ESPERANDO EL APOCALIPSIS: Así serán los efectos de la próxima gran llamarada solar

Aurora boreal. Wikimedia Commons
Aurora boreal. Wikimedia Commons

Entre el siglo XVII y el siglo XIX se dieron al menos dos eventos naturales que jamás se han vuelto a repetir. Un ola de frío y una tormenta solar tan fuertes que incluso hoy producirían en nuestro planeta una situación apocalíptica. Según los científicos, lo ocurrido por aquel entonces se repetirá.
Entre ambos eventos pasaron alrededor de 150 años e incluso aún hoy sigue existiendo controversia acerca de la relación que guardan estos fenómenos. Menos dudas quedan acerca de lo que podría ocurrir en una sociedad como la actual, tan dependiente de la electricidad y de ciertos sistemas de comunicaciones.

Imaginaos por un momento que el campo magnético de la Tierra se reduce drásticamente por un tiempo prolongado. Es posible que, ante la afirmación anterior, sigas con la misma cara de indiferencia o incluso hayas fruncido el ceño.

Vale, imagina ahora un mundo sin Internet.

Frío en el planeta

El Támesis helado. Wikimedia Commons
El Támesis helado. Wikimedia Commons

El primero de los eventos tuvo sus comienzos dentro de esa etapa que se ha denominado como la Pequeña Edad de Hielo. Se trata de un período de frío extremo que se dio en muchas partes del planeta (desde el S.XIV hasta el S.XIX). Un evento dividido en tres períodos, siendo el primero de ellos (entre 1645-1715) la etapa más fría de todas.

Los libros de historia hablan siempre de la mañana del 6 de enero de 1709 como punto de partida de una congelación que duró alrededor de tres semanas (luego dio paso a una breve fusión para volver a descender). Básicamente el mapa del planeta se convirtió en hielo, como si fuera una película del fin del mundo. Fue lo que también se conoce como la Gran Helada en Reino Unido, y como podemos suponer, las temperaturas iban a traer caos, muerte y destrucción.

Cuatro días después de esa primera mañana, el 10 de enero de 1709, el teólogo, filósofo y pionero observador del tiempo, William Derham, registró un acontecimiento histórico en el exterior de su casa a las afueras de Londres. Derham examinó su termómetro en el aire helado que corría en la mañana y anotó una entrada en su meticuloso registro meteorológico. El frío de las semanas anteriores (típicas para un invierno inglés) había dado paso a un frío opresivo en el Reino Unido. Hasta donde sabía el hombre, Londres jamás había experimentado tan pocos milímetros de mercurio como aquella mañana, nada menos que -12ºC.

Pequeña Edad de Hielo en Rotterdam. Wikimedia Commons
Pequeña Edad de Hielo en Rotterdam. Wikimedia Commons

Como decíamos anteriormente, aquel frío permaneció en Europa durante semanas, y el escenario fue dantesco. Lagos, ríos y mares helados, suelos congelados de hasta un metro de profundidad, los árboles agrietados por el temporal, la agónica muerte del ganado en los establos, las cosechas, la población muerta de frío por las calles… en 500 años el planeta no había visto nada parecido.

Entre las causas probables del escenario descrito se incluyen la actividad volcánica, las corrientes oceánicas e incluso la reforestación debido al declive de la población inducida por la peste bubónica, la pandemia más devastadora en la historia de la humanidad que afectó a Europa en el siglo XIV (mató a un tercio de la población continental). Sin embargo, es casi seguro que también tiene algo que ver con el inusualmente bajo número de manchas solares que aparecieron en ese momento, un fenómeno conocido como el mínimo de Maunder.

Maunder, manchas, sol y tormentas

Mancha solar captada por una foto. Wikimedia Commons
Mancha solar captada por una foto. Wikimedia Commons

Cuando hablamos de una mancha solar nos referimos a una región del Sol que tiene una temperatura más baja que sus alrededores junto a una intensa actividad magnética. Como vemos en la imagen, el fenómeno es posible que lo hayas podido captar alguna vez en una foto y sin necesidad de un equipo especial.

Cuando se dio el mínimo de Maunder (de 1645 a 1715) las manchas solares prácticamente desaparecieron de la superficie del Sol, a esto debemos sumarle que coincidió con la parte más fría de la Pequeña Edad de Hielo.

Hoy sabemos que tales mínimos solares se correlacionan de manera muy estrecha con las temperaturas más frías de lo normal en la Tierra, aunque la ciencia todavía tiene que determinar exactamente por qué. Por otra parte, históricamente los máximos solares han tenido poco impacto (al menos de manera notable) en la Tierra, aparte de esas exhibiciones increíbles en forma de auroras boreales. Curioso, porque gracias a nuestra sociedad moderna, es decir, electrificada e interconectada, es muy posible que estos eventos hasta ahora inocuos podrían llegar a causar un enorme daño económico y social en las próximas décadas.

Según los registros históricos los astrónomos empezaron a monitorear con telescopios las manchas solares a principios del 1600. En aquella época nadie sabía de la naturaleza de las manchas oscuras que se daban en la superficie del Sol, pero a cambio, aquellos más curiosos comenzaron a llevar un registro y a guardar los eventos que se daban en torno a las manchas solares. Desde entonces los científicos han aprendido que estas surgen cuando las líneas de campo magnético del Sol se retuercen y se enredan debido a las capas de plasma girando a diferentes velocidades en el interior de la estrella.

Más detallesLa interacción del viento solar con la magnetosfera de la Tierra. Wikimedia Commons
Más detallesLa interacción del viento solar con la magnetosfera de la Tierra. Wikimedia Commons

Este enredo es capaz de producir bucles magnéticos que pueden sobresalir de la fotosfera (la superficie luminosa que delimita a una estrella), lo que finalmente hace que disminuya la cantidad de calor que llega a la superficie. En cuanto a la oscuridad de una mancha solar, lo cierto es que se trata solamente de un efecto de contraste con las áreas extremadamente brillantes que las rodean. Realmente, vista de forma aislada una mancha solar seguiría siendo bastante elocuente.

