¿HAY ALIENÍGENAS EN LA LUNA?

Una noticia muy curiosa por su procedencia y por su mismo contenido, la víspera del día de los inocentes en España, -atención los incautos mañana-, también se me ocurre preguntar: ¿porqué en este momento? Curioso, todo muy curioso LIBERTALIADEHATALI

Los científicos buscarán rastros de presencia alienígena en la Luna. Estamos invitados a participar en la búsqueda y redescubrir el cosmos.
 
Paul Davies y Robert Wagner, de la Universidad de Arizona, EE. UU., sostienen que es un buen momento para investigar de nuevo a nuestra vecina más cercana. Ambos científicos creen que la superficie de la Luna puede contener rastros de actividad extraterrestre. La investigación, en este caso, puede ser prolífica, ya que el satélite natural de la Tierra siempre está «a mano» y debido a su geología inactiva «puede conservar las evidencias a largo plazo».
 
Para estas fechas los investigadores tienen a su disposición decenas de miles de fotos de la superficie lunar. Y la ciencia busca colaboración y la ayuda de los aficionados o interesados en la astronomía, para quienes pone a disposición dichas fotos. Allí se puede encontrar, según los científicos, algunas evidencias de estancia de visitantes de otros mundos, como herramientas, basura, y los rastros de distintos trabajos de perforación. La revista ‘Acta Astronáutica’ señala que este proyecto será un buen acompañante de otro programa, el “SETI” (Search of Extraterrestrial Intelligence) que está analizando posibles señales emitidas desde otros espacios planetarios, con el objetivo de detectar vida extraterrestre.
 
Aparte de una cantidad importante de posibles colaboradores, el proyecto de la investigación de la Luna, a partir de fotos, será demasiado barato, ya que no requiere una financiación masiva.
 
Los que deseen ayudar a los científicos, y posiblemente hacer su propio descubrimiento, tendrán a disposición 340.000 fotos del Orbitador Lunar de la NASA. El ingenio, desde su lanzamiento en Junio del 2009, está enviando fotos de alta calidad de la superficiel del satélite natural de la Tierra, con una resolución de 50 centímetros por pixel. Se estima que la cantidad de fotos llegue a un millón al final de la misión de la estación, «lo que puede aumentar las posibilidades de encontrar rastros de la vida extraterrestre».

RussiaToday

EXPEDICIÓN A LA CORDILLERA DE PAUCARTAMBO: EL ENIGMA DE LAS RUINAS DE MIRAFLORES

La región de Cusco (Perú), de aproximadamente 72.000 kilómetros cuadrados de extensión, está ocupada en su mayoría (más del 50%) por un particular ecosistema llamado “selva alta”, el cual, a su vez, se divide en selva alta y bosque andino.
Durante el imperio de los Incas, la selva alta cumplía un rol muy importante, ya que era la frontera entre el mundo andino y el amazónico.
Los pueblos anteriores a los Incas (Wari, Pukara, Lupaca), construyeron durante siglos varias fortalezas llamadas tambo en quechua (lugares de descanso), así como ciudadelas o alcázares, que servían no sólo para delimitar el imperio, sino también como lugares de reposo y trueque, donde se solía intercambiar con etnias de Chunchos, Moxos y Toromonas los productos de la selva (coca, oro, miel, plumas de ave, hierbas medicinales) con los de la sierra (camélidos y cereales andinos, maca y varios tipos de papa).
Las fortalezas más conocidas son: Espíritu Pampa y Vitcos (ambas en la región de Vilcabamba), Abiseo, la fortaleza de Hualla, Mameria y la fortaleza de Ixiamas (Bolivia).
Según varios exploradores, entre los cuales se encuentra el peruano Carlos Neuenschwander Landa, existe una última fortificación, aún desconocida, que fue utilizada por los Incas cuando escaparon de Cusco en 1537: se trata del mito del Paititi andino que se mezcla con la leyenda recopilada por Oscar Núñez del Prado en 1955, y que reconoce el Paititi como el oasis donde se refugió el semidiós Inkarri después de haber fundado Q’ero y Cusco.
Carlos Neuenschwander concentró todas sus investigaciones en el llamado “altiplano de Pantiacolla”, una áspera y fría zona andina situada entre los 2500 y los 4000 metros de altura sobre el nivel del mar, entre las regiones de Cusco y Madre de Dios.
La meseta de Pantiacolla (del quechua: lugar donde se pierde la princesa), está por excelencia entre los lugares menos accesibles del mundo, por varios motivos.
Primero que todo, la lejanía de cualquier poblado y la dificilísima orografía del terreno: profundísimos cañones donde fluyen impetuosos ríos y empinadas laderas donde hay sólo unos cuantos senderos angostos, que a veces no son transitables ni siquiera por mulas, lo que complica el acceso al altiplano.
Además, el clima, siempre cambiante, es muy severo, con fuertes vientos, lluvias, granizadas y a veces nieve y tempestades, intercaladas por breves períodos de sol.
La temperatura puede bajar a -10 grados de noche, mientras que de día oscila entre 0 y 5 grados.
 El último y quizás más importante motivo que vuelve casi inaccesible a la “meseta de Pantiacolla” es el hecho de que, en las zonas adyacentes (situadas a alturas más bajas), como el Santuario Nacional Megantoni y la zona “intangible” del Parque Nacional del Manu, viven indígenas aislados (no contactados) que en ocasiones pueden ser muy agresivos. Me refiero a grupos de Kuga Pacoris, Masko-Piros, Amahuacos y Toyeris.
El valle del Río Mapacho-Yavero, inicialmente llamado Río Paucartambo, sirve de acceso a la cordillera de Paucartambo, la última verdadera cadena montañosa andina (con cimas de más de 4000 metros), antes de la selva baja amazónica, la cuenca del Río Madre de Dios.
El objetivo de nuestra expedición a la cordillera de Paucartambo fue el de estudiar y documentar los senderos incaicos del valle del Río Chunchosmayo (Río de los Chunchos, antiguos y terribles pueblos de la selva), que conducen al altiplano de Pantiacolla y posiblemente a la mítica Paititi de Inkarri.

