KEITH A. SPENCER La búsqueda de señales de radio alienígenas es financiada en gran parte por multimillonarios. ¿Es una buena idea?
En la era de los barones ladrones, el símbolo de estatus más importante para los súper ricos era tener el nombre de uno en una biblioteca o universidad, a lo Andrew Carnegie, John D. Rockefeller o Andrew W. Mellon. Hoy en día, ese símbolo de estatus, -al menos para cierto segmento de la élite de Silicon Valley-, es un radiotelescopio. El Instituto SETI, acrónimo de «Search for Extraterrestrial Intelligence» (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), es la principal organización internacional encargada de explorar los cielos en busca de señales potenciales de civilizaciones extraterrestres. En la actualidad, el Instituto SETI está financiado en gran medida por donantes individuales – y la lista de donantes principales se lee como un quién es quién de la riqueza tecnológica. Entre los mayores contribuyentes del Instituto SETI: luminarias multimillonarias como William Hewlett y David Packard, homónimos de la Corporación Hewlett-Packard; Gordon Moore, cofundador de Intel; Paul Allen, cofundador de Microsoft; y Yuri Milner, el capitalista de riesgo nacido en Rusia metido en muchos negocios de Silicon Valley. Aparte de que todos son multimillonarios, todos los mencionados anteriormente trabajan o trabajaron de alguna forma en tecnología.
La búsqueda de E.T. no siempre fue una empresa privada. Cuando los astrónomos se dieron cuenta por primera vez de que las ondas de radio podían utilizarse para la comunicación interestelar, muchos gobiernos e investigadores académicos se interesaron en la posibilidad de buscar señales extraterrestres. Después de todo, la búsqueda de ondas de radio es un proceso relativamente barato y fácil; sólo tienes que apuntar tus radiotelescopios hacia el cielo y escuchar. Frank Drake, ahora profesor emérito de astronomía en la Universidad de California, Santa Cruz, inició la primera búsqueda SETI cuando, en 1960, apuntó a dos estrellas cercanas con una antena del Observatorio Nacional de Radioastronomía.
Durante un tiempo, el gobierno federal, a través de la NASA, financió esfuerzos para escuchar las señales potenciales de los extraterrestres. Sin embargo, en 1993, el senador de Nevada Richard Bryan introdujo una enmienda en un proyecto de ley de asignaciones de la NASA que despojó a los esfuerzos del SETI de la NASA de cualquier financiación, a pesar de sus minúsculos costos en comparación con el presupuesto general de la NASA. La búsqueda más extensa de esfuerzos de inteligencia extraterrestre se trasladó a un modelo de financiación privada basado en la donación; así nació el Instituto SETI, una organización sin fines de lucro.
No es una coincidencia que la privatización de la búsqueda de inteligencia extraterrestre ocurriera en el mismo momento en que las economías occidentales estaban adoptando reformas económicas neoliberales, vendiendo amplias franjas del estado de bienestar social a intereses privados, contratando a otros, y confiando en fundaciones privadas para cumplir con tareas que anteriormente habían sido del dominio del gobierno: cosas como proporcionar vivienda, comida y refugio a los ciudadanos; subvenciones para la educación superior; financiación de las artes y las ciencias, etc. «La era del gran gobierno ha terminado«, declaró el presidente Clinton en su discurso sobre el Estado de la Unión de 1996, tomando prestada una calumnia («gran gobierno«) que la derecha había inventado para tratar de emponzoñar la noción de que cualquier forma de gobierno podría ser cualquier cosa menos hinchada e intratable.
