LIBROS AVENTURA: LA LEYENDA DE EL DORADO

eldoradoEl Rey Blanco y el lago donde dormía el Sol

No solo los relatos de los indígenas foguearon la fantasía de los conquistadores en busca de universos dorados.También los hubo de plata. Los guaraníes de la costa brasileña, por ejemplo, contaban que muy al Occidente se encontraba la riquísima tierra de los caracaraes, dominio del Rey Blanco, caracterizada por una gran sierra de plata (es decir, de plata maciza), ríos de oro y otras indescriptibles maravillas. Entrando por el Río de la Plata se podían cargar los barcos con metales
preciosos, aún lo más grandes.
Los súbditos del Rey Blanco, decían, llevaban sin excepción coronas de plata en la cabeza y planchas de oro colgadas al cuello. Obviamente, muchos exploradores españoles fueron deslumbrados por las constantes noticias que daban los indios sobre la Sierra de la Plata y del imperio grandioso que se encontraba hacia el occidente ignoto, custodiado por un gran dragón invencible. A este dragón bien lo podría representar la impenetrable selva del gran Chaco, y era muy difícil de vencer.
Como se ha visto, en tiempos anteriores a la conquista española, los incas irradiaron esplendor y riqueza por toda América del Sur. Los guaraníes, a su vez, realizaron grandes migraciones hacia las tierras incaicas del Perú con ánimo de conquista, pero siempre fueron expulsados. Algunos, en su regreso, se establecieron en el gran Chaco y en las tierras paraguayas. Ya en las costas del Brasil, se encargaron de divulgar la fama de la Sierra de la Plata, de las ricas minas de Charcas. La noticia contenía elementos verídicos, pero aparecía deformada por el reflejo incaico, y mal calculada en su distancia del cerro Saigpurum, luego descubierto y llamado Potosí por los españoles.
Corría el año 1516 cuando tuvo lugar la primera búsqueda.
Tres naves volvían a España por el río Paraná Guazú tras haber descubierto ese inmenso río-océano al que Juan Díaz de Solís llamó Mar Dulce. Los huesos del gran capitán quedaron junto con los de varios compañeros en esas playas, luego de una matanza seguida de un ritual antropofágico del cual solo se salvó, de todo el grupo de desembarco, el grumete Francisco del Puerto.
Luego, la pequeña flota pasó, sin su almirante, junto a la isla Yuruminrin, que más tarde Sebastián Caboto bautizaría con el nombre de Santa Catalina, en la costa del Brasil. Una de las carabelas, retrasada, naufragó en el Puerto de los Patos, la costa frente a la isla; y ahí quedaron abandonados dieciocho tripulantes.
Estos náufragos se enteraron de la historia de la Sierra de la Plata. Uno de ellos, Alejo García, decidió realizar una expedición en su busca. Hay que aclarar que estos españoles eran náufragos en tierra indígena, y que estaban a casi dos mil kilómetros de Potosí.
El audaz Alejo García, con cuatro de sus compañeros, logró alistar a varios cientos de guaraníes, algo que no le costó mucho, ya que estos realizaban migraciones cada determinada cantidad de años hacia esa zona.
La expedición cruzó las extensas selvas brasileñas y logró llegar a las sierras de Potosí, la ansiada Sierra de la Plata. Corrieron muchos peligros y guerrearon contra numerosos indígenas a su paso. Cuando García volvía de esta arriesgada expedición, cargado de oro y de plata, fue atacado y muerto por indígenas, y su expedición deshecha. Solo algunos guaraníes y un hijo (americano) de García lograron regresar al Puerto de los Patos, donde estaban los demás náufragos a quienes les contaron las maravillosas historias sobre las inmensas riquezas y la muerte de sus compatriotas, que luego recorrerían la costa brasileña. Se cree que esta expedición ocurrió no mucho antes de la llegada de Caboto al Río de la Plata, hacia 1525.
Las noticias de la Sierra de la Plata corrían por toda la costa del Brasil, desde Pernambuco hasta el Río de la Plata, el cual obtiene su nombre por ser la vía más rápida hacia la famosa sierra, y no porque hubiera plata en sus costas. Estas noticias habían llegado a España en las naves de Solís; del portugués Cristóbal Jacques, que se encontró con el grumete Francisco del Puerto (sobreviviente de la matanza de Solís) en el Río de la Plata; de Rodrigo de Acuña; y de aquel castellano que en 1521 habló con
nueve náufragos de Santa Catalina y subió por el Río de la Plata un buen trecho.
Estas buenas nuevas y los rumores sobre el imperio incaico se habían extendido por la costa brasileña hasta la boca del inmenso río de Solís. Y habían llegado hasta España clavándose como una obsesión en la mente de Sebastián Caboto.
Caboto firma con el rey de España una capitulación para ir a las islas Molucas (en el sudeste asiático). Llegó a la costa del Brasil el 3 de junio de 1526; fondeó en Pernambuco, en una factoría portuguesa. Durante su larga estancia allí, Caboto decidió, si es que no lo había hecho en España, explorar el río descubierto por Solís. Había obtenido bastante información sobre la existencia de grandes cantidades de metales preciosos.
Anoticiado de la existencia de los náufragos, Solís los recoge en su camino al Río de la Plata. Solo quedaban dos, Enrique Montes y Melchor Ramírez, los cuales exageraron sobremanera las riquezas que existían en la zona del Plata. En el Río de la Plata solo encontraron hambre y desastres. Con las mismas “riquezas” se encontró Diego García de Moguer (exintegrante de la expedición de Solís), quien al igual que Caboto, había conseguido la capitulación para ir a las Molucas, y la violaba igual que aquél, para explorar el Río de la Plata atraído por las riquezas de la famosa sierra.
Caboto y García regresaron a España sin poder encontrar nada, solo llevaron consigo más leyendas que atraerían a más españoles al Río de la Plata.
Todas las noticias que llegaban del Perú y de la todavía esquiva Sierra de la Plata, prepararon la armada de don Pedro de Mendoza, la cual se hizo a la vela con más de dos mil hombres para defender la Línea de Tordesillas contra los avances de los portugueses, que por el Brasil pretendían alcanzar las minas peruanas.
Mucho fue el hambre que se pasó luego de la fundación de Buenos Aires en 1536. Juan de Ayolas, decidido a llegar a la Sierra de la Plata, se lanzó aguas arriba del Paraná. Poco más tarde salió Juan de Salazar de Espinoza llevando una ayuda que no pudo llegar a tiempo.
Desde el alto Paraguay Ayolas cruzó el Chaco, dejando en un puerto a Martínez de Irala con treinta y tres hombres. Luego de muchos contratiempos llegó a las minas de Charcas y, al igual que Alejo García años antes, cargó todo el oro y plata que pudo. Sus hombres estaban muy debilitados y eran pocos; esto decidió a los indígenas que los acompañaban a sublevarse y matarlos a palos estando muy cerca de la meta, como revelarían algunos “indios amigos”.
Mientras Salazar fundaba la actual Asunción del Paraguay, Irala, que llegaba hasta las mismas puertas del Perú, descubría que hacía tiempo que otros españoles ya dominaban esas tierras. El mito de la Sierra de la Plata comenzó entonces, como gotas de lluvia, a diluirse en el olvido.

CRISTIAN KUPCHIK

Recogido de Nowtilus