Con el tiempo estas líneas de campo magnético que hablábamos se vuelven cada vez más y más enredadas, dando lugar a bucles más salientes hasta que el desorden magnético que se forma llega a un punto de inflexión (en aproximadamente 11 años) donde el campo magnético encaja en una nueva orientación, momento en el que el ciclo comienza de nuevo. Ocurre que, ocasionalmente, estos bucles magnéticos se vuelven tan retorcidos que las secciones positivas y negativas son forzadas de manera conjunta. Cuando esto ocurre se producen las explosiones más poderosas del sistema solar, entonces estamos ante una llamarada solar explosiva: una tormenta solar.

Puestos a ponernos en la situación más extrema del evento, la más potente de estas explosiones coronales puede arrojar miles de millones de toneladas de plasma hacia el espacio a, aproximadamente, 1.500.000 km/hora en lo que se conoce como una eyección de masa coronal (CME en inglés). Se trata de una onda hecha de radiación y viento solar (GIF a continuación) que se desprende del Sol.
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Durante un mínimo solar estos eventos ocurren normalmente una vez por semana, durante un máximo pueden ocurrir varias veces al día. En principio no habría de qué preocuparse, las CME se lanzan al espacio desocupado… pero ocasionalmente la Tierra puede estar en su trayectoria, ¿qué ocurre entonces?

Las llamaradas solares tienen varias clasificaciones: A, B, C, M o X en función de la cantidad de energía electromagnética que transportan. Hasta la clase C estamos ante llamaradas pequeñas, demasiado débiles para causar cualquier trastorno grave para la humanidad. Con una clase M podemos empezar a tener algunas molestias menores, sobre todo para nuestros astronautas y los entusiastas de la radio. Pero si la llamarada se convierte en una de clase X son capaces de producir una tremenda y grave agitación geomagnética.

Y es que las ondas de plasma de las CME están cargadas magnéticamente, eso significa que tienen polos positivos y negativos heredados del bucle magnético que lo generó. En consecuencia, cuando una onda afecta al campo magnético de la Tierra la naturaleza de la interacción depende de la orientación relativa de los dos campos magnéticos. Es una de esas situaciones en las que el hombre se pregunta por qué demonios funcionan así los imanes, el por qué los polos opuestos se atraen y los iguales se repelen.

Bien, si se da esta circunstancia y una onda de CME potente golpea el campo magnético de la Tierra alineada u orientada al norte (positiva-positiva), no pasa gran cosa. El plasma rebotará de forma inofensiva en la magnetosfera (nuestro escudo protector contra las partículas cargadas de mucha energía procedentes del Sol). Ahora bien, si su campo magnético está orientado al sur y si golpea positiva a negativa, entonces esencialmente todo el plasma se verte en la atmósfera a través de los polos Norte y Sur, desencadenando una tormenta geomagnética.

Y es aquí cuando volvemos a retroceder en la historia con el segundo evento. Ya tuvimos una tormenta de este calibre.

Ocurrió en 1859.

El evento Carrington

La interacción del viento solar con la magnetosfera de la Tierra. Wikimedia Commons
La interacción del viento solar con la magnetosfera de la Tierra. Wikimedia Commons

El final del verano de 1859 se acercaba, el Sol estaba en un máximo solar particularmente pesado. Además, había un complejo cúmulo de manchas solares muy apretadas que traía de cabeza a los astrónomos. El 28 de agosto el cielo nocturno estaba iluminado por auroras muy brillantes, todas mucho más alejadas de los polos que de costumbre. Los operadores del incipiente sistema telegráfico comenzaron a informar de algunos fallos técnicos inusuales la misma tarde. Hubo interrupciones generalizadas, fallos eléctricos de los receptores e incluso algún pequeño fuego en las mismas estaciones de telégrafos.

Los astrónomos de la época no tenían los conocimientos para saber que aquello se debía a una CME que estaba causando una variación magnética extrema en la atmósfera. La ley de inducción electromagnética de Faraday nos dice que un campo magnético que cambia en el tiempo inducirá al cambio de un voltaje en el tiempo, y lo cierto es que algunos cables de telégrafo eran lo suficientemente largos como para ser expuestos a una gama bastante amplia de variaciones magnéticas. Es decir, que consecuentemente una corriente inducida de alto voltaje se crearía arriba y abajo de dichos cables.

Dos días después el astrónomo británico Richard Carrington observaba aquel cúmulo de interesantes manchas solares a través de su telescopio cuando de repente vio lo que describió como “dos manchas de luz intensamente brillantes y blancas” sobre las manchas solares. El hombre anotó dicho registro en un papel.

Esa misma noche el cielo nocturno del planeta se convirtió en un sueño onírico de una noche en el Polo Norte. De repente, los ciudadanos podían observar al unísono auroras boreales, auroras que llegaban a todos los rincones del planeta, desde Estados Unidos hasta Colombia, Cuba, Hawái, pasando por Europa, sólo que en esta parte del planeta se observaron en zonas de latitud media como Madrid o Roma.

Aurora austral en Nueva Zelanda. Wikimedia Commons
Aurora austral en Nueva Zelanda. Wikimedia Commons

Los operadores de telégrafos de American Telegraph Company estaban aturdidos. De repente los equipos se habían vuelto locos, estaban enviando mensajes sin sentido durante la mayor parte de la mañana siguiente y algunas oficinas reportaron lesiones y daños debido a electrocuciones e incendios.

Se trataba de una segunda eyección de masa coronal en pocos días, pero una histórica, la conocida como Carrington Super Flare, la cual había enviado el equivalente en energía de miles de pequeñas bombas atómicas hacia la Tierra. Además, la llamarada que había ocurrido dos días antes había barrido la mayor parte del plasma del viento solar en la atmósfera, permitiendo que la llamarada de clase X (Carrington) llegara con mucha más velocidad y energía de lo normal. Los estudios dicen que llegó a la Tierra en tan sólo 17 horas en lugar de los 3-4 días estimados.

Se había provocado la tormenta geomagnética más espectacular de la historia.

¿Y si todo esto ocurriera en la actualidad?

Emisión de una llamarada del Sol de Clase X (NASA). Getty
Emisión de una llamarada del Sol de Clase X (NASA). Getty

Claro, desde 1859 el cableado pintoresco de las redes eléctricas y telegráficas victorianas se han multiplicado en millones de kilómetros de potencia y de conductores de telecomunicaciones en todo el mundo. Y esta inmensa red esta interconectada a través de frágiles transformadores eléctricos.

