camino laberíntico, figuran cuatro grupos integrados cada uno a su vez por tres swastikas de pequeño tamaño, un total de doce por medallón, y que se muestran dispuestas en una curiosa forma, puesto que no giran todas ellas en el mismo sentido, sino que aparecen como dextrogiras o sinistrogiras, siguiendo una cierta pauta.

Si atribuimos a cada una de estas pequeñas swastikas  -un total de treinta y dos grupos de tres, es decir, noventa y seis contadas en el mosaico- una «D» o una «S», representando la circunstancia de su giro diestro o siniestro (Dextrorsum o Sinistrorsum), obtendremos lo que podrían ser conjuntos de letras constituyendo algún tipo de mensaje o instrucción, que se va revelando al caminante conforme éste completa su marcha y recorre los correspondientes tramos del sendero laberíntico.

Cualquiera que intente seguir el camino correcto de entre los señalados por el trazo del laberinto swastiforme, habrá de pasar desde un medallón al vecino ejecutando una especie de danza, pautada tanto por los sentidos de giro prescritos por las espirales del contorno, como por las instrucciones transcritas a partir del código significado por los grupos de tres swastikas menores, de los que existen, como decimos, cuatro en cada medallón.

¿Cual será el mensaje que aguarda encerrado en un laberinto, en las derruídas habitaciones y en el arruinado solar de una villa romana, perdida en las llanuras palentinas?

Una vez más, y no será la última ocasión en que veamos algo así en relación con las swastikas, las danzas, las cabezas que vuelan sin cuerpo y los laberintos que esconden tantos secretos, lo simple suele ocultar cuestiones complejas y extraordinarias que permanecen tras el velo de lo inaparente, de eso en lo que casi nadie se fija.

Pero si, en cualquier ocasión propicia, aguardamos a que anochezca y a que las sombras se apoderen de aquellos lugares, si nos asomamos luego a los muros derrumbados, a los pozos y canales vacios, a las desiertas habitaciones con suelo de mosaico que parecen esperar en medio de las tinieblas, tal vez entonces podamos sorprender el vuelo de una suave luz azulada, desplazándose lentamente sobre las ruinas, saltando de un recinto a otro como si buscara algo que no encuentra y, cuando al fin se coloca sobre el dibujo laberíntico de las swastikas, quizá veamos como empieza a imprimir a sus movimientos un suave balanceo, describiendo círculos y líneas en el aire, dibujando -pobre espíritu perdido- las cadencias de alguna danza olvidada.

Con esa danza, se acompaña un secreto. ¿Desearían, tal vez, conocerlo? Es posible que, si se empeñan, pudieran conseguirlo. Pero han de saber que no conviene detenerse mucho en compañías de seres ya muertos, de los que tan solo queda una pequeña y mortecina luz azulada.

Recuerdo una antigua canción de los Kwakiutls de la Columbia Británica, recogida por Sir James George Frazer en su Rama dorada:

Tengo el tesoro mágico.

Tengo el poder sobrenatural.

Puedo cruzar el Umbral, recorrer el Laberinto y volver de nuevo a la vida.

Delante de esos misterios, y el auténtico iniciado bien debe saberlo, mejor será seguir el consejo de los viejos maestros: SCIRE, POTERE, AVDERE, TACERE.

JOSE LUIS CARDERO