RUINAS DISTANTES (ARQUEOLOGÍA ESTELAR)

Keck-telescopesLos científicos solían escanear los cielos en busca de mensajes de civilizaciones extraterrestres. Ahora buscan sus ruinas.

‘Cuando los arqueólogos interestelares inclinan sus telescopios hacia el cielo, están mirando dentro de la profunda historia del cosmos, pero para encontrar una civilización más avanzada que la nuestra, tienen que inclinar su imaginación hacia el futuro’.

¡Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad! dice la ruinosa estatua de Ozymandias en el desierto de la imaginación de Shelley. El soneto de Shelley a menudo se interpreta como una seria advertencia de que las obras humanas son pasajeras, pero cuando lo leí de niño me encendió un sentido aventurero, me sugirió un pasado maravillosamente misterioso debajo de mi familiar barrio residencial. Cuando era niño, yo estaba obsesionado con la arqueología, el intento de comprender el pasado a través de enigmáticos restos. Pasé muchas tardes desenterrando oscuras  manchas de la tierra del Medio Oeste, mientras buscaba piezas de las culturas indias de la región de los densos bosques del Mississippi. Nunca hallé una ciudad perdida, pero de vez en cuando conseguía una punta de flecha que haría especular sobre su dueño y cómo se perdió. A través de la arqueología, llegué a ver paisajes como superficies temporales que ocultaban una profunda historia. El mundo se enriqueció con textos ocultos.

Las obsesiones infantiles a menudo persisten en la edad adulta, incluso si no son inmediatamente reconocibles. En estos días me encuentro mirando la majestuosa hebra de la Vía Láctea, preguntándome si sus estrellas podrían albergar monumentos tan evocadores como los que se encuentran en el Valle de los Reyes de Egipto. Las ciencias naturales nos dicen que el tiempo es profundo, y que civilizaciones podrían haber surgido mucho antes de que se formara la Tierra. Hoy en día, un pequeño grupo de arqueólogos interestelares busca evidencias de esas civilizaciones. Están seducidos por la posibilidad de que el universo no sea sólo un lugar de nacimiento de culturas extraterrestres, sino también de sus necrópolis.

Usamos la palabra «arqueología» para describir este esfuerzo, porque mirar hacia el espacio profundo nos lleva a profundizar en el pasado. Los fotones que chocan con los detectores de nuestros telescopios tardan en llegar: la luz de Alfa Centauri, el sistema estelar más cercano, tiene 4,3 años cuando llega. Alcanza una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, pero tiene que cruzar 40000000000000 kilometros para llegar aquí. Excava poco a poco en el suelo y presionas a través de las capas acumuladas por el viento, la lluvia, la construcción y las inundaciones. Escarba en lo hondo del cielo, más allá de las estrellas locales como Alfa Centauri, y empuja el reloj con la misma inexorabilidad. Epsilon Eridani, otra estrella cercana, se ve como lo fue hace más de 10 años. La luz de la fascinante Gliese 667C, una enana roja con tres planetas en su zona habitable, tarda 22 años para hacer el viaje.

En el esquema cósmico de las cosas, se trata de distancias triviales. Nuestro mundo verde y azul rodea su estrella unos 27.000 años luz del centro galáctico. El resplandor que vemos en el núcleo de la Vía Láctea comenzó su viaje hacia nosotros en un momento en que los cazadores prehistóricos estaban persiguiendo mamuts través las capas de hielo de Europa. La galaxia en sí abarca 100.000 años luz, y su equivalente más cercano, el gran disco de Andrómeda, está a 2,5 millones de años luz de distancia. Lo vemos como se veía cuando los ancestros de la humanidad caminaron por la sabana africana. Cuando los arqueólogos interestelares inclinan sus telescopios hacia el cielo, ellos están mirando a la historia profunda del cosmos, pero para encontrar una civilización más avanzada que la nuestra, tienen que inclinar su imaginación hacia el futuro. Tienen que trazar un destino plausible para la humanidad y, a continuación, ir en busca de ella en el pasado cósmico.