Hoy en día los voltajes de la línea eléctrica son mucho más altos con el fin de mejorar la eficiencia de transmisión, lo que tiene el efecto secundario de hacer que las líneas sean más sensibles a las corrientes inducidas. Por otra parte, muchos transformadores de alto voltaje están conectados directamente al suelo para compensar los posibles rayos y otras sobretensiones… claro que esto también proporciona una puerta trasera para fuertes corrientes geomagnéticas.

Así que vamos a ponernos en el supuesto que tanto ha preocupado al mismo gobierno de Barack Obama durante su mandato. Obama ordenó el pasado mes de octubre que se organizara un plan para antes, durante y después de un evento climático espacial como una tormenta solar.

Si el Sol vuelve a escupir de la manera que lo hizo en 1859, si volviera arrojar otra llamarada hacia la Tierra en la actualidad, lo normal es que las Fuerzas Aéreas de los países y administraciones como la NOAA detectarían la explosión de rayos X de dicha llamarada solar minutos después de la erupción. Pero también es cierto que tendrían una serie de datos insuficientes para saber si se trata de una amenaza en ese momento. La instrumentación espacial entre la Tierra y el Sol registraría información sobre la trayectoria, la intensidad y la orientación de la onda de plasma, pero para eso hay que esperar a que la CME estuviera muy cerca, alrededor de una hora antes del impacto.

El mínimo de Maunder en 400 años de actividad solar medida por el número de manchas solares. Wikimedia Common
El mínimo de Maunder en 400 años de actividad solar medida por el número de manchas solares. Wikimedia Common

Si la onda golpeara el campo magnético de la Tierra alineado de positivo a negativo, entonces la tormenta geomagnética resultante haría que la mayoría de las líneas fijas eléctricas, telefónicas, los sistemas de posicionamiento global (GPS) e Internet quedaran temporalmente inoperables debido a corrientes inducidas, y lo harían con una intensidad proporcional a la proximidad de los polos.

Los átomos de oxígeno y nitrógeno en la atmósfera superior absorberían electrones y emitirían fotones, es decir, que se formaría como resultado una enorme aurora planetaria. Un escenario precioso, sí, pero cuya afluencia de energía haría que la atmósfera superior se calentara y se expandiera, aumentando el arrastre en los satélites de órbita baja (la gran mayoría), sacando a algunos fuera de su curso y en general interrumpiendo las comunicaciones satelitales.

Incluso es muy posible que una cantidad preocupante de la cada vez más débil capa de ozono fuera desmantelada por reacciones con gas ionizado, de manera que aumentaría la radiación UV en el suelo. Muchos transformadores eléctricos (sobre todo los de alto voltaje) se destruirían debido al sobrecalentamiento, lo que daría como resultado fallos de red a gran escala en pocos segundos. Incluso algunas secciones de las líneas eléctricas podrían calentarse tanto como para fundir el cable.

Además de los daños causados por los aumentos de potencia, los pequeños dispositivos electrónicos no se verían (o al menos no deberían) perjudicados por un evento magnético tan lento y de gran escala. Sin embargo, bajo ese escenario se volverían esencialmente inútiles si no hay red eléctrica para recargar sus baterías o red para sus antenas. En cuanto a los automóviles o los aviones, podría no afectarles dependiendo de la distancia de los polos, aunque en cualquier caso resultaría complicado obtener combustible.

Monitorización del tiempo durante el evento de 1989. Wikimedia Commons
Monitorización del tiempo durante el evento de 1989. Wikimedia Commons

Si la tormenta solar es lo suficientemente intensa, poblaciones considerables podrían quedarse sin electricidad durante un período de tiempo prolongado. El ejemplo más cercano lo tuvimos en 1989 con una llamarada de tan sólo el 15% a la ocurrida en el evento Carrington. Esta corriente colapsó la red eléctrica de Québec en Canadá, lo que supuso un apagón general de más de 9 horas (por el fallo de un generador) afectando a más de 6 millones de personas.

Los transformadores de alta tensión son más vulnerables y costosos además de requerir más tiempo para construirlo (por encargo). En este hipotético apocalipsis geomagnético incluso las fábricas que lo construyen podrían carecer de energía.

En un informe reciente de la National Academy of Sciences se estimaba que un evento del nivel de Carrington podría causar “extensas interrupciones sociales y económicas” sólo en Estados Unidos. Los investigadores se aventuraban a estimar que supondría unos costes de entre 1 y 2 billones de dólares y unos 10 años para recuperarse completamente. Y hablamos de Estados Unidos y de un informe donde no se tenía en cuenta las pérdidas económicas por, por ejemplo, la falta de transporte o los costes de salud asociados. El trabajo decía que la capa de ozono tardaría unos 4 años en recuperarse a los niveles actuales.

Es posible que si has llegado hasta aquí te estés preguntando si es posible que esto ocurra, en cuyo caso sería conveniente saber si estaremos en el planeta para vivirlo. La respuesta corta es sí. Aunque la mayoría de los científicos coinciden en que una gran tormenta solar del tamaño de Carrington es improbable (que no imposible) en un futuro cercano. Los avances posteriores al tremendo evento de 1859 mediante la medición de depósitos de berilio-10 en muestras de núcleos de hielo ofrecen grandes pistas esperanzadoras.

The Blue Marble. Wikimedia Commons
The Blue Marble. Wikimedia Commons

Los investigadores creen que un evento Carrington golpea la Tierra una vez cada 500 años, por lo que el siguiente llegará probablemente en un par de siglos. Mientras tanto, organizaciones como la NOAA están tratando de persuadir a los gobiernos para que planifiquen estos eventos, lo mismo que pedía Obama. Se trata de un plan de medidas que permita proteger transformadores críticos o la posibilidad de desconectar secciones de redes eléctricas en poco tiempo.