«El neoliberalismo es un sistema global de poder minoritario, saqueo de naciones y expolio del medio ambiente… un sistema hegemónico de intensa explotación de la mayoría«, escribieron Alfredo Saad-Filho y Deborah Johnston en «Neoliberalismo: Una Mirada Crítica«. En la medida en que las políticas neoliberales otorgan «poder minoritario» a un pequeño grupo de élites, el neoliberalismo es esencialmente una forma suave de autoritarismo, en la medida en que dichas políticas toman los aparatos democráticos del Estado y los ponen en manos privadas, o los asignan a tecnócratas inexpugnables. Esta es quizás la razón por la que la industria de la tecnología, con su tendencia a menudo ridiculizada de comprimir todas las cuestiones sociales en «problemas» y «soluciones» excesivamente simplificados, encaja tan bien con la mentalidad neoliberal: todo el ethos de Silicon Valley es dejar que los expertos técnicos apliquen sus trucos y soluciones a la vida cotidiana, en sus propios términos monetizados.
¿Qué tiene que ver toda esta charla sobre el neoliberalismo con los alienígenas? Resulta que la historia del SETI y del Instituto SETI es realmente una historia de economía, específicamente del neoliberalismo. Porque no sólo la búsqueda de E.T. está en manos privadas, sino que aquellos que creen en su misión, y aquellos que buscan extraterrestres, les han otorgado propiedades extrañas que reflejan más la era en la que vivimos que cualquier principio cósmico «universal» de la sociología.
Echa un vistazo a Silicon Valley y encontrarás todo tipo de tecnólogos que están convencidos de que tienen una idea bastante clara de cómo serán los extraterrestres una vez que los conozcamos. En 2015, un grupo de científicos y directores generales, entre ellos Elon Musk, firmaron una carta de advertencia contra los intentos teóricos de enviar mensajes a los extraterrestres; en ella, escribieron sobre su preocupación de que «debido a que recientemente (en términos cósmicos) hemos alcanzado una capacidad de comunicación interestelar, es probable que otras civilizaciones comunicativas que encontremos sean millones de años más avanzadas que nosotros«.
Las proyecciones sobre las intenciones de los alienígenas también aparecen en las páginas de prestigiosas revistas científicas, incluyendo Nature, que publicó un editorial en 2006 sobre su temor de que un alienígena reciba un mensaje humano que pueda «revelar algún defecto peculiar en nuestro maquillaje psicológico que los especialistas en ‘operaciones encubiertas’ alienígenas podrían empezar a buscar formas de explotar«. Oye, eso suena como la trama de «Half-Life».
George Basalla, un historiador que ha escrito extensamente sobre la historia de SETI, cree que los creyentes de SETI son más parecidos a los seguidores religiosos que a los científicos. Cita las formas en que los científicos del SETI son incapaces de evitar transponer la civilización humana, la cultura y las costumbres a los teóricos alienígenas, un pecado que nubla su capacidad para buscar E.T. en primer lugar. «A pesar de los esfuerzos de los científicos del SETI para evitar las trampas del antropomorfismo, duplican la vida terrestre y la civilización en planetas distantes, creando una sucesión de mundos extraterrestres que reflejan los suyos«, escribe Basalla. Continúa: «Los investigadores de SETI tienden a transferir la vida y la cultura terrestre al resto del universo porque operan más allá de los límites de su conocimiento y competencia cuando discuten la universalidad de la ciencia y las matemáticas, la evolución biológica y cultural, la idea de progreso, la naturaleza de la tecnología y el significado de la civilización«.
La propiedad transitiva de la arrogancia
La arrogancia de los científicos que transponen la cultura humana, la civilización, las creencias y la biología en su búsqueda de inteligencia extraterrestre tiene un extraño espejo en los multimillonarios de Silicon Valley que donan a esta tentativa. Cualquiera que haya pasado tiempo en Silicon Valley es consciente de la vanidad de la tecnocracia de élite que gobierna el valle, con su creencia pseudoautoritaria en la creación de una sociedad libre de democracia dirigida, administrada y operada por tecnócratas. Y mientras que las fundaciones privadas de las élites tecnológicas, -desde la Fundación Bill y Melinda Gates hasta la Iniciativa Chan-Zuckerberg-, hablan de este objetivo de rehacer el mundo en sus propios términos inexplicables, ocasionalmente alguien lo dice en voz alta, como cuando el capitalista de riesgo y cofundador de PayPal Peter Thiel escribió: «Ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles«.