La expedición comenzó en Cusco, la ciudad que fue capital de los Incas. En total, éramos 5 participantes: el estadounidense Gregory Deyermenjian, los peruanos Ignacio Mamani Huillca y Luis Alberto Huillca Mamani, el español Javier Zardoya y yo.
Los últimos días antes de emprender la expedición los pasamos en el gran mercado de Cusco, comprando los víveres necesarios para un total de 11 días. Muy importante, para una expedición andina, fue la compra de algunos kilos de hojas de coca y de la llamada “lipta”, una especie de edulcorante a base de estevia o ceniza que sirve de “catalizador” para poder asimilar las propiedades benéficas de las hojas de coca.
Otro “reto” fue la elección del equipo, puesto que debíamos estar preparados no sólo para el clima tropical del bajo Yavero, sino también para el frío intenso de la cordillera, ya que habíamos previsto llegar a más allá de los 3000 msnm.
Partimos en la madrugada en dirección del valle del Río Yavero con una poderosa camioneta conducida por un chofer experto.
Después de aproximadamente diez horas de ardua carretera destapada, llegamos a un lugar llamado «punta carretera», en el valle del Río Yavero. Es un valle muy estrecho, poco poblado, sin calles (salvo por la única vía de acceso) y sin electricidad. Los pocos campesinos que viven allí cultivan principalmente café.
A la mañana siguiente, con la ayuda de dos mulas, empezamos a caminar por una empinada ladera, descendiendo en aproximadamente cuatro horas al Río Yavero, en el punto donde se encuentra el puente suspendido «Bolognesi».
Ubicación: 12° 38.739’ lat. Sur / 72° 08.129’ long. Oeste.
Altura: 1222 msnm.
Debajo de aquel puente tambaleante fluye el impetuoso Yavero (afluente del Río Urubamba), rodeado de una vegetación exuberante.
Desde aquel punto empezamos a caminar subiendo de nuevo el margen derecho del valle hasta un lugar llamado Naranjayoc, habitado por algunas familias de campesinos que hablan sobre todo quechua. Es un mundo completamente rural donde se vive sin luz, ni agua corriente, y mucho menos gas para cocinar o calentarse. Todo es exactamente igual a como era hace un siglo.
El tercer día utilizamos tres mulas para continuar. En principio subimos una empinadísima ladera, y luego, una vez alcanzada la cima del monte, nos encontramos frente a un remoto sitio arqueológico llamado Tambocasa.
Ubicación: 12º 37.174’ lat. Sur / 72º 07.206’ long. Oeste.
Altura: 1792 msnm
Es un típico «tambo» (lugar de descanso) de forma rectangular (40 x 10 metros) construido en época inca. Ubicado precisamente en la divisoria entre los valles del Río Yavero y de su afluente Chunchunsmayu (río de los Chunchos), fue utilizado más que todo como lugar de reposo e intercambio de productos agrícolas.
Luego caminamos durante unas cuatro horas a lo largo de una pendiente cuesta justo al borde del precipicio, adentrándonos en el valle del Río Chunchunsmayo. En las horas de la tarde llegamos a otro sitio arqueológico llamado Llactapata (en quechua: ciudad alta).
Ubicación: 12º 37.025’ lat. Sur / 72º 05.750’ long. Oeste.
Altura: 1935 msnm.
Decidimos acampar en una vasta llanura contigua a las ruinas, con el objetivo de explorarlas al día siguiente. Después de cocinar una sopa a base de uncucha (una papa dulce típica de este valle) nos preparamos para dormir. El cielo estaba completamente libre de nubes y extrañamente se notaba una gran estrella muy baja en dirección del altiplano de Pantiacolla.
El cuarto día pudimos documentar el sitio de Llactapata: además de algunos restos de cimientos pre-incas, en los cuales el ángulo de los muros, en vez de ser perpendicular, es redondeado, pudimos registrar una construcción rectangular que data de la época pre-inca, caracterizada por una particular pared con ocho cavidades, usadas probablemente con fines ceremoniales.
A continuación emprendimos de nuevo nuestro camino en dirección noreste, remontando el estrecho valle del Río Chunchusmayo.
Al comienzo, anduvimos durante cinco horas en un angosto sendero al borde del precipicio. Algunos tramos fueron difíciles y tuvimos que aligerar el peso de las mulas evitando cuidadosamente que no se desbocaran y cayesen luego al vacío.
Posteriormente llegamos a un lugar de donde se podía ver el encuentro del torrente Tunquimayo con el Río Chunchusmayo. En aquel punto empezó un empinado descenso hasta el Río Chunchusmayo. Tuvimos que atravesar una zona de selva muy densa y húmeda antes de llegar a su curso.