La arqueología convencional nos ha mostrado lo difícil que es hacer conjeturas acerca de las civilizaciones a través del tiempo. En el siglo XIX, la excavación de Hisarlik, el sitio en Turquía que ahora pensamos es el lugar de la antigua Troya, se elevó a la imaginación europea a través de la obra de Heinrich Schliemann. La leyenda cuenta que el millonario aficionado envió un cable en el que prematuramente proclamó: «He mirado el rostro de Agamenón». No está claro que realmente usara esas palabras, pero sí sabemos el trabajo de Schliemann hechizó los salones de Europa, un continente que estaba enamorado de los misterios de un pasado profundamente romántico.

Pero Schliemann era apenas un científico profesional. Él había hecho su fortuna como comerciante de añil, agente de exportación y especulador de productos básicos antes de sucumbir a una creciente pasión por todo lo micénico. Cuando llegó a Hisarlik, él y su equipo excavaron sin advertirlo directamente a través de la capa que ahora se cree que fue la Troya de Homero, comprometiendo gran parte de ese estrato para su posterior investigación, mientras que el descubrimiento de objetos decorativos de entre 300 y 500 años antes, los objetos que la mujer de Schliemann, una Helena a la moda victoriana, llevaba cuando salía por la ciudad.

Si podemos malinterpretar tan fácilmente nuestro propio pasado, ¿cómo no podremos interpretar erróneamente los artefactos de una verdadera cultura alienígena? Uno sólo puede preguntarse si un Schliemann de hoy en día, armado con telescopio o radares, y cargado de miles de suposiciones, no cometería tal vez un error similar ante un enigmático hallazgo interestelar. Los arqueólogos interestelares están buscando pruebas de ingeniería en escalas que empequeñecen la nuestra. Ellos suponen que las civilizaciones finalmente construirán tecnologías capaces de aprovechar complentamente las fuentes de energía de las estrellas. Se basan en los primeros trabajos del astrónomo soviético Nikolai Kardashev, quien, en 1964, se dedicó a la categorización de estas civilizaciones futuristas. Su esquema, llamado Escala Kardashev, dispone de tres tipos, y hasta ahora la humanidad ni siquiera llega al Tipo I, una civilización que pueda controlar los recursos energéticos de todo el planeta. Una cultura de Tipo II puede aprovechar todos los recursos de su estrella local, y de Tipo III puede aprovechar la energía de una galaxia entera. Por supuesto, no podemos saber si existe una civilización distinta de la nuestra, pero la escala de Kardashev nos ofrece una manera de abordar el problema de la detección: nos hace pensar en qué tipo de huellas podrían dejar atrás estas civilizaciones avanzadas.

Imaginar la ingeniería de antiguos extraterrestres es un trabajo difícil, incluso temerario. Los primeros intentos de hacerlo tendían a centrarse en las estructuras más grandes imaginables. El científico Richard Carrigan(ex-Fermilab), uno de los pioneros de la arqueología interestelar, ha sido durante mucho tiempo un franco defensor de la búsqueda de esferas de Dyson, una tecnología propuesta por Freeman Dyson en 1960. Dyson predijo que las civilizaciones buscadoras de energía rodearían a sus estrellas cercanas con una cascarón tecnológico, o un enjambre de naves espaciales, a fin de captar su energía. Una esfera con el radio de la órbita de la Tierra tendría un área de superficie interior 100 millones de veces más grande que el área de la superficie de nuestro planeta. En 1966, Carl Sagan sugirió que esas esferas podrían ser detectables, pero advirtió de que serían difíciles de distinguir de los objetos naturales que emitieran una firma infrarroja similar. Décadas más tarde, Carrigan diría a New Scientist que quería intentarlo de todos modos, que él «quería hacerlo como el Museo Británico, ir y buscar artefactos.»