Llamémoslo chovinismo STEM (de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés, nota del traductor), tal vez. Es una tendencia que es bastante perceptible en las decisiones empresariales del mundo de la tecnología. Obsérvese: la transformación de Facebook en una especie de pseudo-nación estatal, y sus garantías públicas de que hará todo lo posible para mantener intacta la integridad de nuestras democracias, lo cual, como señaló astutamente Max Read, es aterrador escuchar proveniente de una corporación. O el distópico Soylent, un sustituto alimenticio en polvo diseñado para solucionar el «problema» de comer eliminando por completo los placeres de la comida; o en la competencia desesperada entre las mayores compañías de tecnología para automatizar los coches y así eliminar a todos los conductores humanos; o en la saga de la tan malvada «Bodega», un nuevo intento de automatizar y eliminar las tiendas de esquina dirigidas por personas…. Podría continuar. En cualquier caso, el extraño culto de Silicon Valley cree profundamente que son los tipos más inteligentes de la sala, y que el mundo debería ser gobernado por sus reglas.
Este tipo de mentalidad se extiende hasta los esfuerzos filantrópicos de Silicon Valley, que a menudo se basan en fantasías tecno utópicas sobre cómo funciona el mundo. El director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, tuvo una vez la arrogancia de creer que él solo sabía cómo arreglar las escuelas públicas de Newark, a pesar de no tener experiencia educativa; Zuckerberg donó 100 millones de dólares en el intento pero sin resultado alguno. Demasiado para el gobierno de los tecnócratas.
Así que volvamos al SETI y al Instituto SETI. Todos los multimillonarios llegan a un punto en el que su dinero ya no les compra poder ni felicidad; muchos multimillonarios recurren a la filantropía para amortiguar aún más su legado y su ego, ya que aunque nadie puede lograr la inmortalidad práctica, dotar una biblioteca, universidad o edificio es lo más cercano que pudiera llegar a tener nuestro nombre para siempre.
El siguiente paso para los tecnócratas super-ricos, entonces, es tener su nombre en lo que puede ser el evento más importante en la historia de la humanidad: la búsqueda para afirmar que no estamos solos en el universo. En la actualidad, gran parte de la infraestructura del Instituto SETI es nombrada por y para sus donantes: está el Allen Telescope Array, nombrado en honor a Paul Allen; y la Breakthrough Prize Foundation de Yuri Milner, su donación de $100 millones para proyectos del SETI. Si una señal es realmente descubierta en virtud de uno de estos esfuerzos, el donante multimillonario indudablemente se convertirá en una especie de icono durante los próximos mil años, todo por tener el privilegio de gastar el dinero que hizo de la mano de obra de otros para pagar a otras personas para que construyeran un telescopio (o financiaran un programa de subvenciones) con su nombre en él.
En una era en la que nuestra cultura se obsesiona con las vidas y creencias de los CEOs y billonarios, y muchos los ven como nuestros salvadores, parece imprudente promover nuestra adulación. Después de todo, nos metimos en nuestro lío político trumpiano creyendo que los que son ricos son inteligentes, y viceversa; sin embargo, los verdaderos talentos de los ricos tienden a evitar los impuestos y a presionar a los políticos para que hagan cosas para aumentar sus ganancias.
Independientemente de si usted piensa que las señales alienígenas están a la vuelta de la esquina o no, la privatización del Instituto SETI es un triste reflejo de la tendencia de las instituciones que actúan en el interés público a ser llevadas al reino del donante privado. Por ahora, el Instituto SETI vive en la intersección de un diagrama de Venn: un círculo lee «la arrogancia de los technorati«, el otro círculo «nuestro momento económico». Si hay extraterrestres ahí fuera leyendo, me disculpo de antemano por los bichos raros que dirigen nuestro extraño planeta.
KEITH A. SPENCER (28/11/17) Alternet [Traducido por JUAN PEDRO MOSCARDÓ para LibertaliadeHatali] Fuente original: Salon