En cuanto a las mínimas solares como el mínimo de Maunder que produjo la Gran Helada de 1709, aunque la correlación entre la baja actividad de las manchas solares y las bajas temperaturas es fuerte, la razón sigue siendo poco conocida y abierta al debate. Muchos científicos señalan que las pausas en la actividad de las manchas solares corresponde a un aumento de los rayos cósmicos en el tierra, de ser así podría aumentar la proporción de nubes reflectantes y por tanto reducir la energía solar absorbida por la atmósfera.

Sea como fuere, los mínimos no tienen por qué ser necesariamente fenómenos completamente negativos. Algunos científicos señalan que los mínimos solares en el futuro podrán ayudar a compensar el calentamiento global por períodos breves.

En cualquier caso y en lo que sí están de acuerdo es en que también será inevitable otro evento como el ocurrido en el mínimo de Maunder, al igual que será inevitable otra tormenta solar similar al evento Carrington. En el fondo ambas son consecuencias naturales y gigantescas ajenas totalmente a esa creación de vida que se ha desarrollado en una pequeña y minúscula esfera del espacio a la que hemos llamado Tierra.

Llegado el momento y dando por supuesto que no estaré aquí para ver el día que el cielo se vuelva a llenar de auroras boreales previo paso al apocalipsis geomagnético (o quizá a una segunda versión de la Gran Helada), sólo nos queda esperar que la humanidad esté preparada para ese estornudo de miles de millones de plasma sobre nuestro planeta desde nuestra estrella favorita.

Que se preparen. Será un tiempo sin Internet.

MIGUEL JORGE                       Gizmodo

Tras esta excelente exposición traigo otro interesante artículo en el se relata una idea científica para tratar precisamente de protejernos del próximo Evento Carrington

¿PUEDE LA COMUNIDAD INTERNACIONAL SITUAR UN «ROMPEOLAS ESPACIAL» ENTRE LA TIERRA Y EL SOL QUE NOS PROTEJA DEL PRÓXIMO EVENTO CARRINGTON?

La megaestructura de «defensa planetaria» generaría un potente campo magnético artificial gracias a la energía previamente captada por ésta del propio sol.

El proyecto ha sido planteado por uno de los representantes de la Asociación Internacional para la Seguridad en el Espacio (International Association for the Advancement of Space Safety, IAASS), Joseph Pelton, que ha querido contestar las premisas de la nueva política preventiva del Presidente Barak Obama en materia de fenómenos extremos de la meteorología espacial.

Así, la Orden del Presidente saliente de los Estados Unidos parte de la asunción de la imposiblidad de impedir que los fenómenos extremos del clima espacial alcancen nuestro planeta, con lo que centra los ejes de su acción en la detección de dichos fenómenos lo más anticipadamente posible -para poder protegerse con tiempo del impacto, minimizando daños-, y en la paralela preparación para acelerar, ya después de éste, la recuperación en el post evento. Esta ha venido siendo, además, la óptica preventiva imperante en los últimos 10 años.

Ahora, el representante de la Asociación Internacional para la Seguridad en el Espacio contesta esa premisa diciendo que, en realidad, sí que podría ser técnicamente posible en un futuro próximo evitar el propio impacto a nuestro planeta de una peligrosa tormenta solar, o al menos la peor parte de ésta, situando una megaestructura espacial en el punto estacionario Lagrange 1(L1) entre la Tierra y el Sol desde la que poder generar a conveniencia un gran campo magnético artificial que se abastecería de la propia energía solar que tal estación habría captado previamente, y que se pudiese interponer en la trayectoria de una gran eyección de masa coronal que fuese a impactar en nuestro planeta, neutralizando su peor parte.

Una suerte de «rompeolas espacial»
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¿Ciencia ficción?, ¿un proyecto irrealizable?, ¿hasta dónde alcanza hoy nuestra tecnología ante semejantes magnitudes, o hasta dónde podría llegar a alcanzar antes del próximo «Evento Carrington» con un esfuerzo internacional coordinado de desarrollo tecnológico en esa dirección, e incentivando, acaso todo, en un nuevo salto cualitativo?

Los promotores de esta idea responden que la tecnología podría no estar tan lejos de nuestro alcance en el momento actual y recuerdan el ejemplo de los altos costes de otros proyectos espaciales asumidos en interés de la humanidad como la propia Estación Espacial Internacional, señalando, en suma, que todo ello podría articularse a través de un nuevo consorcio industrial espacial internacional y que el objetivo merece el intento ya que podría llegar a salvarnos de los incuantificables daños para nuestras infraestructuras planetarias y de la importante pérdida de vidas humanas que podría tener asociada la repetición de un Evento Carrington en nuestro tiempo. Preservar nuestra propia sociedad moderna tal y como la conocemos hoy en día, aseguran.

DEFENSA CIVIL PLANETARIA CONJUNTA
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Y ello al tiempo que tal estructura podría servir, simultáneamente, a otros propósitos como, por ejemplo, a modo de estación avanzada que abaratase los costos de otras exploraciones espaciales como la conquista de Marte, o ser dotada con sistemas complementarios que pudiese permitir abastecer a nuestro planeta con ingentes cantidades de energía solar cuando no se estuviesen realizando tareas de protección.

Para la Asociación Española de Protección Civil para el Clima Espacial, el EMP y los eventos black swan (AEPCCE) lo más relevante y «esperanzador» es que este debate sitúa por sí mismo en el primer plano de atención una creciente noción de «defensa civil planetaria», conjunta, que desborda, y obliga a ampliar, la concepción de «defensa civil nacional», ligada a Estados-nación, surgida de la Convención de Ginebra del siglo pasado, ante nuevas amenazas de la modernidad que ya no son únicamente «regionales» o «nacionales» sino también «globales», para la entera humanidad y ante las que habrá que pensar en una nueva escala de acción «y promover una nueva cooperación internacional entre todos los pueblos».

