MITRA Y LOS ESPEJOS DEL MUNDO

Tengo el tesoro mágico

Tengo el poder sobrenatural

Puedo cruzar el Umbral, recorrer el Laberinto y volver de nuevo a la vida.

En las viejas crónicas aparecen ciertas referencias a un antiguo baile. Lo que no se sabe muy bien es si tales datos corresponden a testimonios sobre los rituales que se practicaban siempre al borde del agua, por la noche y protegidos forzosamente con el poder del Signo o, tal vez, se trataba de otras ceremonias todavía más oscuras de las que no nos han quedado más noticias que unos cuantos rumores a los que será mejor no dar demasiado crédito. Aquellos que danzaban, tanto tiempo atrás, siguiendo los códigos, prefirieron sin duda no hablar. Pero algo hubo. Y lo que pasó entonces con la danza, tal vez pudiera ocurrir ahora de nuevo con otras cosas.

Todo eso, aunque parezca mentira, me lo contó con un murmullo apenas audible el mismo que dejó entre mis manos esta historia, que ahora yo dejo caer también en medio de la noche, mientras unos pasos furtivos se acercan entre la niebla. Ya he mirado. No he visto a nadie. Nada se ha movido. Pero eso me ha ocurrido antes varias veces. Lo siento. Aunque, según creo, sentirlo sirve de muy poco en estos casos.

…Porque en el camino del Arte hay constante temor y peligrar. No teme el Adepto aquello que ve, sino más bien lo que No puede ver, pero puede presentir y adivinar en Su serpentear y deslizarse hacia Él.

Tal es el nudo del Misterio que concierne a quienes han de llegar en el curso de la Queste: la transformación de Lo que viene y la transformación de Lo que permanece, aguardando…

(Arte Prima. Ludovicus Arct.Silen. 1648)

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Alrededor de la torre hormigonada el mundo entero aparecía como muerto. Aunque tal vez sería mejor describir aquella sensación haciendo referencia a un estado de espera, de suspensión, de cautela, más que a la muerte en sí o al hecho de morir. No era posible verlo desde fuera, pero la torre oscura y maciza cubría un pozo profundo, excavado en la roca de aquellos montes. Desde ese punto, se extendía en todas direcciones un valle rodeado por cumbres de formas recortadas y picos agudos, configurando un enorme recipiente natural, en forma de cuenco.

Lugar ideal para contener algo no demasiado benigno, ni tampoco demasiado clemente. No había forma de saber si Eso que en su momento iba a ser llamado, podría ser dominado con una simple acumulación de rocas y de precipicios. Sólo era seguro que los Antiguos lo temían y lo odiaban. Porque se trataba de algo completamente ajeno a la humanidad. Porque, en ocasiones, Eso se dedicaba a vagar por los oscuros caminos y por las llanuras cubiertas de helechos, cruzadas con extraños monumentos de piedra, reclamando su alimento.

Los círculos, alineamientos y túmulos concebidos y levantados en una edad remota, portadores de energías también ajenas, canalizadores de los murmullos desconocidos y misteriosos de la tierra, no servían para sujetarlo por mucho tiempo, aunque al parecer estaban diseñados, en parte, para ello. Pero también estaban hechos para otras cosas, tal como demuestran, aún hoy, los rastros oscuros que cruzan algunas de sus piedras.

Unicamente cuando los Drouized, con su poder y conocimiento, sometieron a Eso y lo confinaron en prisiones amparadas con la fuerza del Signo, pudo respirar la humanidad y sentirse a sus anchas en el mundo. Y una nueva civilización comenzó entonces a brotar entre las rocas abrasadas y fundidas por el peso y la acción de lo desconocido.

El hombre, vestido con un uniforme negro, contempló aquella extensión de picos hendidos y rotos. Luego, enfocó con sus prismáticos la torre colocada en el centro. Todo parecía tranquilo. Pero su corazón latía apresuradamente por alguna razón ignorada.