Apenas lo atravesamos, emprendimos un pendiente ascenso del llamado «Cerro Miraflores», inicialmente en una densísima selva y, luego, a través de una enorme ladera con poca vegetación.
Después de unas tres horas de camino desde el río, decidimos detenernos y acampar, entre otras cosas, porque había empezado a llover fuerte.
De repente nos dimos cuenta de que nos hallábamos en un antiguo tambo pre-incaico de construcción rectangular. También aquí el hecho de que los ángulos de la edificación estuvieran redondeados nos hizo pensar en su origen pre-inca.
Ubicación del Tambo de Miraflores:
12º36.506’ lat. Sur / 72º 03.681’ long. Oeste
Altura: 2540 msnm
El quinto día exploramos inicialmente la parte de selva que se situaba al noroeste de nuestro campo base. Encontramos algunos muros de contención, también ellos de procedencia pre-incaica, indicio de que toda la zona estuvo habitada y cultivada en épocas remotas.
Luego nos adentramos en una espesísima selva, alejándonos sin embargo de la antigua zona agrícola.
Sucesivamente decidimos seguir el sendero que se dirigía al norte, hasta la cima del monte. Fue una muy ardua subida a través de un angosto y fangoso sendero, pero al final alcanzamos la cima y luego proseguimos hacia el norte a través de un altiplano cubierto por un bosque no muy denso. Nuestra caminata tuvo fin en un punto situado a 3185 msnm, de donde se podía divisar, a lo lejos, el altiplano de Pantiacolla y el llamado «Nudo de Toporake», una áspera formación rocosa situada en la divisoria entre la cuenca del Río Urubamba y la del Río Madre de Dios. Regresamos al campo base después de una caminata de aproximadamente tres horas.
El sexto día de nuestra exploración fue el determinante.
Exploramos de nuevo la parte de selva al noroeste de nuestro campo base. Nos adentramos luego en una espesa selva, tan húmeda, que era muy difícil avanzar.
Después de una media hora encontramos los cimientos de una casa en forma de trapecio y, luego, a pocos metros de ésta, las bases de otra residencia rectangular y varios muros de contención que sirvieron para los clásicos bancales.
Procediendo con la exploración, reconocimos el centro de una antigua ciudadela oculta en la selva: una explanada de aproximadamente 12×12 metros, en cuyo lado oriental había un muro de aproximadamente 6 metros de longitud con 4 cavidades ubicadas a una altura de alrededor 80 cm del suelo (foto principal).

Estábamos seguros de haber llegado a una importante y desconocida ciudadela agrícola pre-inca, pero ignorábamos quién la habría construido y cuándo. Algunos pastores de la zona nos habían mencionado el nombre «Miraflores» para indicar la montaña entera.
Ubicación de la ciudadela pre-inca de Miraflores:
Lat. 12º 36.507’ Sur / Long. 72º 03.715’ Oeste
Altura: 2523 metros sobre el nivel del mar.
Observando minuciosamente el muro principal, me di cuenta de que es probable que hubiera caído parcialmente y de que antaño tuviera al menos el doble de longitud. Quizás las cavidades, que para mí se habían usado por motivos rituales, antes habían sido 8, justamente como en Llactapata.
Pero, ¿quién pudo haber construido la ciudadela? ¿Pudieron haber sido los Chunchos, antepasados de los Matsiguenkas, de donde proviene el nombre del Río Chunchosmayo? No parece, porque aquellos pueblos de la selva adyacente al Cusco no utilizaron nunca los denominados bancales.
Al continuar con nuestra exploración pudimos documentar otras casas, muchas de las cuales tenían una especie de ventana o apertura en los muros, posiblemente utilizada por motivos rituales.
El séptimo día continuamos nuestra investigación. Procediendo fatigosamente a través de la selva densa e intrincada, descubrimos otras residencias y muchos muros de contención para los llamados bancales.
Pudimos comprobar que, en total, la ciudadela se extiende sobre aproximadamente dos hectáreas, donde hay alrededor de 20 cimientos de casas, además de la explanada central, donde se encuentra el muro principal con las 4 cavidades rituales.
La ciudadela agrícola de Miraflores fue construida casi seguramente por pueblos pre-incas, aunque hasta el día de hoy no es posible reconocer con exactitud el pueblo que la edificó.
Es muy probable que los Incas hayan utilizado el sitio con el propósito de controlar el acceso al valle y cultivar toda la vertiente occidental de la montaña para poder surtir de alimentos (maíz, fríjoles, papas, coca, calabazas) a los soldados que presidían los límites externos del imperio, en el altiplano de Pantiacolla y en las fortificaciones de Toporake; todos sitios ubicados en la divisoria (a aproximadamente 4000 msnm) entre la cuenca del Río Urubamba y la del Río Madre de Dios.
¿Es posible que la ciudadela agrícola de Miraflores haya servido para proveer alimentos a un sitio mayor, ubicado quizá más allá de la «meseta de Pantiacolla», me refiero al legendario Paititi de Inkarri?
A continuación inspeccionamos toda la zona adyacente, y descubrimos otros centros residenciales y ceremoniales. Muy interesante fue el hallazgo de una tumba.
Ubicación de la Tumba de Miraflores:
Lat. 12º36.521’ Sur / Long. 72º 03.731’ Oeste
Altura: 2509 msnm
El futuro estudio de este sitio podría revelar el enigma de la etnia que construyó toda la ciudadela.
Durante la tarde, como no llovía y estábamos lejos de cursos de agua, decidimos desmontar el campo base y acercarnos al Río Chunchusmayo. Luego montamos el campo 2 a unos 2000 msnm, a aproximadamente diez minutos de camino del Río. Posteriormente descendimos a las orillas del Río Chunchusmayo y nos bañamos, sumergiéndonos en sus gélidas aguas.
Poco después buscamos en vano los restos de un puente inca que, según algunos rumores, debería encontrarse en la zona.
Al octavo día regresamos a Naranjayoc y al día siguiente caminamos hasta la carretera pavimentada. El décimo día nos encontramos con nuestro conductor en un determinado punto, y en una poderosa camioneta regresamos a Cusco, luego de diez horas de viaje.
El balance de la expedición fue más que positivo. Además de documentar los sitios de Tambocasa y Llactapata, descubrimos y describimos las ruinas de la ciudadela agrícola de Miraflores, un ulterior paso adelante en el ámbito de las expediciones Paititi-Pantiacolla.