Nueva Tribuna

WETIKO, EL VIRUS PSICOESPIRITUAL QUE ESTÁ INFECTANDO A TODA LA HUMANIDAD

descargaLos nativos americanos designan la enfermedad que padece la civilización occidental como wetiko, la manifestación maligna egoica que está destruyendo nuestro planeta

Hay un término que puede ser muy relevante para lo que estamos viviendo como civilización: wetiko. Este término es usado por los indígenas nativo americanos (wetiko para los algonquin), windigo para los Ojibwa) para describir la forma de pensamiento que se desarrolla entre personas que practican el canibalismo, como si fuere el virus mental del canibalismo. Se dice que este patógeno engaña a su huésped y lo hace creer que obtener la fuerza vital de los demás (plantas, animales, personas, etc.) es una forma lógica y racional de existir. wetikoEn otras palabras es el virus del egoísmo, o lo que Paul Levy ha llamado en su libro Dispelling Weitiko, “egofrenia”, el egoísmo intrínsecamente como una enfermedad que impide reconocer la realidad de que vivimos en un mundo interdependiente, que toda la vida tiene el mismo valor intrínseco y que en realidad no existimos como egos separados.

En su libro Colombus and Other Cannibals, el historiador de la cultura nativo americana, Jack D. Forbes, describe la creencia común entre comunidades indígenas de que los conquistadores europeos estaban crónicamente infectados de wetiko. “Trágicamente, la historia del mundo en los últimos 2 mil años es, en gran medida, la historia de la epidemiología de la enfermedad del wetiko”, escribe Forbes. “El canibalismo es el consumo de la vida de otra persona para el beneficio propio”. Puede que actualmente el canibalismo no ocurra de manera literal —aunque se podría argumentar que alimentarnos de animales es una forma de canibalismo—, pero ocurre masivamente en la forma en la que se ejecuta nuestro sistema económico. Miles de millones de personas viven entregando su jornal, toda su fuerza vital, persiguiendo una ilusión, una fantasía ajena, y en el proceso entregando su riqueza a unos pocos. Podemos ver un canibalismo en la voluntad de poder de conquistar el mundo y explotar la naturaleza; en el sobreconsumo y en la extracción de todos los recursos con el fin de obtener más ganancias personales (una especie de vampirismo también de la fuerza vital del planeta). Todo esto se hace en nombre de la civilización, un argumento colectivo que es la más crasa hipocresía. Cuando le preguntaron a Gandhi que pensaba de la civilización occidental, contestó: “Creo que sería una buena idea”. Una buena idea que pese a algunos intentos no ha logrado materializarse.

Al final de cuentas el egoísmo, o la egofrenia, es un canibalismo psíquico. Decimos que es una enfermedad espiritual o psicoespiritual, porque centra toda la conciencia en una parte del cerebro e impide reconocer la profundidad de la mente, que no está constreñida sólo a un cuerpo, a la materia, es decir,  niega el aspecto espiritual del ser.  “La civilización moderna padece un extremo dominio de los aspectos racionales e intelectuales de la mente, un desequilibrio que parece desconectarnos de la naturaleza, de la empatía y de nosotros mismos”, dice Levy.

Podemos creer que wetiko es sólo una forma, más o menos supersticiosa, de imaginar concretamente nuestro egoísmo. Pero es posible que aunque sea sólo una enfermedad mental pueda también contagiarse y replicarse en otras personas, como sugiere la teoría memética de Richard Dawkins. La información en cierta forma se comporta como un organismo vivo que busca perpetuarse, lo cual logra infectando a través de las ideas y el contenido mental (genes culturales) a otros organismos. Paul Levy sugiere que el wetiko opera como un virus mental que esparce a través de nuestros puntos ciegos, de la mente subconsciente, y depende de nuestra propia ignorancia de lo que está sucediendo, es decir, de no ver que estamos siendo arrastrados por la importancia personal o la egofrenia.

pkd-300x300Levy compara el wetiko con el concepto de la Prisión de Hierro Negro del escritor Philip K. Dick. En sus visiones gnósticas Dick notó que “estamos en un tipo de prisión pero no lo sabemos”. Darnos cuenta de que estamos encerrados en una prisión que existe una especie de simulación generada por nuestra propia mente (infecta por un agente patógeno, “un falsificador del espíritu”) que se superpone a la realidad. “La Prisión de Hierro Negro es una vasta y compleja forma de vida que se protege a sí misma induciendo una alucinación negativa”.

La Prisión de Hierro Negro se replica creando a través de nosotros microextensiones de ella misma, “extendiendo su pensamiento androide (la uniformidad) cada vez más”. A lo que Levy agrega ”el pensamiento androide, esto es, pensamiento grupal robótico mecanicista (sin creatividad programada en su sistema) es uno de las cualidades de la mente tomada por wetiko”. La enfermedad opera produciendo un sentido de aislamiento e independencia, de que estamos solos aquí adentro y el mundo haya afuera es salvaje y hostil. “Wetiko nos distrae explotando nuestra tendencia habitual inconsciente a ver la fuente de nuestros problemas como algo externo a nosotros”. Dick había escrito también que creer que existe una realidad objetiva separada de la mente que lo observa sería “un terrible error intelectual”. Esto es importante porque esta creencia en un mundo objetivo es la raíz de nuestra separación —lo que sustenta un mundo dividido entre un sujeto y sus objetos— y es también el alimento que mantiene corriendo el programa del ego como una realidad absoluta.

Philip K. Dick escribió “A veces me parece que el planeta está bajo un hechizo.. Estamos dormidos o en un trance”. Dick creía que un demiurgo que había querido reemplazar la creación original divina había producido un mundo falso, una realidad espuria —pero lo había producido a través de nosotros. El demonio se había infiltrado a nuestra propia mente, al punto de hacernos pensar que es nuestra mente.  (En este sentido puede ser útil recordar la visión del budismo tántrico de que los demonios son en realidad sólo las aflicciones de nuestra propia mente que se proyectan hacia afuera).