Mitra, Mitra, Sol Invicto. Axeno in prescend mitosi. Aiio, Aiio…

Aquello, lo que yacía en el fondo del pozo, bajo la torre, había sido elaborado siguiendo las instrucciones de unos documentos hallados por los investigadores del Servicio. Procedían, según se supo luego, de una remota y escondida escuela alquímica de Cairo. Los conocimientos que tales pliegos encerraban venían de muy lejos. Algunos de sus secretos, velados en buena parte, aparecían desperdigados aquí y allá en las tradiciones de muchos pueblos. Él mismo podía reconocer en ellos, cuando los leía una y otra vez, los rasgos esenciales de importantes ciclos míticos, como la Magische Flucht o Huída mágica, esos relatos y leyendas -repartidos casi por todo el mundo- en los que un héroe intenta escapar, perseguido por Algo tan horrible y despiadado que muy pocas veces es descrito con detalle, como si los viejos pergaminos no quisieran entrar en comentarios sobre la naturaleza o el aspecto del Perseguidor. Aunque a veces, pensó, ciertas informaciones lograban sortear aquella censura. Como ocurría con la Tlantepusilama, La vieja de los Dientes de Cobre de las tradiciones mexicas, diosa canibal cuya sombra aterrorizaba todavía en nuestro tiempo a los lectores y oyentes, grandes y chicos, de las crónicas del Ayer.

Si lo que revelaban aquellos textos fragmentarios, siempre oscurecidos por un lenguaje misterioso, era cierto, el Especimen -como ahora se denominaba oficialmente- encerraba un poder inimaginable. Cuando en una ocasión pudo verlo de cerca, colocado sobre un recipiente metálico, frío e inerte, le hizo recordar lo aprendido en algunas lecturas de los viejos textos alquímicos, muchos de los cuales, parecían referirse a Eso mediante comentarios y metáforas muy elaboradas, tal vez evocando figuras nebulosas en apariencia, pero demasiado explícitas y sugerentes para el lector atento. En cualquier caso, el siempre consideró que los practicantes del Arte utilizaban en sus trabajos un lenguaje simbólico deliberadamente oscuro, concebido para proteger ciertos secretos o para preservar de los advenedizos las vias de acceso que conducían al Conocimiento perdido.

Sin embargo ahora, sabía la verdad. Se le había revelado el motivo de aquél cuidado extremo y minucioso de los Maestros. No era para mantener en exclusiva el procedimiento de fabricación de oro o de nuevas sustancias, ni para impedir que se difundieran determinadas doctrinas reservadas a los adeptos, sino para proteger sus propias vidas de los poderes malignos que podían invocar con su ciencia. Se trataba de salvaguardar su existencia misma y sus almas de algo que no mostraba piedad con los intrusos y que trataba de extenderse por el mundo.

Lo que está abajo es como lo que está arriba y lo que está arriba es como lo que está abajo…El Sol es su Padre y la Luna es su Madre. El Viento lo arrastra y lo lleva consigo. La Tierra es su nodriza y su receptáculo. Su Fuerza o Poder está completo si se convierte en Tierra. Separarás la Tierra del Fuego, lo Sútil de lo Espeso, suavemente lo envolverás en su túnica y lo colocarás en la Oscuridad, esperando que llegue hasta ti su Fruto…

El Viaje de muchos Maestros aparecía ahora como un relato, perdido en casi todas sus partes, protagonizado por los aventureros de una edad ya olvidada, que debían huir de alguna amenaza sin nombre. Los investigadores modernos interpretaron que aquellas antiguas leyendas se referían a la Muerte… Una huída de la Muerte, decían. Con mucho esfuerzo y paciencia llegó a descubrir que la Muerte no tenía nada que ver con todo aquello…

Encontró una fórmula en Kunrath el cual, al parecer, describía la llegada hasta nuestro mundo de una entidad espeluznante y, especialmente, el sonido que hacía al presentarse. Aunque ahora prefería no pensar demasiado sobre ello. VaMaPaZap Mapaz lak Odziz…

Por alguna razón, pese a esos datos inquietantes, él siempre estuvo mucho más interesado en descubrir lo que podía ser aquél Signo de los Antiguos y en llegar a saber en que se apoyaba su poder, que en curiosear en torno al Especimen guardado en su recipiente y con un aspecto tan gris y anodino, que tanto preocupaba a su jefe y a los jerarcas del Servicio.