YURI LEVERATTO
Copyright 2011

UNA CIUDADELA DESCONOCIDA EN LOS ANDES PERUANOS

Gran descubrimiento en los Andes peruanos: 100 años después del anuncio de la existencia de Machu Picchu, un equipo de investigadores independientes llegó a las ruinas de una ciudadela desconocida, oculta en la intrincada selva alta de la región de Cusco

El equipo de exploradores, guiado por el estadounidense Gregory Deyermenjian, del cual hizo parte el italiano Yuri Leveratto, pudo ubicar, después de muchos días de ardua búsqueda en una de las selvas más intricadas y peligrosas de Suramérica, una ciudadela escondida. Para leer el artículo detallado de la expedición pulse en: Expedición a la cordillera de Paucartambo: el enigma de las ruinas de Miraflores

A 100 años del redescubrimiento de Machu Picchu por parte del estadounidense Hiram Bingham, en Perú están ocultos todavía muchos sitios arqueológicos de enorme importancia. Aún se mantienen con vida la leyenda del Paititi, El Dorado incaico, una ciudadela encubierta en la selva contigua al mítico “altiplano de Pantiacolla”, a donde supuestamente se retiraron los Incas fugitivos durante la conquista del Cusco por parte de los españoles.
 Según las leyendas sucesivas a la conquista, en el Paititi, la ciudadela fortificada, construida en plena selva virgen, los descendientes de los Incas conservaron vivas sus tradiciones y protegieron los símbolos sagrados de su imperio ya conquistado: el gran disco solar de oro que representaba al Dios Viracocha, una estatua de oro antropomorfa de Viracocha y la magnífica cadena áurea de Huáscar, una joya de unos doscientos metros de longitud y de un peso estimado de aproximadamente una tonelada.

Probablemente, los descendientes de los Incas también ocultaron en su Paititi antiquísimos códigos, llamados quipus, que se usaban no sólo para medir sino también para comunicar conceptos; además de tablas pétreas grabadas con una escritura esotérica denominada quellca, la cual se remonta al vetusto imperio de Tiahuanaco.
 Según los investigadores del equipo dirigido por Gregory Deyermenjian, la ciudadela hallada en la selva virgen fue muy seguramente construida en épocas remotas pre-incaicas, y servía tanto como centro agrícola que como santuario religioso. ¿A quién estaban destinados los productos agrícolas de los alrededores de la ciudadela? ¿Tal vez a un centro mayor, localizado más allá del altiplano de Pantiacolla, el legendario Paititi?
 El descubrimiento de las ruinas de la ciudadela, situadas en una montaña que se denomina “Cerro Miraflores”, es de gran importancia para las futuras búsquedas del Paititi, que deben efectuarse siguiendo antiguos caminos de piedra, los cuales, desde alturas de aproximadamente 3500-4000 metros sobre el nivel del mar, se adentran en la selva húmeda de las cuencas de los ríos Timpia y Alto Manu. Son lugares casi inaccesibles, tanto por el clima (severo y nebuloso en el altiplano, y tórrido y muy húmedo en las zonas tropicales), como por la complicada orografía del terreno; por último, por la presencia de peligrosos indígenas aislados (Kuga-Pacoris, Masco Piros, Toyeris y Amahuacos) en las selvas adyacentes.
 Los investigadores del equipo independiente liderado por Gregory Deyermenjian están seguros de que el reconocimiento y el estudio de los vestigios de Miraflores representan un paso de máxima importancia para la futura ubicación del Paititi, un mito que perdura desde hace casi 500 años.

YURI LEVERATTO
 Copyright 2011  

El artículo de la expedición se puede leer aquí: Expedición en la cordillera de Paucartambo: el enigma de las ruinas de Miraflores

EL MUNDO ES UNA ILUSIÓN

El mundo es una ilusión (la teología de Phillip K. Dick)

Un enigmático episodio, en el que recibió una «invasión mental cósmica», marcó la vida de Phillip K. Dick e hizo que creyera que el mundo en el que vivimos es un simulacro, desarrollando toda una teología de la gran ilusión cósmica.

Hace un par de semanas se publicó The Exegesis, la obra póstuma de Phillip K. Dick de más de 900 páginas en donde el que actualmente es el escritor de ciencia ficción más popular de Hollywood (y quizás pase a ser el más importante en la historia del género), explora y reflexiona sobre un intrigante episodio que le ocurrió en 1974 y del cual se deriva (y cifra) su teología. Estas meditaciones metafísicas, que no fueron escritas para ser publicadas, constan de más de 9,000 páginas, las cuales fueron editadas para componer una obra relativamente digerible.
 
La teología sobre la que devanea K. Dick es, como quizás sea obvio para sus lectores, una espectral madeja de paranoia y lucidez que, más allá de explorar una veta un tanto radical (y alucinatoria) del cristianismo, se centra en la preocupación central de la obra de este escritor estadounidense: qué es la realidad. Este cuestionamiento, que ha sido abordada con cierto parentesco por Borges, Baudrillard, Hume y los filosófos presocráticos, encuentra en K. Dick a uno de sus más profundos inquisidores.
 