Debido a que a final de cuentas el mundo es divino y perfecto, según Dick, el mismo demiurgo y su simulacro global —la Prisión de Hierro Negro o el mismo Wetiko— son agentes de nuestra propia evolución, la enfermedad puede ser el detonador de un estadio de conciencia, de un reconocimiento de lo que es verdaderamente esencial en la vida. Se trata de descubrir que “hay un universo detrás del nuestro, oculto en su interior”. “El mundo no es sólo una falsificación, hay más: es una falsificación, pero debajo de ella yace otro mundo, y es ese otro mundo, ese mundo del Logos, que se filtra y rompe a través”. Dick dice que podemos acceder a ese mundo sin la necesidad de un sacerdote o intermediario. Para hacerlo debemos de recordar (anamnesis) que nosotros no somos realmente egos en un cuerpo sino que nuestra naturaleza es la misma que la divinidad que hizo que se manifestará el universo en primer lugar, es decir que somos la totalidad. Es por ello que el camino —y Dick era un ferviente cristiano gnóstico— era liberarse de la importancia personal y no huir del sufrimiento consustancial del mundo, sino hacerlo sacrificio en la trascendencia del conocimiento de esta unidad divina. “Si es que existe la felicidad en el hombre, ésta viene de su renuncia voluntaria a su yo en favor de su participación en el destino de la unidad total”, escribió Dick. “El poder supremo de la compasión es el único poder capaz de resolver este laberinto”. Tenemos aquí una receta para escapar de la Prisión de Hierro Negro (de la Matrix) y al mismo tiempo de curarnos de este virus llamado wetiko.

A fin de cuentas la noción de que somos egos o seres individuales separados del mundo es sólo un meme, quizás el meme más exitoso de la historia. Terence Mckenna sugería que debíamos contrarrestar los efectos del egoísmo que estaban destruyendo el planeta esparciendo otros memes. En este sentido esparcir el meme de wetiko, tomando conciencia de su existencia, podría un poderoso remedio para tratar la psicosis colectiva que sufrimos.

PijamaSurf

LOS MISTERIOSOS ENTES DE LA DIMENSIÓN DMT

The kingdom of god is within you (dmt), de Heather McLean
The kingdom of god is within you (dmt), de Heather McLean

I El viaje

Junto con el DMT, Alice me dio una serie de indicaciones que seguí al pie de la letra. Una pieza oscura, los teléfonos apagados para evitar interrupciones. Debía sentarme en medio de la cama y colocar cojines donde dejarme caer. Tenía dos dosis y ella me recomendó que primero uno fumara y el otro cuidara y luego cambiáramos. Me explicó que, si bien no había realmente nada que pudiera pasar como para justificar la vigilancia, ésta cumplía la función de otorgarle seguridad al que fumaba, de saber que alguien lo observaba desde el más acá. Esa noche éramos Max y yo. Él dijo que quería ir primero. Fumó, tres caladas profundas, tal como nos insistió Alice y se dejó caer sobre los cojines. El olor era desagradable, como a plástico quemado. Durante treinta minutos me pareció estar frente a alguien durmiendo, con un sueño ligero (Max se aferraba del cubrecamas de vez en cuando), la respiración entrecortada como si el aire fuera insuficiente, hasta que comenzó a volver en sí. Alice nos había recomendado que cuando concluyera el clímax del viaje y volviéramos a nuestro cuerpo, algo que sucedería tras diez o quince minutos, siguiéramos recostados, que ciertas sensaciones sutiles permanecen y es una lástima perdérselas por la ansiedad de comunicar el viaje. Max continuó en silencio otros diez minutos, su respiración volvió a ser regular. Abrió los ojos, en realidad debiera decir abrió el ojo, Max sólo tiene uno, el otro lo perdió en un accidente, pues me miró con su ojo y una expresión seria, noté que lloraba, me dijo: no estoy preparado para la muerte. Max había tenido experiencias con psicodélicos antes de aquella sesión con DMT, sin embargo, habían sido dosis recreativas, nunca había experimentado una visión, como llamó a lo que le sucedió aquella noche. Le pedí que no me dijera más, pensando con ingenuidad, que el relato de su experiencia podría influenciar la mía. Yo había tenido revelaciones, con y sin psicodélicos, sin embargo, nunca había probado el DMT y no sabía qué me deparaba. Sentía temor, a pesar de haber visto a Max como si durmiera frente a mis ojos. Era temor ante lo desconocido, lo que deben haber sentido los exploradores al soltar amarras y lanzarse a altamar. Con la diferencia que ellos no sabían si volverían y yo sí. Tomamos posiciones, Max me acercó el encendedor, le pegué una calada, luego otra y entonces comprendí por qué Alice insistía tanto en la tercera, pues cuando ya llevas dos, el DMT comienza a apoderarse de tus sentidos, la realidad se fractaliza, sentí vértigo ante la rapidez e intensidad del efecto, consideré que era suficiente, pero entonces Alice, desde el recuerdo, me animaba a dar la tercera fumada. Respiré por última vez y justo antes de que mis ojos se cerraran, logré ver cómo la llama del encendedor se transformaba en una hermosa flor de fuego y luego la habitación en que me hallaba parecía sumergirse en un caleidoscopio. Cerré mis ojos y me dejé caer sobre los cojines. Un zumbido creció como si el universo fueran ondas auditivas que atravesaban un largo túnel. De pronto pude ver el túnel, brillando en colores, y yo avanzaba por él, o quizás no era yo el que se movía sino que el túnel se desplazaba en dirección contraria. No podía escuchar mi respiración, tampoco mis latidos. Llevé toda mi atención a mi pecho. Lo percibí quieto, inmóvil, sin sístole ni diástole. El túnel me dejó en el centro de un gigantesco domo de pixeles de colores. Era hermoso e hipnótico. Aunque no veía mi cuerpo, sí había un yo en el centro del domo. Frente a mí había dos enormes serpientes. La de la izquierda, un poco más grande que la otra, era macho. No se cómo lo sabía, pues se mantenía en silencio observando, pero lo sabía. La otra era una serpiente hembra y se comunicaba conmigo telepáticamente. Me invitaba a irme con ellos por un agujero de color blanco que estaba en el suelo, a unos metros a mi izquierda. Me decía que iríamos a conocer la muerte. Era una criatura seductora y obstinada que me producía sospecha como si fuera el llamado de una sirena que debía desoír. ¿Por qué habría de irme con ustedes?, les pregunté mentalmente. Me sorprendió lo poco alterada que estaba mi racionalidad, es decir, mis valores y juicios eran los mismos que antes de fumar esas tres caladas. Le dije que no estaba preparado para dejar a mis amigos y a mi familia. Ella insistía, pero tanta insistencia no hizo más que incrementar mi desconfianza. Tras mi rechazo, el domo desapareció. Volví al planeta tierra, a la habitación, mis sentidos se reactivaron con lentitud, hasta que volví a mi cuerpo en la cama, a oscuras frente a mi amigo Max que me miraba en silencio.