Fiel a su palabra, Carrigan ha llevado a cabo una serie de búsquedas de esferas de Dyson, después de un trabajo anterior de los astrónomos rusos Vyacheslav Ivanovich Slysh y M.Y. Timofeev. El IRAS*, el rastreo de Carrigan, un estudio del cielo infrarrojo que se remonta a la década de 1980, en busca de distintas firmas infrarrojas calculadas para esta tecnología puramente teórica. Más recientemente, el conocido cazador de exoplanetas Geoff Marcy de Berkeley, comenzó a estudiar 1.000 sistemas de estrellas de la Vía Láctea en busca de evidencias de grandes estructuras, pendiente de alteraciones visibles en los niveles de luz alrededor de su estrella madre como el tránsito de tecno-estructuras entre su estrella y la Tierra. En Penn State, Jason Wright y sus colegas Mateo Povich y Steinn Sigurðsson están impulsando la búsqueda de esferas de Dyson más profundamente en la galaxia, e incluso más allá, mediante el examen de los datos infrarrojos de los telescopios espaciales WISE** y Spitzer***. El grupo de Wright está también en busca de «burbujas de Fermi», zonas de una galaxia que muestran emisiones infrarrojas más altas que el resto, lo que podría ser una señal de que una civilización se está transformando gradualmente una galaxia, ya que se abre camino a través de ella. M51, la galaxia Remolino, ofrece un buen campo para el estudio, ya que rota de forma que la vemos de frente.

Ninguna de las actuales búsquedas de arqueología interestelar será fácil de confirmar, suponiendo que encuentren algo notable, porque abundan explicaciones naturales para este tipo de fenómenos. Por un lado, las galaxias espirales ya contienen huecos que pueden simular la propagación de una civilización. La galaxia VIRGOHI21 es un buen ejemplo. En longitudes de onda ópticas, es lo suficientemente oscura para sugerir que podría ser una candidata para una ingeniería de estilo Dyson. Pero HI21 también se explica por los efectos de la llamada «destrucción de marea», un proceso natural que puede producir el mismo rastro. Las huellas de esferas Dyson son más difíciles aún: pueden ser nada más que estrellas envueltas en nubes de polvo. Los resultados positivos presentados por los arqueólogos interestelares necesitarán un montón de escrutinio.

Los pensadores más profundos de este campo están empezando a preguntarse si podrían haber otras formas de buscar. Milan Ćirković, del Observatorio Astronómico de Belgrado, ha sugerido que vayamos tras los grandes objetos artificiales en órbita de tránsito. Él dice que debemos buscar algo así como enormes colonias en el espacio una vez defendidas por Gerard O’Neill, estructuras que podrían estar involucradas en operaciones industriales a gran escala, como podrían ser hornos de antimateria. Si es así, su existencia podría ser confirmada por la detección de rastros inusuales de rayos gamma. Ingenieros extraterrestres podrían incluso manipular su propia estrella central. En 1957, Fritz Zwicky propuso que las civilizaciones podían disparar pastillas de combustible en sus estrellas locales, para mover sus sistemas solares a nuevos lugares, especialmente cuando surgieran peligros interestelares. Cuarenta años más tarde, el físico Leonid Shkadov sugirió que grandes espejos esféricos pueden ser construidos para lograr lo mismo, creando un efecto de retroalimentación de la radiación de la estrella, que permitiría a sus creadores controlar la trayectoria de la estrella a través de la galaxia.

Los arqueólogos interestelares se ven obligados a preguntarse que estructuras de este estilo podrían aparecer a una distancia de miles o decenas de miles de años luz. Afortunadamente, pueden jugar con diferentes huellas, porque ya hemos rastreado un vasto tesoro de datos estelares. Con información detallada sobre miles de millones de sistemas almacenados en nuestros servidores, y el poder de procesamiento cuyo crecimiento no muestra signos de desaceleración, podemos afinar nuestros algoritmos para buscar rastros de tránsito que podrían señalar proyectos de ingeniería de una inmensa escala. En la era de grandes volúmenes de datos, es posible que la evidencia de una civilización extraterrestre ya se esconda en nuestros archivos.

Nuestras búsquedas pueden incluso reportar un sepulcro galáctico, un monumento destinado a registrar para la posteridad las maravillas de una civilización agonizante. Luc Arnold de la Universidad Aix-Marsella ha sugerido que las civilizaciones distantes podrían utilizar deliberadamente objetos del tamaño de planetas como signos celestes, sabiendo que su huella podría ser fácilmente detectada por los astrónomos alienígenas. Tales objetos podrían ser el acto final de una civilización agónica, dejándolos como legado a las culturas sobrevivientes. El astrónomo Charles Lineweaver ha señalado que la mayoría de los mundos de la clase terrestre de nuestra galaxia son dos mil millones años más antiguos que la Tierra. ¿Cuántas civilizaciones han florecido y muerto durante ese tiempo?