Tenía que convenir -todo su conocimiento le obligaba a ello- que la fuente de fuerzas tan terribles no debía juzgarse sólo por su aspecto. Desde su aparición o «nacimiento» en los laboratorios del sótano, allá en el viejo castillo de la Orden, el Especimen se había cobrado, al parecer, varias vidas. Aunque se conservaba en un recinto bien protegido, algunos incautos se acercaron demasiado, o quizá lo hicieron en un mal momento, vaya usted a saber. Tal vez ocurrió que Eso salió de su cubil para ver si encontraba alimento. Lo cierto es que, durante el periodo de crecimiento de aquella Cosa hubo varias desapariciones que nunca pudieron aclararse. Pasada esa fase, los problemas terminaron, de manera que nunca se examinaron los hechos demasiado a fondo. Todos tenían miedo. Quizá, despues de todo, la gente empezó a mostrar mas respeto por aquello…y también más cuidado. Pero siempre quedaba, por detrás, una sensación extraña. Y también quedaba, como no, el Signo…

Sigue los pasos de la Danza mirando que tus pies no pisen en las lineas que están por fuera de las figuras trazadas. Camina recto hasta la pared del fondo y atraviésala con la fuerza del Signo. Mas allá de ese límite, sólo te servirá lo que hayas podido aprender. No dejes que Su aspecto te conmueva. Nada podrá hacer contra ti si has cumplido todas las reglas previstas para tu Cuidado. Muchos, antes que tu, lo han visto, sentido su fuerza y regresado con los suyos. Pero de muchos otros, nada se sabe…

El Signo. Halló una referencia en Sumer y otra en los Textos de los Sarcófagos. También en algunas versiones poco conocidas que hablaban sobre los Tuatha De Dannan y sus combates contra los Fomoré. O sobre las peleas de Lug, el dios-sol, trabadas contra el gigante Balor, el del ojo de mirada mortífera. Todo ello se describía en una versión del Leabor Gabhala que el Jefe guardaba en su biblioteca privada. Una relación bastante gráfica de los trabajos que hubo de pasar el viejo bardo Mihdrihn en su lucha contra un terrible demonio, le dio la pista. Y comprendió entonces por qué el Signo -la Triple Espiral encadenada, pues esa era su forma- aparecía en muchos lugares del mundo, mostrándose en los petroglifos grabados sobre ciertas rocas.

Los Drouized lo llevaban siempre colgado al cuello. Una Triple Espiral de oro puro, como la que se muestra en algunas piezas antiguas, fabricada con el metal sin fundir obtenido de las pepitas halladas en los rios de sus salvajes tierras, que limitaban con el gran Océano.

No tardó en hacerse con un ejemplar. Para ello, encontró las instrucciones expresadas con bastante claridad en un texto de Geber. Allí supo también que, antes de colocárselo, debía recitar un ensalmo mientras el Signo era sumergido nueve veces en las gruesas olas formadas por una tempestad atlántica, cerca de un primitivo santuario que señalaba el fin de la tierra y se asomaba hacia el mundo de los muertos.

Todo aquello le costó mucho tiempo y hubo de ocultar sus resultados, camuflándolos con otras investigaciones encomendadas por el Servicio. Era su baza secreta por si algo salía mal. Con ella asegurada se sentía mucho más tranquilo mientras, a través de sus prismáticos, miraba hacia la torre y notaba el correr del tiempo junto al pulso acelerado de su sangre, aproximando el momento en que se activaría lo encerrado allá abajo, en el pozo.