A pesar de haber estado en el lugar más extraño al que una droga me ha llevado, la experiencia no me pareció reveladora, no hubo epifanías, no hubo ese descentramiento de mi perspectiva en el que me suelen situar los psicodélicos, ese sorprendente y renovador abandono de los condicionamientos. Aquellos seres, insisto, me parecieron extrañísimos, pero no me enseñaron nada que pudiera serme de utilidad en el espacio-tiempo en el que vivo, no hubo un elixir que traer de vuelta del viaje. Ese no fue el caso de Max, él me contó que unos arlequines lo molestaron, no lo dejaban tranquilo y él les gritaba que se detuvieran, pero sus palabras, que veía materializadas frente a sí, se descomponían en fractales hasta perder todo sentido; no era un lenguaje útil en aquella dimensión. Al volver, Max concluyó que no estaba preparado para enfrentar su muerte, si no hago algo, esos arlequines me van a hacer papilla.

Mi falta de entusiasmo con la experiencia sufrió un severo revés al día siguiente, cuando recibí una llamada de Max. Se había pasado media noche buscando información en internet. Me dijo que eran tantas las personas que, tras la segunda fumada de DMT, veían cómo la llama del encendedor se transformaba en una flor de fuego que se expandía hasta abarcar toda la habitación, que ya tenía un nombre: el Crisantemo. Que la gran mayoría de quienes habían dado una tercera fumada, atravesaron aquel túnel de colores (otros decían que era la hélice del ADN) y luego llegaron al domo, al que también llaman el Patio de los Entes o, simplemente, la Habitación, aquella catedral psíquica donde se encontraban con ángeles, hadas, arlequines y reptiles. Muchos se comunicaban telepáticamente con los entes. Y quienes hablaban, como Max, solían ver cómo sus palabras se fragmentaban. Había quienes hablaban lenguas que les eran desconocidas pero que comprendían. Muchos desconfiaban de estos entes, sospechaban de tantas insistencias. De pronto, el viaje que habíamos tenido no parecía guardar relación alguna con nuestro yo. En distintas partes del mundo, personas de culturas totalmente disímiles decían llegar al mismo lugar y ver a los mismos entes. Aquel encuentro, que me pareció tan solo extraño y curioso, ahora se manifestaba como un misterio insondable.

La primera explicación que se me ocurrió fue que los entes que veíamos estaban dentro nuestro, es decir, eran arquetipos genéticos y el DMT era la llave que permitía acceder a su encuentro. Un viaje hasta el origen común de toda la humanidad y mucho más allá, hasta aquel momento en que no éramos más que un proto-reptil. No es del todo descabellado si pensamos que nuestro pelo y oído, nuestros dientes, la manera en que nuestra piel se compone de capas, provienen de nuestro tatarabuelo reptil. Incluso el crecimiento de nuestro cerebro comenzó durante la vida de ese proto-reptil, cuyo cerebro algunos dicen es nuestra glándula pineal. El DMT nos permitiría acceder a nuestros orígenes como vertebrados, a aquel pasado en el que éramos uno con la serpiente del paraíso; con la serpiente Apep, de los egipcios; con Vasuki, de los hindúes; con Kai-Kai y Treng-Treng, de los mapuche, etc. Tanta serpiente mítica debía tener su origen en nuestra huella genética y el DMT podía establecer ese contacto. Me parecía que esta hipótesis guardaba cierta consistencia con mi viaje pero ninguna con el de Max: no había relación alguna entre los arlequines y aquel proto-reptil.

La otra posibilidad, aún más difícil de aceptar, es que los entes se encuentran fuera nuestro y, en este caso, el DMT es una molécula que enciende un canal de comunicación con seres de otro espacio, de otro tiempo, o de una dimensión en la que no existe el entramado del espacio-tiempo. Así como el entrelazamiento cuántico permite que dos fotones o dos electrones en extremos opuestos del universo estén en perfecta sincronía, el DMT permitiría que los electrones de nuestras neuronas se entrelacen de forma inmediata con la de aquellos entes. Se que suena inverosímil, pero acaso el entrelazamiento cuántico no lo es también.

Eran hipótesis intuitivas que no satisfacían mi curiosidad. Busqué respuestas y obtuve metáforas, no certezas.

II. Las metáforas

El DMT es el principal alcaloide presente en la ayahuasca y el yopo (sustancias que trataremos en otro artículo). En el norte de Chile se han encontrado tablillas para inhalar alucinógenos con restos de DMT, ¡de tres mil años de antigüedad! Sin embargo, fue aislado en 1931 y tuvieron que pasar otras dos décadas para que alguien experimentara sus efectos y mencionara, por primera vez, un encuentro con los entes. Hoy sabemos que el DMT existe en muchas especies del reino animal y vegetal. Como señala Alexander Shulgin, el DMT está, simplemente, en casi cualquier parte que mires. Está en esta flor aquí, en ese árbol de allá, y en los animales que nos rodean. Incluso en los humanos (se ha encontrado en la sangre y en la orina). Sin embargo, aún desconocemos su función.

Una hipótesis que se repite bastante es que almacenamos DMT en la glándula pineal. El Dr. Rick Strassman, escritor del libro DMT: The Spirit Molecule (a partir del cual se realizó el documental de Netflix) y el último científico en experimentar con esta droga en humanos, sostiene que pequeñas dosis de DMT serían liberadas cuando soñamos y cuando tenemos un orgasmo; dosis más altas serían liberadas durante nuestro nacimiento y muerte. Pero no son más que conjeturas, especulaciones, pues Strassman no ha hallado evidencia de que ello sea así. De hecho, se vio obligado a abandonar sus investigaciones porque no encontró un marco científico desde el cual continuar. Strassman considera al DMT un modelador del alma e insiste en que la apertura del tercer ojo o del séptimo chakra, no son otra cosa que liberación endógena de DMT desde la glándula pineal. Incluso eso sería, precisamente, lo que habrían experimentado los profetas bíblicos: la imagen del Apocalipsis no sería más que un mal viaje en DMT. Por eso Strassman lo bautiza como la molécula del espíritu, no porque sea espiritual por sí misma, sino en cuanto herramienta o vehículo de acceso al infinito: Imaginémosla como un remolcador, una carroza, un explorador montado a caballo, algún objeto al que podamos enlazar nuestra conciencia. Nos empuja hacia mundos que solo ella conoce. Tenemos que aguantarnos firmemente y debemos estar preparados, pues los reinos espirituales incluyen elementos del cielo y del infierno, de fantasía y pesadilla. Aunque la función de la molécula del espíritu nos parezca angelical, nada nos garantiza que no se torne demoníaca.