El 20 de febrero de 1974, Phillip K. Dick vivió un acontecimiento —que  alguna vez describió como una invasión mental cósmica— en el que, aparentemente, un rayo láser le disparó una corriente de conocimientos arcanos.
 
Ese día de febrero de 1974, justo la semana en la que se había publicado la novela Flow My Tears, the Policeman Said, Dick fue al dentista a que le quitaran las muelas del juicio bajo los efectos del tiopentato de sodio. Pocas horas después se halló sufriendo un dolor extremo en su casa. Su esposa habló a la farmacia a pedir analgésicos. Tocaron a su puerta y, según relata, K.Dick sintió la necesidad de abrir él mismo pese a que estaba sangrando y adolorido. La chica de la farmacia llevaba puesto un collar brillante con un pez dorado en el centro. Este pez hipnotizó a Dick, quien le preguntó a la chica:
 
“Qué significa?”
 
La chica tocó el pez dorado resplandeciente con su mano y dijo :”Es un símbolo usado por los primeros cristianos”.
 
Luego me dio mis medicamentos. En ese instante, mientra volteaba a ver el símbolo del pez brillante y oía sus palabras, experimenté de súbito lo que luego descubrí se conoce como anamnesis —una palabra griega que significa, literalmente, “pérdida del olvido”. Recordé quién era y dónde estaba. En un instante, en un parpadeo, todo regresó a mí. Y no solo podía recordarlo: lo podía ver. La niña era una cristiana secreta y yo también. Vivíamos con miedo de ser detectados por los romanos. Teníamos que comunicarnos con signos crípticos. Ella me había dicho esto y era verdad.
 

Phillip K. Dick viviría el resto de su vida, hasta 1982, obsesionado por este episodio que incluiría una serie de comunicaciones telepáticas el mes subsecuente. De aquí se desprende la extraña cosmogonía de Phillip K. Dick, que si bien ya había sido esbozada en muchas de sus obras previas, toma un cariz radical y se afianza en su teoría de que la realidad en la que vivimos es un simulacro.  En su ensayo How to Build a Universe That Doesn’t Fall Apart explica:
 
La respuesta a la que he llegado tal vez no sea la correcta, pero es la única que tengo. Tiene que ver con el tiempo. Mi teoría es esta: en algún sentido fundamental: el tiempo no es real. O quizás sí sea real, pero no como lo experimentamos o como imaginamos que lo es. Tuve una aguda y abrumadora certidumbre (y todavía la tengo) de que pese a todo el cambio que vemos, un paisaje específico permanente subyace al mundo del cambio: y este paisaje invisible subyacente es el de la Biblia; es, específicamente, el periodo inmediato a la muerte y la resurrección de Cristo; es, en otras palabras, el tiempo del Libro de  los Hechos.
 
Puede parecer un tanto delirante que un escritor ahora tan reconocido, y cuyas historias alimentan el cine y la televisión cada vez más, creyera que en realidad estamos en Judea, inmóviles (como el Ser de Parménides), 2000 mil años atrás. Phillip K. Dick era consciente de esto y muchas veces buscó desestimar esta espisodio visionario —que siempre persistió como un enigma. Lo transmutó en ficción en la que para algunos es su obra maestra, VALIS, novela en la que el rayo láser que percibió dispararse del collar de la repartidora de fármacos se vuelve el rayo láser satelital que usa la computadora cósmica para proyectar hologramas y transmitir información en la Tierra —mantener también esta ilusión temporal. El sueño eléctrico de la divinidad de K. Dick, novelado, en el que esta divinidad informática que proviene de Sirio se comunica con él para revelarle lo que podríamos llamar los intersticios de la Matrix.
 

Dick escribió en Exegesis:
 
Parece que somos bucles de memoria (portadores de ADN capaces de experiencia) en una sistema computacional pensante en el que, aunque hemos correctamente grabado y almacenado miles de años de información experiencial, y cada uno de nosotros posee depósitos un tanto diferentes de todas las otras formas de vida, hay un mal funcionamiento —una falla— en la recuperación de la memoria.
 
Tenemos aquí una clara muestra de la anamnesis que es clave en el sistema filosófico-religioso de K. Dick y la cual equivale a la gnosis platónica: saber es recordar. Recordar quiénes somos, intuye K. Dick, es ver más allá del simulacro, acceder a la esencia intemporal que participa en el Logos (el Logos que es “aquel que piensa, y aquello que se piensa: el pensador y el pensamiento juntos”; Dick cree, como cierta corriente en la física cuántica, que la información es el constituyente primordial del universo).  Asimismo, la conciencia de que somos proyecciones holográficas o seres ensoñados nos abre la puerta a ser el proyector de hologramas y el soñador.
 
El éxito de K. Dick se sustenta en que pese a que llevó a su mente a los límites más extremos de la metafísica, que en ocasiones rayaron en la más pura psicosis, siempre conservó el humor y la crítica. También de How to Build a Universe  That Doesn’t Fall Apart:
 
Me puedo imaginar a mí mismo siendo examinado por un psiquiatra. El psiquiatra dice, “¿Qué año es? Yo respondo, “50 d.C”. El psiquiatra parpadea y luego me pregunta. “¿Y dónde estás tú?” Yo respondó, “En Judea”. “¿Dónde rayos está eso?”, me pregunta. “Es parte del Imperio Romano”, tendría que responder. “¿Sabes quién es presidente?”, me preguntaría el psiquiatra, y yo repsondería, “El procurador Felix”. “¿Estás seguro de esto”, diría el psiquiatra, mientras que da señales encubiertas a dos asistentes corpulentos. “Sí”, le respondería. “A menos de que Felix haya dejado su puesto y entonces habría sido reemplazado por el procurador Festus. Ve, San Pablo fue aprehendido por Felix por…”. “¿Quién te dijo todo esto?”, interrumpiría el psiquiatra, irritado, y yo respondería, “El Espíritu Santo”. Después de eso me retendrían en la habitación de hule, dentro mirando hacia afuera, y sabiendo exactamente por qué estaba ahí.
 