Ahora que se acercaba el fin, notó una suave vibración que sacudía al Signo colgado de su cuello. Aquél temblor recorrió todo su cuerpo, por debajo de las prendas negras de su uniforme.

El resultado se produjo inesperadamente, casi sin ruido. Al principio, pudo escuchar un lejano fragor, formado por la reunión de mil gritos discordantes. Algo así como si se hubieran soltado todos los demonios del infierno, pensó. No era aquella una observación demasiado científica, pero sí bastante exacta. Porque sucedió igual que si una horda de seres infernales y furiosos -una especie de agrupación de nubes oscuras y alargadas en evolución fulgurante- comenzase de repente a correr por aquél valle. Lo atravesaban todo. Edificios, vehículos, rocas, árboles, cursos de agua… Y después de ser penetrado por aquello -nadie podía saber como llamarlo- todo empezaba a arder con un fuego que parecía surgir del interior de las cosas afectadas y luego crecía y crecía hasta convertirlas en una masa ardiente que, al cabo de unos instantes, se desplomaba en montones de ceniza vitrificada.

El fenómeno se propagó hasta él muy rápidamente. Al ver que llegaba, se incorporó cavilando sobre si le daría tiempo a huir de aquellos demonios aullantes. Notó las violentas oscilaciones del Signo que colgaba de su cuello. Lo sujetó entre sus manos y pudo ver que refulgía como el sol. Casi tanto, como el fuego que los demonios dejaban en su trayectoria.

El impacto lo alcanzó de súbito. Un millar de manos ardientes lo levantaron del suelo. Pero pronto lo soltaron. Se produjo una explosión y él se hundió hasta el mismo fondo de un abismo de oscuridad. Cuando, al cabo de un rato, recuperó la conciencia, lo primero que vio fue el Signo, amarillo y luminoso, resplandeciendo suavemente. Después miró a su alrededor. El suelo parecía abrasado. Sólo unos cuantos girones de polvo se revolvían igual que serpientes. Las piedras, estaban derretidas. Ni una sola brizna de hierba quedaba en toda la extensión que tenía a la vista y su propia ropa se había volatilizado como si nunca hubiese existido.

Un fuego de mil soles conmoverá su mundo. Arderán sus límites y sus costados. Todo perecerá frente al aliento del Enviado. Nada sobrevivirá ni de vuestros afanes ni de nuestras culpas. Todo será pagado al fin con su llegada…

Al otro lado del mar, dos técnicos dormitaban bajo el tibio sol invernal que, desde hacía unas horas, había sustituído a la nieve. Estaban a punto de finalizar su servicio y todo discurría tranquilamente.

De pronto, a su espalda, comenzaron a chisporrotear unos aparatos de aguja que trazaban sus gráficos sobre rollos de papel continuo. Y ellos se vieron proyectados violentamente fuera de su plácido duermevela.

-¿Qué demonios ocurre, Charlie?

– No se. Parece como si algo hubiese volado por algún sitio.

-¿No serán las reparaciones? Te dije que aquellos parecían unos auténticos chapuzas.

– Nada de reparaciones. Esto es algo serio. Hay que llamar al Centro. Y a toda hostia. Vamos. Muévete.

– Ya va. Ya va. ¿Qué coño crees que…?

En ese mismo momento los aparatos parecieron bloquearse. Lanzaron un chisporroteo de despedida y se apagaron, así, de repente, mientras los dos técnicos se miraban sin saber que hacer. El que había cogido el teléfono para llamar, lo levantó entonces mostrándolo a su compañero. El cable que unía el auricular a la caja y a las líneas había desaparecido.

Sin decir nada -¿Qué podría uno decir en este caso?- volvió a colgarlo, muy despacio, de su gancho, mientras en el horizonte un sol, ahora pálido y deslucido, pareció balancearse suavemente antes de hundirse en el mar.

JOSÉ LUIS CARDERO

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