En las antologías de viajes con DMT compiladas por Strassman y por Erowid, hay todo tipo de experiencias y explicaciones. Shaoni dice haber llegado al salón donde las almas esperan para reencarnar. Recordaba haber estado en aquella habitación antes, en una de sus transiciones. Gaspar Noé, en la película Enter de Void alude a algo parecido. El protagonista fuma DMT, es asesinado y su alma viaja hasta volver a reencarnar. El protagonista se pregunta si está muriendo o viajando en DMT. Noé recrea las luces del túnel y el mundo de colores que muchos suelen ver.

También hay relatos de viajes a lugares hermosos, encuentros con entes extraños pero inofensivos. Sin embargo, no todos son así. Hypnotica asegura que no viajó hacia un mundo desconocido sino que a uno igual al suyo pero sin vida, todo había muerto bajo un fuego apocalíptico y estaba sola, para siempre. Hasta que despertó. Ken nos cuenta que en su viaje había dos cocodrilos sobre su pecho. Me aplastaban, me violaban analmente. No sabía si sobreviviría. Al principio pensé que estaba soñando, que era una pesadilla. Pero entonces me di cuenta de que todo estaba ocurriendo realmente.

El etnobotánico Terence Mckenna es el apóstol del DMT. Cualquiera que haya escuchado psytrance se habrá topado con extractos de sus monólogos sampleados entre los beats. Mckenna destacó la doble cualidad del DMT, como el alucinógeno más poderoso conocido por el hombre y la ciencia y, simultáneamente, el más común en la naturaleza. Fue el DMT el que me dio el poder para comprometerme con la experiencia psicodélica. Me obligaba a cuestionarme qué es la realidad, qué es el lenguaje, qué es el ser, qué es el espacio y tiempo tridimensional, todas las preguntas en las que me adentré durante los siguientes veinte años. Mckenna bautizó a la flor de fuego como Crisantemo y a los extraños entes como máquinas élficas o elfos fractales o máquinas élficas auto-transformadas. Señala que es común que estos elfos reciban a los visitantes con euforia. Sostiene que se trata de coleccionistas de arte primitivo que están esperando visitas para recolectar información. Cuando la mente se encuentra intoxicada con DMT llega a un mundo desconocido que se percibe como real. No es un mundo que surja de nuestros pensamientos, nuestras esperanzas o temores; más bien, es el mundo de esos seres traviesos – sus juegos, sus sueños, su poesía. ¿Por qué? No tengo la más remota idea. Insatisfecho con sus propias conclusiones le dio a probar una pipa de DMT a un monje tibetano. Son las luces menores del Bardo, le dijo el monje, es lo más lejos a lo que puedes llegar en el Bardo si quieres volver. Luego le ofreció a un grupo de chamanes del Amazonas. Estos son los ancestros, le dijeron, son los espíritus con los que trabajamos, son almas ancestrales. Nosotros conocemos ese lugar.

En la película Naked Lunch, David Cronenberg, más que adaptar el libro homónimo de William Burroughs, recrea sus delirios al escribirlo. Allí podemos ver la presencia de estos entes, alienígenas, ciempiés gigantes y máquinas insectoides, en su formato pesadillezco. En los cincuenta Burroughs experimentó con DMT en Londres. Timothy Leary nos cuenta que en aquel tiempo Burroughs trabajaba en una teoría sobre geografías neurológicas – ciertas áreas eran celestiales, otras eran diabólicas. Era un explorador que, por adentrarse en tierras desconocidas, debía realizar un mapa de las áreas amistosas y de las hostiles. En la cartografía farmacológica de Burroughs, el DMT arrojaba al viajero a un territorio extraño y, definitivamente, no amistoso.

Alexander Shulgin, en Tihkal, considera que el DMT puede llevar a ambos territorios: Para algunos usuarios, es una conexión con un mundo vívido de magia y seres místicos. Para otros, es la oscura revelación de los aspectos más negativos de la psiquis. Y todo lo que hay entre medio.

Jon Hanna propone construir un Bestiario, una enciclopedia de entes de la dimensión DMT (una tarea que está realizando DMT-Nexus en su Lexicón del Hyperespacio). Hanna no cree que estos entes sean externos al ser humano, sino que más bien corresponden a los monstruos de la infancia; las imágenes de pesadilla de las que hemos huido desde pequeños. Así se explicaría la heterogénea, aunque constante, fauna de reptiles, insectos, arácnidos, cefalópodos, payasos, arlequines, juguetes animados y extraterrestres.

Sin embargo, existe una notable coincidencia en las acciones que realizan estos entes que no calza muy bien con la teoría que los identifica con quienes nos atormentaban en nuestra infancia. Más de la mitad de los voluntarios de Strassman aseguraban haber tenido un encuentro con entes: Una constante que se repite es la idea de que estos seres son de una inteligencia superior y que están interesados en el visitante, esperando su llegada. Su “trabajo” parece ser la realización de pruebas, exámenes y mediciones a veces incluso modificando la mente y el cuerpo del visitante. Se suelen comunicar a través de gestos, telepatía o imaginería visual. El propósito del contacto es incierto. Muchos voluntarios precedían su relato diciendo “esto no fue un sueño”.

Eso era, precisamente, lo asombroso: la sensación de que aquellos entes no eran un sueño ni una ilusión, al menos, no más que tú y yo. En mi viaje en DMT aquellos entes no me entregaron respuestas, nada que pudiera serme de utilidad; sin embargo, su misteriosa y aparentemente autónoma existencia me llenó de preguntas. Sé que volver a visitarlos será inútil, ellos no revelarán sus intenciones. Quizás algún día descubramos quiénes son.

ALAN MELLER                 DOS DISPAROS