Siempre esta doble realidad en el pensamiento de K. Dick: el psiquiatra es también el  procurador romano que detiene a los cristianos, que lo detiene a él que ha escuchado la voz del Espíritu Santo, cuya paloma ahora es un rayo láser. Estamos aquí y allá, sentados en la eternidad y en esta película (una especie de cinta de Hollywood personalizado) que es el tiempo.
 
La obsesión por el episodio epifánico de K. Dick se vio aumentada por el hecho de que aparentemente recibió información telepática que comprobó ser cierta más allá de su mente.  Supuestamente se le avisó que su hijo estaba enfermó y podría morir. Examinaciones médicas de rutina mostraban que el niño no tenía ninguna enfermedad; sin embargo, K. Dick insistió en que se realizaran exámenes exhaustivos. Se le decubrió una hernia inguinal que lo habría matado si no hubiera intervenido la inteligencia cósmica. Esta comunicación, de manera cambiante, fue percibida por K. Dick como proveniente de una inteligencia del sistema estelar de Sirio (para los interesados en el tema se recomienda leer Cosmic Trigger, donde Robert Anton Wislon explora la sincronicidad de que por la misma época varias personas reportaron recibir comunicación telepática de  Sirio, entre ellos, él y Tim Leary).  Los emisores son los constructores originales, que en VALIS revelan: “Nunca lo hemos dejado  de hacer… Todavía construimos. Construimos este mundo. Esta matriz de espacio-tiempo”. Phillip K. Dick liga a los arquitectos de la Matrix sirianos con los cristianos del código del pez: ¿acaso las entidades sirianas son semidioses marinos, una especie de peces cibernéticos súper-evolucionados, cuyo linaje entronca con Cristo?
 
Añadiendo a la mistificación, por el tiempo de la invasión cósmica mental la esposa de K. Dick supuestamente transcribió sonidos cuando lo oyó hablar dormido y descubrió que estaba hablando en griego koiné, el dialéctco que se hablaba en la era helénica de la antigua Grecia y el cual nunca había estudiado. Este espisodio de supuesta xenoglosia no se ha podido aclarar si es parte de una mitificación à propos del mismo K. Dick o un suceso que él mismo penso que sí ocurrió –quizás en su mente se borran las fronteras entre su obra y la realidad.
 
En febrero de 1974 K. Dick acababa de publicar su novela Flow My Tears, The Policeman Said, la cual, según contó en varias ocasiones, descubrió a posteriori que estaba, inconscientemente, registrando sucesos que ocurrían en el Libro de los Hechos y cuyos personajes describían de manera puntual a personas que aún no conocía. Esto contribuyó a que no tomara el episodio visionario a  la ligera.
 
Evidentemente los críticos y biógrafos de Phillip K. Dick proponen teorías alternativas para explicar la fuente de su trance visionario. Una de las versiones más socorridas es la de que este episodio fue propiciado por un ataque de epilepsia del lóbulo temporal (al parecer K. Dick, como Van Gogh, Dostoievski o Flaubert, padecía esta condición con la que la ciencia muchas veces intenta explicar las teofanías). También se han esbozado versiones de que fue el resultado del exceso de vitaminas que consumía, un flashback de su experimentación con drogas psicoactivas o simplemente una manifestación de su psique desequilibrada que por momentos lo llevaba a la locura. El mismo K. Dick consideró en algunos momentos de su vida que podía tener un origen neurológico, lo cual es parte de la tesis que desarrolla en VALIS a través de su alter ego Horselover Fat, quien tal vez padece esquiozofrenia. Consideró, sin embago, muchas otras posibilidades, algunas bastante extrañas, como la de que el obisbo muerto Jim Pike estaba invadiendo su mente (acaso por resonancia mórfica espectral) y luego pensando que más bien era la mente de un antiguo griego llamado Asklepios o una posesión avatárica del profeta Elías.
 
Aún más interesante que definir qué fue lo que sucedió aquella mítica tarde del 20 de febrero de 1974 es navegar a través de las elucubraciones que suscitó dicho episiodio, consolidando en este escritor una inexorable suspicacia de que la realidad que experimentamos es falsa. Aquí vale la pena salir un momento de la dimensión psicótica de K. Dick para encontrar ecos de su visión radical de la realidad en otros autores que quizás sean considerados con mayor estimación por el mainstream. Vemos en Borges un notable parangón:
 
“El mayor hechicero (escribe memorablemente Novalis) sería el que hechizara hasta el punto de tomar sus propias fantasmagorías por apariciones autónomas. ¿No sería ese nuestro caso?” yo conjeturo que es así. Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso.
 