Por supuesto, la búsqueda de los restos de estas civilizaciones necesita no detenerse en rastros inusuales rastros lumínicos. Además de la energía, una antigua cultura espacial necesitaría grandes cantidades de materia prima para construir sus estructuras. Trabajando con Martin Elvis del Harvard Smithsonian Center for Astrophysics, el astrónomo Duncan Forgan ha investigado la posibilidad de que los discos de polvo alrededor de otras estrellas podrían mostrar signos de la minería a gran escala de asteroides. Restos de roca y hielo se concentran en nuestro propio sistema solar a diferentes distancias, desde los asteroides del cinturón principal entre Marte y Júpiter en el cinturón de Kuiper y la Nube de Oort aún más distante. Y ahora tenemos la evidencia inequívoca de similares discos de escombros alrededor de estrellas como Vega y Fomalhaut Beta Pictoris.

La minería de asteroides podría aparecer en nuestros telescopios como desequilibrios químicos en estos discos. Si viéramos una fuerte disminución de elementos como el hierro y el níquel, o elementos raros, como el platino y el paladio, podrían indicar operaciones mineras extraterrestres. Las dinámicas del disco de escombros en sí mismo se verán afectadas, ya que los objetos más grandes se descompondrían para uso industrial. La producción de polvo a través del proceso minero también podría causar inusuales gradientes de temperatura. En la actualidad no tenemos el equipo para hacer estas mediciones, pero los futuros observatorios espaciales podrían hacerlo.

¿Y qué hay de las estrellas anómalas, como las «rezagadas azules’ que parecen mucho más jóvenes que las estrellas a su alrededor? Los astrónomos están desconcertados por ellas porque los cúmulos globulares, -ciudades antiguas de estrellas que se asientan en un halo esférico alrededor de la Vía Láctea-, allí fue donde se identificaron por primera «rezagadas azules», las cuales se cree que contienen estrellas que se formaron al mismo tiempo. Ahora estamos encontrando «rezagadas azules» en el propio bulbo galáctico, otro lugar inusual para las estrellas más jóvenes ya que la formación de la mayoría de estrellas se ha detenido. Las estrellas azules gigantes que vemos brillar deberían haber estallado en supernova miles de millones de años atrás.

Hay muchas teorías que intentan explicar el fenómeno «rezagada azul», pero sólo una implica a la arqueología interestelar. Martin Beech, un astrónomo de la Universidad de Regina, en Saskatchewan, ha sugerido que consideremos a las «rezagadas azules» candidatas para el seguimiento del SETI(Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre). Hay escenarios en los que se podría imaginar que una civilización lo suficientemente avanzada decidiera ajustar el proceso de envejecimiento de su propia estrella. Bombeando el suficiente hidrógeno de la carcasa de nuevo al núcleo interno de una estrella, se  podría prolongar su vida útil, preservando así una cultura que viviera en los alrededores. Beech piensa que las «rezagadas azules» podrían señalar una civilización del tipo II de Kardashev tratando de preservar su hábitat.

Todas estas búsquedas nos hace ponernos en la mente de seres sobre los que no sabemos absolutamente nada. El físico David Deutsch ha señalado esto como un problema para todo tipo de predicciones, no sólo las relacionadas con SETI. De acuerdo con Deutsch, podemos distinguir entre ‘profecía’ y ‘predicción’; así profecía es la discusión de lo que no es cognoscible, mientras que predicción juega con las conclusiones que se basan en una buena explicación del universo. Como han demostrado pronosticadores desde Thomas Malthus hasta el Club de Roma, podemos ser capaces de identificar los posibles problemas en el presente y extrapolarlos al futuro, pero no podemos saber qué conocimientos vamos a adquirir en el futuro para manejar estos problemas. Por esto la era no científica logró imaginar su sucesor. Los científicos de finales del siglo XIX lo descubrieron de primera mano, cuando se enfrentaron a la aparición de la teoría cuántica y la relatividad a principios de los años 20. Ambas teorías planteaban preguntas que los anteriores teóricos no hubieran podido siquiera formular.

En el contexto de la arqueología interestelar, el problema es que no tenemos análogos en nuestra experiencia de lo que las culturas avanzadas podrían crear. La paciencia es el lema de los esfuerzos exitosos, la misma paciencia que los sucesores de Heinrich Schliemann han utilizado para dominar el arte de buscar entre los escombros, con la excavación cuidadosa y delicada pincelada barriendo el suelo para descubrir la forma de un artefacto fragmentado. Los arqueólogos interestelares tienen la tarea de buscar entre gigabytes de datos en vez las capas de suelo, pero el principio es el mismo. En un trabajo reciente con Robert Bradbury y George Dvorsky, Milan Ćirković ofrece un paradigma para un nuevo SETI, que incluiría no sólo búsquedas como éstas, sino una amplia gama de «futuros estudios» que abarque cómo una inteligencia post-biológica podría surgir y darse a conocer, con o sin intención.

Este enfoque requiere arqueólogos interestelares que amplien su ámbito para incluir el estudio de las ciencias de la computación, la vida artificial, la biología evolutiva, la filosofía de la mente y de la evolución de la ciencia de la astrobiología. Una búsqueda exitosa de macro-ingeniería nos desafiaría a reimaginar nuestra posición en el cosmos, confrontándonos con estructuras que pueden identificar una cultura viva, u otra mucho tiempo muerta. En este sentido, los arqueólogos interestelares son como los pueblos anglosajones y celtas que habitaban Gran Bretaña tras el fin de la ocupación romana. Ellos se encontraron viviendo en medio de la ingeniería que estaba más allá de sus propias capacidades, una experiencia inquietante que se abrió camino en poemas anglosajones como ‘La ruina‘:

Maravilloso es este muro de piedra; roto por el destino, los castillos están resquebrajados; la obra de los gigantes se desmorona. Han caído los techos, en ruinas están las torres, sueltos, inútiles, socavados por el tiempo. El apretón de la tierra, el firme apretón del sepulcro, sujeta a sus construcciones y dueños; están perdidos. Hasta ahora cien generaciones de hombres han muerto. Esta pared, gris liquen y manchada de rojo, incólume bajo las tempestades, ha sobrevivido reino tras reino…hasta que el fuerte destino los derribó.
(de la traducción de Jorge Luis Borges, N.D.T.)

Versos como estos infunden nuestro pasado de grandeza, mientras que satura a sus artefactos con la pátina de la rica experiencia humana compartida. Sirve como un tejido conectivo entre las culturas. Pero tal historia colectiva no puede iluminar los descubrimientos de nuestros arqueólogos interestelares. Hallar monumentos de civilizaciones más avanzadas que la nuestra nos retaría a situarnos en un contexto totalmente desconocido, como advenedizos cósmicos que de repente pueden aspirar a una larga vida. Si nos encontramos con una ciudad perdida en el cielo, podría disparar nuestra imaginación. Nos podría dar motivo para pensar que vamos a sobrevivir a las amenazas existenciales como las armas nucleares o el terrorismo biológico. Un Hisarlik interestelar nos diría que algunas civilizaciones sobreviven a estos peligros y aprenderíamos a aprovechar las inmensas energías para crecer. En lugar de la desesperación, podríamos contemplar sus poderosas obras y regocijarnos en lo que podemos llegar a ser.

10/09/2013

PAUL GISTER

Traducido por Juan Pedro Moscardó para LIBERTALIADEHATALI

*El IRAS (Infrared Astronomical Satellite) fue un observatorio espacial que realizó un escaneo completo del cielo a longitudes de onda infrarrojas.

**El Wide-Field Infrared Survey Explorer (WISE) es un telescopio espacial lanzado el 14 de diciembre del 2009 destinado a estudiar la Radiación infrarroja con un telescopio de 40 cm de diámetro. Las imágenes del telescopio serán como mínimo 1000 veces más precisas que los anteriores telescopios infrarrojos, tales como el IRAS.

***El Telescopio Espacial Spitzer es el mejor telescopio infrarrojo, permitiendo a los astrónomos continuar con los descubrimientos realizados por el IRAS.

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