Estos intersticios pueden ser los canales por los cuales la divinidad se comunica a sí misma su ilusión de ser en el tiempo. Y quizás no es del todo importante si ocurren generados por una aflicción neurológica, la ingestión de una sustancia psicodélica, un rayo láser rosa o por el mismo Espíritu Santo, ya que lo que se comunica es, más que la esencia de la divinidad, la ilusión del mundo —en cuyo desvelo está esa divinidad. Phillip K. Dick era un maestro en hacernos cuestionar esta realidad, ver, por así decirlo, los cables detrás de las cosas, el engranaje de la máquina y la escenografía que subyace al paisaje. “Me gusta construir universos que se deshacen. Me gusta verlos desbaratarse y ver cómo los personajes en las novelas se adaptan a este problema”.  La crisis del momento en el que se desmorona la realidad es el estado de máxima conciencia y transformación. Ponernos en esa situación, como lectores, es una extraordinaria virtud que germina la semilla central del pensamiento filosófico de nuestra civilización (que Platón atribuye a Sócrates): el derecho y la responsabilidad de cuestionar las cosas y cuestionar a la autoridad, una autoridad que podemos identificar con los constructores de la ilusión. En este sentido la teología de K. Dick tiene una lectura filosófica que no se ve necesariamente contaminada de religión o fanatismo.
 
La filosofía gnóstica de Phillip K. Dick tiene un profundo sentido ético (una ética metafísica).  Más allá de que su obra, dentro de la simulación y el artificio que predomina, celebra al humano auténico y exalta la empatía como la emoción suprema que permite al hombre permanecer dentro de la ilusoriedad  que, como en Ubik, hace todo evanescente y corrupto, K. Dick sugiere que es nuestra labor realizar el mundo:
 
En el Timeo, Dios no crea el universo, como sí lo hace el Dios cristiano. Simplemente lo encuentra un día. Está en un estado de caos total. Dios se dispone a transformar el caos en orden. Esta idea me atrae y la he adaptado para adaptarla con mis propias necesidades intelectuales: ¿qué pasaría  si nuestro universo empezara como algo no del todo real, una especie de ilusión, como la religión hinduista sostiene, y Dios, por amor y caridad hacia nosotros, lentamente lo está transmutando, lenta y secretamente, en algo real?
 
Para llegar (o llevar) al mundo a la realidad, según la exploración teológica de K. Dick, el hombre debe descubir su ilusoriedad fundamental, pero también combatir todo aquello que falsifica y simula. Por lo tanto son los valores que históricamente predican las grandes religiones los que le permiten afianzarse dentro de la desintegración ontológica que permea a este mundo, concebido como una contracreación o una copia de la realidad divina por un demiurgo a veces identificado con el diablo. En el amor y en la empatía el hombre vislumbra el orden divino original y participa en la esencia subyacente de las cosas o espíritu. Dice Dick:
 
La suma de mucha de la teología y la filosofía presocrática puede expresarse así: el kosmos no es como aparenta ser, y probablemente lo que es, en su nivel más profundo, es exactamente lo que los seres humanos son en un nivel más profundo —llámenlo alma o mente, es algo unitario que vive y piensa, y solo parece ser plural y material.
 
Dudar de la realidad del mundo material, del mundo sólido que experimentamos todos los días y en el cual nos construimos como entidades individuales aparentemente independientes de los demás, puede considerarse para muchas personas una simple alucinación o una percepción poco fundamentada según los preceptos aprendidos de la razón (o como algo aterrador al significarnos como simulacros). Las cosas no se desintegran de la nada, siguen ahí, pueden tocarse y a la vez cambian conforme a leyes establecidas, predecibles y constantes. Pero consideremos la posibilidad de que esto sea así precisamente porque nosotros —o alguien más— las dotamos de esta realidad: al participar después de todo en la divinidad subyacente somos entidades dadoras de realidad, la mirada es siempre transformadora.
 
Phillip K. Dick definió la realidad como “aquello que persiste, incluso cuando dejamos de creer en ello”. Las cosas —la mesa, el árbol, el auto— persisten en nuestra experiencia común: no nos despertamos y nuestra mesa ha desaparecido. Pero, ¿cuándo hemos dejado de creer en la mesa? ¿Cuándo hemos en verdad dejado de creer en la solidez del mundo? Y, al morir, ¿acaso permanecerá la personalidad que supuestamente integramos: ser Phillip, o Juan, o Yo, si dejamos de creer que somos esa persona?
 
El autor de esta entrada manifiesta su afinidad con la delirante y valiente obra de Phillip K. Dick y la fascinación por interrogar la naturaleza de la realidad. Quizás esto muestra una especie de rechazo al mundo, una excesiva oniricidad, pero quien alguna vez ha visto —o al menos ha creído ver— la radical ilusoriedad de este, el código de glifos y fractales luminosos de la Matrix o los fotogramas con los cuales los agentes van concatenando el holograma del tiempo, difícilmente dejará de sentirse atraído por estos temas y estará genuinamente interesado en descorrer el velo, siquiera por un instante, y asomarse al jardín que yace suspendido en la eternidad, aquí.
 
Escribiendo en Disneylandia, Phillip K. Dick anticipó la realización al final de los tiempos:
 
Tal vez el tiempo no solo se está acelerando; tal vez, además, está por terminar.
 
Y si lo hace, los juegos de Disneylandia no serán nunca igual. Porque cuando el tiempo finalice, las aves y los hipopótamos y los leones y los venados de Disneylandia no serán más simulaciones, y, por primera vez, un ave real cantará.

PijamaSurf

¿UN OVNI ESTRELLADO EN BOLIVIA EN 1978?

Aunque cuando se habla de ovnis estrellados, con independencia de su veracidad, siempre se recuerda el caso Roswell, hay otros casos, «menores» si se prefiere, que también continúan envueltos en el misterio.
 
Ahora que están de moda las noticias generadas por cables indiscretos, este caso se generó por un telegrama transmitido por la Embajada estadounidense en La Paz, Bolivia, al Secretario de Estado, el 15 de mayo de 1978, y titulado Informe de un Objeto Caído del Espacio.
 
Comienza: «Los periódicos bolivianos informaron esta mañana sobre un objeto no identificado que aparentemente cayó del cielo. El objeto fue descubierto cerca de la ciudad de Bermejo y fue descrito como oviforme, metálico y de aproximadamente cuatro metros de diámetro. La Fuerza Aérea Boliviana planea averigüar el origen y naturaleza del objeto.»

«(….) Requiero al departamento que consulte con las agencias apropiadas para intentar determinar lo que podría ser este objeto. En la región ha habido varios informes de ovnis la semana pasada. Requiero una respuesta tan pronto como sea posible.»

El Departamento de Estado no fue el único organismo del gobierno que tuvo interés en el caso, como lo prueba un informe de la CIA, también del 15 de mayo de 1978: 

 «Mucha gente de esta región afirma que vio un objeto con cierto parecido a un balón de fútbol cayendo tras las montañas de la frontera argentino- boliviana, causando una gran explosión. Esto fue el 6 de mayo. Algunos residentes en las provincias de San Luis y Mendoza afirmaron que observaron un escuadrón de ovnis volando en formación.»
«Las noticias desde Salta confirman que el satélite artificial cayó sobre la montaña Taire en Bolivia, donde ha sido localizado por las autoridades. Las mismas fuentes dijeron que el área donde cayó el satélite artificial ha sido declarada zona de emergencia por el gobierno boliviano.»

Hay otro segundo informe de la CIA fechado 16 de mayo de 1978:

«Hemos recibido otra llamada sobre nuestro requerimeitno de confirmación sobre los informes acerca de la caída de un objeto no identificado en el territorio boliviano cerca de la frontera argentina. Sólo podemos decir que las emisoras de radio argentinas y bolivianas están informando con frecuencia de este suceso, afirmando que las autoridades bolivianas han requerido urgentemente la asistencia de la NASA para determinar la naturaleza de lo que se estrelló en una colina de Bolivia.»

«(…) Un periódico de La Paz dijo hoy que hay gran interés en aprender sobre la naturaleza del objeto caído, añadiendo que las autoridades locales habían acordonado uno 200 km. alrededor de la zona del «estrellamiento» por motivos de seguridad. Se dijo que el objeto era mecánico con un diámetro de casi 4 metros y que se trasladó a Tarija. Hay interés en determinar la exactitud de esos informes que se están extendiendo rápidamente por el continente, particularmente en Bolivia y sus países vecinos. ¿Es un satélite, un meteorito, o una falsa alarma?»
 
Un estudio de los archivos de la CIA y el Departamento de Estado revela que el 18 de mayo de 1978 la embajada estadounidense en La Paz de nuevo envió un telegrama al Secretario de Estado. Clasificado secreto, el telegrama desveló lo siguiente:

«La información facilitada ha sido consultada con las pertinentes agencias del gobierno. No puede establecerse una correlación con objetos espaciales conocidos que pudieran haber reentrado en la atmósfera terrestre alrededor del 6 de mayo; sin embargo, continuamos examinando cualquier posibilidad.»

Seis días después una comunicación se transmitió desde la Oficina del Agregado de Defensa estadounidense en La Paz a varias agencias militares y gubernamentales, incluyendo el NORAD, la Fuerza Aérea y el Departamento de Estado. Su contenido es algo intrigante:

«(…)Esta oficina ha intentado verificar las historias aparecidas en la prensa local. El Jefe de la Fuerza Aérea Boliviana afirmó que sus aviones sobrevolaron la zona y el Comandante del Ejército Boliviano informó que la partida de búsqueda no había hallado nada. El ejército concluyó que podía o no haber un objeto [sic] pero hasta la fecha no se ha encontrado.»
 
Así pues ¿qué ocurrió realmente en esa fecha de mayo de 1978? Mientras  los registros del gobierno señalan hacia la posibilidad de que ocurrió algo fuera de lo ordinario, aún hay más preguntas.
 
Los informes de la CIA del 15 de mayo claramente afirman que el objeto había caído sobre Taira en Boliva, y «ya ha sido localizado por las autoridades».

Además, al día siguiente, la CIA supo que el objeto «había sido trasladado a Tarija.» En contraste el ejército boliviana y la fuerza aérea no habían hallado ni rastro. ¿Estaba la CIA malinformada, o los bolivianos ocultaron algo al Departamento de Estado? La historia no acaba aquí.
 
Rumores tentadores sugieren que el objeto podría haber sido recogido por las autoridades estadounidenses, y que tanto la CIA como la NASA participaron en el caso. En junio de 1979, el investigador de ovnis estrellados, Leonard Stringfield, fue contactado por el investigador argentino Nicolás Ojeda, quién tenía datos interesantes sobre el caso boliviano. Según Ojeda, » hay un informe de un grupo de investigadores que desaparecieron misteriosamente en el área. Realmente pienso que algo grande sucedió en Salta. La NASA investigó pero no hubo noticias de ello. En La Paz, un enorme Hercules C-130 tranportó «algo» traído del área donde el ovni se estrelló.»
 
En suma, la investigación de Stringfield revela que una conocida fuente, -del investigador Bob Barry-, de la CIA confirmó el vuelo del C-130 aunque no quiso comentar nada sobre la carga que llevaba el avión.

Desafortunadamente, la evidencia disponible aún no responde a la cuestión principal: ¿qué fue lo que se estrelló en Bermejo?

NICK REDFERN